UNA HEROINA DE LA BAJA CALIFORNIA- MEXICO-
Ricardo
Florez Magón
·
El 25 de noviembre de 1913, fue fusilada la anarquista mexicana
Margarita Ortega, por tratar de independizar la península de Baja California
expulsando mediante la fuerza de las armas a funcionarios, empresarios,
gendarmes y sacerdotes.
Esta mujer extraordinaria era miembro del Partido
Liberal Mexicano, cuyos ideales anarquistas propagaba por medio de la palabra y
de la acción. En 1911 Margarita fue el lazo de unión entre los elementos
combatientes del Partido Liberal Mexicano en la Baja California. Hábil jinete y
experta en el manejo de las armas de fuego, Margarita atravesaba las líneas
enemigas y conducía armas, parque, dinamita, lo que se necesitaba, a los compañeros
en el campo de la acción. Más de una vez su arrojo y su sangre fría la salvaron
de caer en las garras de las fuerzas de la tiranía. Margarita Ortega tenía un
gran corazón: desde su caballo, o detrás de un peñasco, podía tener a raya a
los soldados del Gobierno, y poco después podíase verla cuidando a los heridos,
alimentando a los convalecientes o prodigando palabras de consuelo a las viudas
y a los huérfanos. Apóstol, guerrera, enfermera, todo a la vez era esta mujer
excepcional. Ella no podía ver con tranquilidad que alguien sufriese en su
presencia, y a muchos les consta cómo ella se quitó de la boca un pedazo de pan
para dárselo al que tenía hambre.
Mujer de exquisitos sentimientos, amaba
entrañablemente a su familia; pero su familia estaba compuesta de personas
inconscientes, de burgueses y de proletarios aspirantes a ser burgueses, y
estas personas nunca pudieron comprender cómo una mujer dotada de tan
extraordinario talento, de tan inagotable energía, y que poseía substanciosos
bienes de fortuna, pudiera hacer causa común con los desheredados, y por ese
motivo la odiaban, la odiaban como odian los corazones vulgares a los espíritus
nobles y puros que constituyen un obstáculo a sus mezquinas ambiciones.
Margarita contaba con bienes de fortuna que le
hubieran bastado para pasarse una vida regalona y ociosa; pero ella no podía
gozar de la vida cuando sabía bien que había millones de seres humanos que
luchaban penosamente por ganar su subsistencia. Con la energía que solamente se
halla en personas convencidas, Margarita dijo en el mismo año de 1911, a su
inconsciente compañero:
"Yo te amo; pero amo también a todos los que
sufren y por los cuales lucho y arriesgo mi vida. No quiero ver más hombres y
mujeres dando su fuerza, su salud, su inteligencia, su porvenir para enriquecer
a los burgueses; no quiero que por más tiempo haya hombres que manden a los
hombres. Estoy resuelta a seguir luchando por la causa del Partido Liberal
Mexicano, y si eres hombre, vente conmigo a la campaña; de lo contrario olvídame,
pues yo no quiero ser la compañera de un cobarde."
Las personas que presenciaron esta escena aseguran
que el cobarde no quiso seguirla...
Margarita fue arrestada el 20 de noviembre del año
pasado, cerca de Mexicali, por los huertistas, y puesta en un calabozo con
centinela de vista. Los felones que la dragonean de autoridades aguzaron el
ingenio para martirizarla. No tuvo miedo de confesar que era miembro del
Partido Liberal Mexicano, y que, por lo mismo, luchaba contra la hidra de tres
cabezas: Autoridad, Capital, Clero; pero no delató a ninguno de los compañeros
que estaban de acuerdo con ella para lanzar el grito de Tierra y Libertad en el
Norte del Estado de Sonora. Entonces se la sujetó a tortura, como en los negros
tiempos de la Inquisición. Sus cobardes verdugos la querían obligar a que
descubriera a los compañeros que estaban comprometidos a rebelarse; pero todos
los esfuerzos se estrellaron contra la voluntad de bronce de la admirable
mujer.
"¡Cobardes!" -gritaba- "haced
pedazos mi carne, resquebrajad mis huesos, bebeos toda mi sangre, que jamás
denunciaré a mis amigos!"
Entonces los sicarios de la tiranía la condenaron a
estar en pie de día y de noche, en medio del calabozo, sin permitirle sentarse
o apoyarse contra la pared. Rendida por el cansancio, a veces vacilaba y tenía
que apoyarse en el centinela que vigilaba: un empellón y un puntapié la ponían
en medio del calabozo. Otras veces caía por el suelo, desfallecida y agotada
por tanto sufrimiento: a culatazos se la hacía ponerse nuevamente en pie.
Cuatro días con sus noches duró ese suplicio, hasta
que las autoridades de Mexicali la sacaron del calabozo el 24 de noviembre para
fusilarla. Se formó el cuadro de la ejecución en un lugar desierto, por la
noche, para que nadie se enterara del atentado. Margarita sonreía. Los verdugos
temblaban. Las estrellas titilaban como si forcejearan por descender para
coronar la cabeza de la mártir.
Una descarga cerrada hizo rodar por tierra, sin
vida, a la noble mujer, cuya existencia ejemplar debe servirnos de estímulo a
los desheredados para redoblar nuestros esfuerzos contra la explotación y la
tiranía.
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