UNA CARTA PARA EL CIELO Alfredo Cardona Tobón A veces se cree que los seres amados son imperecederos, que su vida se va consumiendo sin fecha de despedida ni tiempo de caducidad, que son otros los que mueren y están lejanos los tristes momentos del adios. Pero inexorablemente llega el instante fatal, cuando se apaga la vida y uno los ve marchar sin que nada pueda impedirlo. A la media noche del trece de febrero pasado mi esposa me despertó. No hacía mucho habíamos apagado el televisor y al momento de conciliar el sueño todo parecía normal, sin que se presintiera la amargura que iría a trastocar mi existencia. —Alfredo me duele mucho el pecho, —me dijo Edith Angélica—. No encontré el número del teléfono para llamar la ambulancia y cuando por fin lo logré no los distinguía pues lo veía borroso. Edith se puso las gafas y logró identificarlo en medio de la ansiedad y la escasa luz del cuarto. De inmediato llamé una ambulancia que llegó en u
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