MARIA DONCELA ROJAS DE CARRILLO
UNA MAESTRA DE VIDA
Alfredo Carona Tobón
Maestra
Bendita tu acción, tu
lucha y tu nobleza
El 23 de diciembre de 2024 doña María Doncela Rojas de Carrillo cumplió
cien años de vida dedicados a su hogar y
a la enseñanza... fue una maestra de vida que modeló innumerables generaciones
campesinas en Riosucio, Anserma y Quinchía, enseñó
el alfabeto a personas mayores y
fue un faro de luz en una época de
tinieblas.
El amor ha iluminado la vida de María Doncela, o Cela como la llaman sus
amigos. Aún conserva un cofrecito donde
guarda las cartas que le envió su esposo en el noviazgo y cuando tenía que
alejarse del hogar para atender las licencias
de sus compañeras. Esas cartas que
conserva como un tesoro son testimonio de un amor que
nunca se ha agostado y ha sido más fuerte que el tiempo y el olvido.
Doña Doncela quedó viuda muy
joven, con solo treinta y ocho
años de edad y sin recursos ni herencias, tuvo que enfrentar las exigencias de su familia compuesta por tres niñas de
cuatro, tres y dos años y el varoncito que llevaba en su vientre.
La joven madre se vinculó al magisterio cubriendo las licencias en veredas remotas sin energía eléctrica, sin
agua potable, sin carreteras y con las carencias de un país pobre y lleno de
necesidades materiales y espirituales, donde
los labriegos en el mejor de los casos, apenas estudiaban hasta el tercero de primaria.
Con la fortaleza, su voluntad y el apoyo de las maestras mayores Doncela descubrió el liderazgo que llevaba en sus venas y con el empuje heredado de sus ancestros laboró
en las veredas indígenas de la Iberia , San Jerónimo y Murrapal y adelantó
la labor educativa en Chápata, El
Cairo, Naranjal e Insambrá formando
equipo con los presidentes de Acción Comunal que la apoyaron en sus proyectos.
La acción de esta pedagoga se
extendió a los adultos mayores a quienes alfabetizó por las tardes cuando
dejaban el surco y ocupaban los
humildes bancos de la escuela. Un tablero y unas tizas señalaron el camino de
doña Doncela que sin importar el frio ni la lluvia, el sol inclemente y los
malos caminos sembró de valores las
comunidades labriegas y brindó
apoyo a las jóvenes maestras que empezaban la ardua labor en la zona
rural.
De carácter recio y con mucha disciplina doña Doncela viajaba cada ocho
días al pueblo a visitar a su familia atendida por dos tías ancianas y al caer el sol del domingo repasaba las trochas a pie o en
camperos para estar oportunamente
en la escuelita de bancos de madera, donde rotaban los diferentes grados
escolares.
Fueron tiempos duros, sin
uniformes y alumnos con ropa remendada, sin zapatos ni maletines, niños a
menudo desnutridos y enfermos donde los
maestros suplían las necesidades con amor y sacrificio en zonas olvidadas por el Estado.
Doña Doncela validó el bachillerato y ajustó la hoja de vida con cursos de pedagogía que la llevaron al Núcleo Rural de Quinchía donde se jubiló en 1993 . El
municipio y el departamento de Risaralda la condecoraron por sus meritos y realizaciones y fueron valiosos sus aportes a la Casa de la
Cultura a la que se vinculó permanentemente.
Esta notable pedagoga fue una mujer tenaz y valiente que atendió las comunidades campesinas durante largas
décadas, de pura entraña popular doña
Doncela sirvió s los suyos y conformó una distinguida familia con hijos y nietos profesionales que ocupan posiciones
destacadas en la región y se
desempeñan exitosamente en el extranjero.
Ella es la institutora mayor del
magisterio risaraldense, es una Maestra, con mayúscula, que hizo de la
enseñanza su vocación y su norte. Doña
Doncela afirmaba que en los viejos tiempos no había tantos conocimientos pero
sí más educación y que ahora sucedía lo contrario. Decía, también, que la época moderna atropellaba con la sensación de bienestar pero que disfrazada con infinidad de distracciones
fragmentaba los hogares.
En su lecho de enferma,
rodeada de sus hijos y sus nietos la noble abuela ve recortarse los cerros en
el horizonte, ya no puede recorrer los senderos del Gobia y El Batero, con
nostalgia recuerda las largas caminatas
y a sus alumnos que añoran su
presencia y le susurran con cariño
y gratitud los versos del poeta:
Para la vida diste la esperanza
y con amor, ternura y una caricia
enseñaste la equidad y la justicia.
Gracias, gracias, gracias ”
Se va acortando el camino y así como la Escuela Salvador Duque rinde
admiración a uno de sus maestros, Quinchía debiera distinguir con el nombre de
esta pedagoga de la vida a uno de sus
planteles educativos sin acudir a personajes extraños que nada tienen que ver
con sus comunidades y hacerlo ahora, en vida, sin esperar que la ingratitud
arrope sus cenizas.
*Historiayregion.blogspot.om
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