LA MASACRE DE CEILÁN- VALLE DEL CAUCA

Alfredo Cardona Tobón

                                  Iglesia de Ceilán- Bugalagrande- Valle del Cauca

Once años después de los terribles sucesos acaecidos en el corregimiento de Ceilán el 27 de octubre de 1949, el periódico “El Relator” de la ciudad de Cali se atrevió a publicar lo ocurrido.

En Colombia hemos conocido muchas atrocidades, pero ninguna como la de Ceilán,en el Valle del Cauca, donde asesinaron a más de 150 inocentes, violaran a las mujeres, mutilaron a los labriegos, empalaron a los niños e incendiaron el poblado.

Tales hechos aún claman justicia y castigo, y ya que los autores directos y quienes propiciaron los crímenes ya murieron, al menos debe haber una sanción moral que enlode la memoria de esos asesinos.

La masacre de Ceilán tiene sus orígenes el 9 de abril de 1948, cuando el pueblo enfurecido por el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán fue azuzado por apátridas que lo llevaron a atentar contra ciudadanos que nada tenían que ver con el magnicidio. En la aldea de Ceilán, corregimiento de Bugalagrande, en ese luctuoso día mataron varios conservadores, lo que movió a los “pájaros”, que imponían el terror en el Valle del Cauca, a fraguar la venganza contra los “nueveabrileños” de ese poblado.

Como los vecinos de Ceilán estaban avisados del posible ataque, pudieron hacer frente a los “pájaros” y a la policía “chulavita” en la vereda de San Rafael; el triunfo les hizo creer que podrían atajar a las hordas asesinas de Tuluá. Se estableció un cuerpo de vigilancia con algunas avanzadas exploradoras que permitían detectar la presencia de los atacantes y avisar con tiempo a la gente del poblado. Tranquilos continuaron sus labores creyendo que estarían a salvo de los violentos.

A mediados de octubre de 1949 unos 300 individuos entre, “pájaros” y “chulavitas”, establecieron un campamento no lejos de Ceilán y allí permanecieron amenazantes hasta que una avioneta lanzó miles de hojas anunciando que nada tenían que temer los pobladores de Ceilán pues ya habían apresado a los “nueveabrileños” causantes de los asesinatos. Poco después se esfumaron los “pájaros” y “chulavitas” que merodeaban cerca de Ceilán, ante lo cual la comunidad bajó la guardia y se acostó tranquila. A las tres de la mañana del 27 de octubre el estallido de unos tacos de dinamita rompieron el silencio de la noche; una horda irrumpió por tres sectores de la población vivando a Laureano Gómez: era la policía chulavita que bajo la administración del gobernador Nicolás Borrero Olano estaba anegando en sangre al Valle del Cauca, junto con los matones pertenecientes a las bandas de “Pájaro Azul”, “Pájaro Verde” y “El Pollo”, todos ellos al servicio de León María Lozano, alias “El Cóndor” y de “Lamparilla”, famosos criminales de Tuluá.

Mal armados y con manifiesta inferioridad numérica los liberales de Ceilán fueron incapaces de contener a los atacantes que desocuparon el comercio, quemaron las viviendas, violaron a las mujeres, castraron a los hombres y mataron a cuanto ser viviente se cruzó por su camino. Al concluir la masacre arrumaron a muertos y agonizantes en pilas que prendieron con gasolina. Fue una noche infernal, la llegada de Satanás a la tierra y la conversión de los hombres en bestias furiosas.

Por los resquicios de las tejas salían penachos de humo rizado, caballos ensillados corrían despavoridos por las calles, en las vigas se balanceaban cuerpos desnudos, sangrantes, torturados antes de ahorcarlos y por la carretera rodaban camiones cargados de campesinos sorprendidos en la fuga a quienes descargaron al lado del puente sobre el río Bugalagrande, donde los ultimaron a filo de machete. Las aguas se tiñeron de rojo y corriente abajo los gallinazos empezaron a volar en círculo oteando los cadáveres enredados en los juncos de las orillas.

“Lamparilla” reía mostrando su diente de oro, “El Chimbalá” bebía la sangre de una de sus víctimas. La chusma desaforada acabó las garrafas de aguardiente mientras un sacerdote que acompañaba a los sádicos bendecía a las victimas desde un yip que pasaba por encima de los agonizantes.

Manuel Marulanda Vélez, alias “Tirofijo” fue uno de los pocos sobrevivientes a la masacre; con 18 años de edad se sostenía con la venta de leña y quesos en una pequeña tienda a la salida de Ceilán. “Yo ahí si me puse a pensar distinto- expresó años más tarde al hablar de los terribles hechos en Ceilán- Dije: esta situación está muy complicada, parece que todo cambió, entonces hay que buscar una solución”. Fue entonces cuando regresó a Génova, su pueblo natal, para posteriormente enrolarse en las bandas que hicieron frente a los “pájaros” y “Chulavitas”.

Es triste, es doloroso referirse a casos como el de Ceilán. Da coraje recordar que no hubo quién condenara tales aberraciones: ni el estado conservador bajo la presidencia de Ospina Pérez y Laureano Gómez ni los Lleras y demás jefes liberales que se exiliaron o se resguardaron en Bogotá; menos los latifundistas y empresarios que se lucraron con los desplazamientos y las invasiones, tampoco la Iglesia Católica que con su obispo Julio Caicedo Tellez  permaneció ciega, muda y sorda ante tales iniquidades.

En 1973 el escritor Daniel Caicedo denunció los sucesos de Ceilan en su novela “Viento Seco”. Allí muestra “un pueblo pisoteado en su propio hogar, acorralado entre sus paredes, inerme, vejado en su sangre, en las de sus mujeres y en la de sus hijos, escarnecido en su honra y en su impotencia, obligado a morir y obligado a dirimir con hierro sus disputas”. Allí está el espejo de la Colombia de Mariano Ospina y Laureano Gómez, que da asco, da pavor y hace palidecer todo lo que hasta ahora ha soportado nuestra pobre gente.

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Testimonio de:

 

Iliana Leon Rueda	22 jul. 2020
para mí

En el año 1948 mi madre apenas era uña niña de 7 años que vivía en Ceilan con sus padres y hermanos, el día antes de la masacre había llegado de Medellín Farid su hermano mayor con un amigo (Humberto) estaban allí estudiando el bachillerato. A la mañana siguiente salieron a dar un paseo, pasadas unas horas escucharon unos gritos y cuando abrieron la puerta era Farid en las escaleras de la puerta muerto así empezaron ellos a vivir la masacre ....Entraron el cuerpo a la casa y a los pocos minutos llegaron los asesinos a tocar la puerta para entrar y mi abuelo se escondió en un altar grande que tenía  con muchas figuras por los asesinos estos estaban buscando todos los hombres para matarlos parece que tuvieron algo de compasión al ver mi abuela en embarazo rodeada de 6 niños más y con un hijo muerto, dejaron de buscar y se fueron.

Todos los días que duró este horror estuvo mi abuelo escondido en un falso techo salía en las noches cuando estos sinvergüenzas se dedicaban a emborracharse, la primera noche salió y hizo un ataul para su hijo. Lo más triste de esta historia es que en el transcurso de ese primer día llego Humberto el compañero de colegio de Farid con una herida muy grave que hizo que muriera al día siguente y al cual enterraron malamente cerca a un árbol de casa sin que nunca nadie supiera quiera era su familia.