La Alegria de vivir

LA ALEGRÍA DE VIVIR



Alfredo Cardona Tobón

Se cree que un apartamento lujoso es parte de la felicidad al igual que los trajes de marca, el auto último modelo, los viajes y los restaurantes lujosos… todo ello es parte de quienes creen que el derroche, el dinero y los bienes son la base de la felicidad; pero eso no es así, pues los valores materiales son meros espejismos que desaparecen cuando nos vemos reducidos a vivir entre las paredes de una clínica o los muros de una prisión.

La felicidad, a menudo, está oculta entre las cosas humildes y entre las pequeñas cosas, pues quien la pierde sabe, por ejemplo, que vale más la salud que una cuenta jugosa, que el sueño reparador es más importante que la fama y que andar, modular las palabras, sentir el aroma y las fragancias y estar al lado de un ser querido oyendo una canción, puede ser más grato que el mejor de los halagos del mundo.

La felicidad es muy frágil: un accidente nos baja del pedestal erigido por el ego, la pérdida de un ser amado troncha los sueños y los convierte en fuegos fatuos que trastocan el andamiaje de nuestras vidas.

Entretenidos con el futuro y atados con el pasado, las tragedias nos sitúan en la realidad de la existencia: quien no tiene hijos, piensa en la soledad de la vejez y en un mundo de ancianos decrépitos que viven de las migajas del Estado o de la caridad de sus familias. Se añora la juventud que se evapora y se dilapida desde los primeros días de vida con la alimentación inadecuada, el trasnocho, los excesos, el trabajo desaforado y los esfuerzos tras la fama y el poder; todo ello se confabula día a día para extraviar la felicidad. 

Tarde, muy tarde, descubrimos que los rayos de sol, el aire puro y la tranquilidad de la conciencia, son más preciosos que los fetiches que nos envenenan. A menudo ignoramos el valor de la familia,  lo valioso de la amistad, el sentido de las cosas simples y ocultamos el goce de la vida. 

A veces, tenemos el coraje de hablar con nosotros mismos y de acercarnos a nuestro ser. Es allí donde surgen los destellos que desaparecen en la primera fiesta, se ocultan en la sonrisa falsa de la amante o se pierden en los afanes cotidianos. Habría que mirar al rededor y aprovechar las treguas para enderezar los caminos.

Hace poco un accidente casi me deja paralítico. Fue el sonido que alertó mis sentidos y me acercó al Dios que me favorece a todo momento y cuya presencia está en la lluvia, en el viento, en mis hijos  y en mis sueños -  me hacen recordar la gratitud y el amor-.

De nuevo estoy de pie, otra vez siento mis pasos en el pavimento y vuelvo a descubrir los pequeños placeres de la vida en los huevos revueltos, en el café con leche, en la sonrisa de mis nietos. ¡Gracias Dios mío! gracias por todo lo que me das y no tuve tiempo de reconocerlo.

En las redes sociales se tienen “muchos amigos”, se cuenta con  listas interminables de nombres que acreditan la amistad… pero no hay tal. Son amigos quienes se toman el trabajo de acompañarte en el sufrimiento, quienes están atentos a tus necesidades y están prestos a sacrificar su comodidad para ayudarte. La tragedia y el dolor califican la amistad. Verás que de esas listas interminables solo rescatas cuatro o cinco nombres. Los demás son amigos de pacotilla.

En cuanto al amor, verás que las amantes son ilusiones que desaparecen y cambian como las nubes, verás que las compañeras de vida son apenas de circunstancias, verás que todo es mentira como dice el tango.

He descubierto la alegría de vivir. He vuelto atrás muchas páginas y retornado a nuevas partidas, he fijado otros rumbos.

Gracias a mis hijos, gracias a esos cuatro o cinco amigos, gracias al Dios que me protege y al recuerdo de mis verdaderos amores. Gracias a la vida, gracias al sol que me alumbra y al aire que llena mis pulmones.







Comentarios

  1. Alfredo, excelente reflexión. Me alegra que estés escribiendo de nuevo. Regy

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