UN SINO TRÁGICO
Alfredo Cardona Tobón
En una tarde del nuboso Pueblo Rico de plaza y calles en rastrojadas y el cerro Tatamá al fondo, el paisa Benjamín Montoya trepó al tejado de la casa de don Germán Tobón Tobón con la intención de coger unas goteras y cambiar unas tejas rotas .
Al finalizar el trabajo Benjamín miró hacia el patio de la vivienda y vio una chica vestida de negro lavando ropa en una gran batea de piedra. La muchacha lo miró y sobresaltada por su presencia se resguardó bajo el alar de la vivienda. Fue un instante fugaz y una sola mirada; eso bastó para que Benjamín quedara atrapado por una mujer que apenas había visto e ignoraba quien era.
Benjamín indagó y supo por el correo de las brujas que la aparición que desde entonces turbó su sueño era Virgelina Tobón Vargas, una joven recientemente enviudada, madre del pequeñín Aicardo Mejía. Supo, además, que la bella Virgelina había quedado desamparada y por ello había buscado cobijo en la casa de sus padres.
En ese entonces las viudas se recluían como si fueran monjas y se alejaban del mundo y sus devaneos, así que Virgelina de apenas dieciocho años, toda vestida de luto, solamente iba a misa y estaba aislada como si estuviera leprosa o purgando alguna pena. Así era esa época de tabues y estupideces que negaba todos los derechos a la mujer.
Benjamín pidió la mano de Virgelina sin haber hablado con ella , Don don Germán y doña Clotilde aceptaron gustosos la solicitud del pretendiente pues su hija era una carga y un riesgo para la familia, así que sin más preámbulos una mañana muy tempranito Virgelina y Benjamín contrajeron matrimonio y se fueron a vivir a una humilde casa en la entrada del pueblo..
Las tias del pequeñín lo acogieron en su casa y con ellas creció Aicardo mientras Virgelina ajustaba tres hijos con Benjamín que bautizaron con los nombres de Gilberto, Aura y Hernando. Desgraciadamente los pequeños quedaron huérfanos desde la tierna infancia pues Virgelina murió víctima de un cáncer y fue Benjamín quien se encargó de la crianza de sus hijos.
Pasaron los años y Aicardo, convertido en un gallardo y distinguido caballero, hizo carrera como funcionario de la Aduana nacional en límites con el Ecuador. Pese a la distancia Aicardo mantuvo lazos afectivos y solidarios con sus medios hermanos a quienes visitaba en Quinchía en las fechas navideñas. La llegada de Aicardo Mejía era una novedad, era como la visita un general con su uniforme , el porte militar y la pipa cuyo aroma exquisito impregnaba las callejuelas empedradas del poblado del Gobia. Aicardo Mejía Tobón fue la admiración de los quinchieños y el príncipe azul de las quinchieñas solteras y hasta casadas que se desvivían por atenderlo y llamar su atención.
Pero en diciembre de 1945 Aicardo no visitó a sus hermanos y a mediados de enero se supo que había sido asesinado por un indio borracho en Mercaderes, Cauca, al tratar de impedir una riña, dejando una compañera y una niñita de dos años.
Después de esa tragedia, Benjamin Montoya y su familia salieron de Quinchía y se trasladaron a Santuario donde Hernando, el hijo menor, estableció una fragua donde fabricaba chapas, rejas, herramientas y herraduras, en tanto su padre atendía una tienda de abarrotes, Gilberto, el mayor, se convertía en chofer y Aura, una bella jovencita de ojos garzo, bordaba, cosía y remallaba medias de seda.
En 1949 entró la violencia a Santuario, Caldas, los violentos de Apía hicieron invivible la población y desplazaron a la élite de esa comunidad culta y progresista.; eran los tiempos de Alejandro Uribe, el senador descalzo, quien contaba con Hernando, de apenas 17 años de edad como uno de sus m{as activos lugartenientes.
Chulavitas y “pájaros” ensangrentaron las calles de Santuario, la lista de muertos crecía sin que el Estado ni la Iglesia ni los dirigentes conservadores detuvieran los asesinatos. Una tarde de 1949, amparado por la impunidad un asesino se agazapó en un zaguán, esperó a Hernando Montoya y le voló la cabeza con una escopeta de cañón recortado.
La desgracia de la familia Montoya no paró allí, pues meses después del asesinato de Hernando, el novio de Aura cayó del caballo camino a la finca y murió al golpear la cabeza en una roca, dejando a la pobre muchacha con el vestido de boda.
El peligro arreciaba, en 1949 hubo 63 asesinatos en el municipio y entonces Benjamín, decidió alejarse de Santuario y se dirigió a Pereira; pero la situación allí era igualmente crítica pues la pequeña ciudad estaba atestada de desplazados por la violencia que ocupaban lotes y veredas, calles y aceras; no había trabajo y no cabía una tienda o un negocio más; los vendedores inundaban la plaza, la prostitución estaba disparada y el hambre y la necesidad eran las cartas de infinidad de padres de familia dedicados al rebusque y amenazados por los “pajaros” del norte del Valle. Ante tales circunstancias y lleno de necesidades Benjamín regresó a Santuario creyendo que por su edad avanzada y su neutralidad política los matones lo dejarían en paz, pero no fue así, los antisociales le pusieron fecha a su lápida, eso todo el mundo lo sabía en Santuario, menos Benjamín y sus parientes.
Benjamín montó un pequeño negocio al lado del cuartel de policía y nada señalaba el peligro inminente, u na tarde alguien le solicitó un paquete de cigarrillos Pielroja, el viejo dio la espalda para dirigirse a un estante y el supuesto comprador desenfundó un revólver y asesinó al anciano.
El resto de la familia Montoya se dispersó: Aura, la monita ojizarca, viajó a Los Angeles, USA, donde se jubiló en una empresa gringa y Gilberto se radicó en Pereira donde se jubiló como empleado de la gobernación de Risaralda. Gilberto murió y aún sobrevive la monita que en medio de las lagunas de los años recuerda a Benjamín, a Aicardo, a Hernando y al amor que apenas alcanzó a tocar su puerta.
Que descripción tan clara, tan precisa y dolorosa imagen de la violencia que muchos han eludido admitir.
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