IMÁGENES Y SUEÑOS*
Alfredo
Cardona Tobón
La
historia se traza con personajes que como meridianos señalan rumbos y se convierten en faros que
alumbran épocas procelosas. Pero el
olvido está al acecho y por ello es
necesario hacer altos en el camino para
recordarlos y sacudir el polvo que amenaza cubrir su memoria.
En
esta ocasión recordemos a Teófilo Cataño y a Manuel Tiberio Toro, dos juglares que en fondas y caminos le cantaron al amor y descubrieron
su corazón sin pedir recibo. No están en
Internet ni en publicaciones
con alta circulación, pues Teófilo fue un riosuceño con mera conexión regional y a Tiberio solo lo
conocieron los aguadeños y los notarios y tangueros del norte caldense.. Sin
embargo dejaron huella en su comunidad y
entre quienes compartieron luchas y afanes.
Teófilo empezó su periplo andariego cuando el
liberalismo llegó al poder en 1930 y el
partido echó mano de su gente para llenar las vacantes dejadas por el
conservatismo. Teófilo se desempeñó en el magisterio, en la oficina de
estadística en Riosucio, fue rábula
litigante, cronista, poeta, matachín, secretario de alcaldía e inspector en el
corregimiento de Arrayanal donde los indios del resguardo creían que ese hombre
corpulento era mimado por el Altísimo y por
tanto iba y venía del cielo a la hora
que quería sin restricción alguna.
Teófilo
fue el autor del himno del carnaval de Riosucio, fundó periódicos en su pueblo
natal y en Quinchía y escribió sinnúmero de letras de las cuadrillas
carnavaleras, fue algo así como un
García Márquez pueblerino que publicaba
y escribía cartas por encargo, redactaba
los discursos del alcalde y daba la bienvenida a las altas personalidades que llegaban a la
Perla del Ingrumá.
De
la mano de Teófilo, el diablo se tomó a Riosucio. En uno de los brindis el cantinero Pedro Aricapa dijo a sus
asistentes: “ Al dotor Teófilo sirvale todo el guisky que pida, a los demás me les sirve tapetusa”.-
Era la distinción al mismísimo embajador
del Putas.
Acosado
por la pobreza hogareña Teófilo Cataño despidió a su hijo Ciro para que probara
suerte en Palmira. Pasaron unas semanas y alguien preguntó por Ciro- Está muy bien – informó Teófilo- está
de contador en una empresa.
-Cómo
así?- comentó el preguntón- por lo que sé, Ciro nunca estudió contaduría-
- Yo
no sé, pero está en Palmira contando arepas en la tienda de su tio., aclaró
Cataño.
Así
eran las salidas de Teófilo Cataño, un hombre que llegó, brilló e hizo parte de la picaresca de su pueblo. Se
le asoció con el diablo gocetas y con
las rimas del Carnaval, infortunadamente su obra se ha perdido y sus escritos solamente han servido para engorda polillas pese a la calidad de su
producción literaria. .
EL
NOTARIO NOTORIO
Así
como Riosucio tiene a Teófilo Cataño en la galería de los hijos preclaros, en Aguadas, la ciudad de las brumas, está
Manuel Tiberio Toro Parra, docente,
aguardientero de las tardes nubladas, tangófilo, soñador, cronista y miembro de
de la orden de la” Simplatía”.
Toro
Parra fue burócrata, poeta, anfitrión y
periodista, se dice que nació en La Cuchilla, otros dicen que vino de Armenia.
Lo cierto fue que sin mostrar cartones
montó oficina de tinterillo en Aguadas.
Con
unos amigos Toro Parra con sus 1.8 metros de largo fundó la revista “Imágenes y sueños” que
extendió sus alas a Riosucio, donde
junto con Cesar Valencia y Julio Cesar Zapata Bonilla el notable notario dio vida a la “Asociación de escritores del norte
caldense” y en 1984 promovió el primer “Encuentro de la
Palabra”.
En una noche mágica en el sitio “Leño Verde” se desgranó poesía, hubo música y vino y se desdobló el alma de Tiberio Toro Parra entre sueños, versos y poemas como despidiéndose de sus amigos que lo seguimos recordando como una autoridad del tango, el fundador de la “Corporación de Arte y Cultura” de Aguadas, docto conocedor del lunfardo y corresponsal del colegio de notarías de Antioquia .
La vida de Tiberio fue de paso como sus ancestros arrieros. . En Aguadas empacó diariamente cerrando cada lugar con la ironía cruda de los que se saben únicos. “Aguadas es irredimible- afirmaba- si aquí los judas volaran. taparían la luz del sol con sus alas” dijo en una ocasión, pero nadie se ofendía con lo que decía pues Tiberio pues era de esos bacanes que todo lo decían con gracia, honestidad y carácter, por eso le perdonaban.
Inmerso en su mundo era sordo ante el murmullo y ciego ante la adversidad y la pobreza. Afirmaba que era un notario poco notorio que tomaba trago en las tardes y un juglar que cantaba y recordaba, recitaba y daba gracias a Dios por lo hecho y por lo que no le dejaban hacer
, Un día cualquiera Tiberio le hizo traición a la vida y se largó con la muerte. Llevaba el alma vacía pues no quería llevar cargas y la entregó sin sombras porque no guardaba agravios, penas ni nostalgia.
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