RECUERDOS DE SAN JERÓNIMO – PEREIRA-*
Alfredo Cardona Tobón
En la dinámica urbana los
barrios y las calles tienen su tiempo
y como las canciones o los amores florecen
y declinan dejando recuerdos
remachados con la historia.¿ Cómo olvidar la séptima con su tranvía, el Parque
Olaya y el tren o a San Jerónimo, ese viejo sector de Pereira, que al
abrirse las carreteras se convirtió durante décadas en una arteria vial de la ciudad ?-.
San Jerónimo tuvo su etapa dorada en la época sin el alud de los desplazados
por la violencia partidista ni la
angustia de sus víctimas. En los años
cuarenta del pasado siglo rodaban por su calle los carrioles al lado de los Ford con líneas de cucarrón y los
camiones Dodge cargados con bultos de café y de panela hacían competencia a los coches de tracción
animal.
Luis Carlos González en su
libro” Retocando Imágenes” recuerda la competencia entre un caballo y una
bicicleta que arrancaron de San Jerónimo con Cerritos como meta, Francisco Uribe era el ciclista y el jinete Jorge Enrique Marulanda. La carrera
terminó al reventarse la cadena del vehículo y agotarse la bestia en tal forma que
casi muere en el intento.
En San Jerónimo cuajó el comercio
ferretero de Pereira y allí se afincaron
los almacenes de repuestos y los talleres de carros. Al crecer la ciudad, la Avenida
Treinta de Agosto desbancó a San Jerónimo que continuó como una zona de
almacenes de repuestos automotores y de mecánicos ambulantes con tufo aguardentero y
olor a pollo frito, Pasaron los años, el tráfico desbordó la Avenida Treinta de
Agosto y la antigua arteria vuelve a cobrar
importancia como una vía que merma la presión vehicular en la zona-
San Jerónimo está reviviendo
y al rescatar su pasado rebrota la memoria de los personajes que lo
identificaron: Es el caso de los Vélez
con su Superkumis. el kumis de pantalón
corto y el kumis de pantalón rayado, que en asocio con las cucas, las gelatinas
o los pandebonos representaban las delicias del concurrido sector, Con los Vélez
viene, también, el recuerdo de la miscelánea
de don Bernardo Garcés, un veterano inspector
de policía del poblado La Libertad que
un día se instaló en la zona con sus leyendas, como cuando se enfrentó al
bandido Mirús, quien, según contaba don Bernardo, se convirtió en gallinazo y voló a ras de piso para librarse de las balas.
Los calendarios corrieron y la vida llevó a otros “pagos”, en tanto la miscelánea de don
Bernardo se transformaba en un almacén
de repuestos de segunda y el negocio de los kumis de los Vélez desaparecía de
la faz pereirana junto con los letreros
que en la carrera 12 con la calle 21
ensalzaban sus maravillas:
“ Superkumis quita a usted
La flacura y la flaqueza,
Le despeja la cabeza
y le mitiga la sed,
de esta toma a la merced
echan carne los entecos
y los muertos de sus huecos
se vuelven a levantar
y hasta se logra parar
una toalla en los flecos.”
Mientras despachaban los “casados” de kumis
con cucas, sobre las mesas y los taburetes de cuero del
establecimiento flotaba el espíritu de Arturo Vélez Vélez. El
abuelo había salido de Amalfi junto con su esposa Leonor González- Caminaron y
caminaron, jornalearon y jornalearon hasta arrimar a la bulliciosa Pereira, que en ese
entonces era un paradero de mulas y de bueyes. Con unos frascos y unas botellas
de leche los Vélez montaron un toldo y empezaron a vender kumis decorados con
polvo de canela y aromatizados con esencia de vainilla
Y mientras los Vélez pelechaban, don Bernardo
Garcés, otro de los pioneros de San Jerónimo, llegaba de Palocabildo, en Jericó,
con Inés Amelia Cardona. La pareja venia
“volada” de huida de los cuñados y tras la aventura en La Libertad plantaron
en Pereira bajo el ala protectora de un sacerdote amigo que les dio el plante
para iniciar un negocio en San Jerónimo.
Al negocio de los Vélez arrimaron
los abuelos, sus hijos y los nietos a degustar los deliciosos preparados con
miel y canela y acompañados con un casado, pero llegó la industrialización y
compañías con patentes en inglés arrinconaron al kumis criollo; por su parte don
Bernardo cansado de criar panza tras el mostrador, compró un Ford y se
convirtió en chofer de uno de los taxis
que esperaba pasajeros frente a la iglesia de La Valvanera.
San Jerónimo cambió al igual que sus vecinos: desapareció la casa de los Miramones con los leones sumerios, un líder cívico entronizó el busto de Oscar Terán, el parlamentario panameño que se opuso a la separación del istmo y ahora soporta la irreverencia de los vándalos. Se han hundido largos tramos de la canalización de la quebrada Egoyá y donde llegabasn bandadas de .toches y azulejos a picotear los mangos y los brevos crece el rastrojo y se multiplican las ratas que guardan los lotes de engorde de algunos políticos.
Nadie recuerda los paseos al aeropuerto Matecaña a ver aterrizar y despegar los aviones en
medio del polvero de las pistas sin pavimentar ni a las barras de aficionados que iban a
admirar los espectáculos de lucha libre en un lote profundo que hacía las veces
de coliseo. Son recuerdos que empiezan a borrarse de la ciudad que quisimos y
va quedando en manos de gente a quien poco o nada le importa la suerte de
la antigua capital civica de Colombia.
*
historiayregion.blogspot.com
Comentarios
Publicar un comentario