EN DAMASCO- ANTIOQUIA-

 

UN BALCÓN EN  DAMASCO*

Alfredo Cardona Tobón




Frente a los Farallones de la Pintada  y recostada en la loma está la población de Damasco, un corregimiento del municipio de  Santa Bárbara en el depto de Antioquia. Es un pueblo minúsculo con una humilde capilla, tres cuadras empedradas, tardes solitarias, mañanas cubiertas de  bostezos  y el silencio que parece invadir  todo su mundo.

 En  1739 don Juan Waldo Vásquez donó un  vasto globo de tierra a los  vecinos de Arma que acosados por los bichos y el agotamiento de  los aluviones auríferos pretendían  fundar  una nueva población en esa zona. Los armeños eligieron el sitio para el nuevo pueblo, pero el proyecto no fraguó  y la vecindad quedó desierta durante más de un siglo. hasta que un grupo de colonos paisas dieron vida a Damasco , que  sin oro, café ni cacao  sobrevivió   gracias a la ganadería.

No es mucho lo que cuenta la historia del corregimiento: el hecho más sobresaliente fue la presencia del general Rafael Uribe Uribe  en Damasco, cuando en 1885,  tras su triunfo sobre las fuerzas conservadoras  en el combate de Santa Bárbara, la tropa liberal ocupó el caserío antes de continuar  el avance hacia territorio caucano. Uribe Uribe  cruzó el rio Cauca y el 25 de febrero de 1885   derrotó nuevamente al  enemigo en proximidades de la población de Riosucio, pero de nada le sirvieron sus victorias pues el general y su gente tuvieron que retroceder y entregar las armas al capitular  el gobierno radical de Antioquia.

Así como muchos quieren conocer a Paris y admirar el Arco del Triunfo y otros quisieran viajar a Miami a conocer  los parques temáticos de Disney,  entre mis planes estaba un viaje a  Damasco, no el del Medio Oriente, sino el de Santa Bárbara en inmediaciones de La Pintada. Infortunadamente nunca tuve la oportunidad de hacerlo hasta que hace poco en un viaje al suroeste antiqueño , Regina Vélez, que conocía mi interés por Damasco,  desafiando los  baches y un mal camino me acompañó a la pequeña localidad.

 En esta “puebliada” no pretendía embriagarme de paisajes, no buscaba monumentos suntuosos ni atractivos turísticos; buscaba remontarme al pasado impulsado por la fuerza de la sangre y el clamor de los genes  que me llevaban  a  esa aldea dormida,  donde el abuelo Germán Tobón Tobón encontró a  Clotilde Vargas Rojas, la  mujer que secuestró su  corazón y se unió a su destino,  para dar vida a las innumerables generaciones que hoy llevan sus apellidos.

Al internarnos por la pésima vía  vimos  al fondo el  cañón del rio Cauca y los Farallones de la Pintada taponando  un resquicio del horizonte y bajo un dosel de matarratones afloraron los recuerdos de los abuelos corajudos y de pelo en pecho como todos esos arrieros que domaron caminos y tragadales.

Muchos años atrás el abuelo Germán viajó  hacia el Cauca y en uno  de esos recorridos pasó por  Damasco donde al alzar la  vista a un balcón se vio envuelto por unos ojos tan lindos que creyó eran de un   ángel  perdido en la montaña. El amor lo fulminó de golpe y el  arriero andariego  quedó   embrujado por Clotilde Vargas.

Germán se detuvo en el tambo cercano y por el correo de las brujas supo  que la bella niña  estaba de vacaciones donde una tía y  era una de esas muchachas de dedo parado que no se mezclaba con caporales ni arrieros.  Pero el amor es el amor y no  hay corazas para sus flechas, así, pues el   noviazgo empezó con  miraditas y sonrisas que  continuaron en Rionegro,  donde afinidades políticas y familiares consolidaron los nexos de la  pareja que contrajo matrimonio el 17 de enero de 1891.



Siguiendo el hilo de la historia busqué con Regina el balcón al lado de la capilla y al no encontrarlo  recorrimos la aldea buscando el Damasco de los viejos tiempos sin tener en cuenta las miradas de desconfianza de los lugareños que contrastaban con la sonrisa cálida de mi compañera de viaje que buscaba conexión con ese mundo huraño.

La visita fue  corta, así que  repasamos la calle  y  tomamos la vía de regreso despedidos por un conejo que nos miró con  burla  y se perdió en el rastrojo mientras me alejaba de Damasco con la ilusión absurda de  que en otra ocasión  quizás apareciera   la abuela  en el balcón  y yo pudiera ver a Germán acercándose con un  ramo de dalias y magnolias para su amada.

Yo por mi parte, desligándome de la ensoñación,  me bajé del carro al salir del  pueblo, corté unas margaritas  y  se las di a  Regina agradeciendo el  haberme acercado a mi lejano e intangible pasado.

*Historiayregion.blogspot.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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