MALAS HORAS

CON LA CRUZ A CUESTAS

Alfredo Cardona Tobón




Esa pesadilla fue tan real  que  pensé al otro día que en verdad la había sufrido al lado de mi esposa Edith Angélica, fallecida meses atrás..Yo había vivido experiencias traumáticas en la violencia política de los años cincuenta: ataques, asesinatos y  desplazamiento... pero mi esposa Edith Angélica no estaba acostumbrada a las  atrocidades que  anestesian a los colombianos. Así que esa noche de 1990,  que revivió en la pesadilla,  para mi  había sido  inquietante pero para ella había sido tenebrosa y horrible..

Yo nací en un poblado violento  y   Edith   en Trinidad, una pacifica localidad sanjuanina, en el norte argentino , de donde pasó a  un plácido barrio de Godoy Cruz en la provincia de Mendoza de vida llana, tranquila, sin afanes, sin ladrones, sin peligro alguno. Esto explica el impacto que le  causaron las rejas en las ventanas y tragaluces de  Medellín y las puertas con cerrojos,  pues en  su tierra las dejaban  entreabiertas  en los tiempos de verano.

Recién llegada a Colombia, en la primera salida a la capital antioqueña, Edith  se aventuró por la carrera  Carabobo y en medio del barullo  le robaron el radio que acababa de comprar. Envuelta en  un mar de llanto regresó al apartamento y entre  sollozos contó su primera experiencia con los ladrones paisas y le dolió del desamparo al ver que no podía recuperar lo perdido.

Pero ese no iba a ser el único robo que le hicieron,  pues meses más tarde en Duitama, Boyacá, en la galería le hurtaron  la plata del mercado y del pasaje teniendo que acudir a  un alma caritativa para pagar el colectivo que la llevara de regreso al campamento de Paz de Rio  en Belencito.

Años más tarde estábamos en Quinchía, Risaralda, en una de las tantas quijotadas que  emprendimos y  nos acercaron a la gente; era un domingo y como cosa extraña vimos que en vez de los dos o tres amigos que generalmente  nos acompañaban, en esta ocasión un grupo  no se despegaba de nosotros.

¿ Qué sucede? – les preguntó Edith.

“El  político tal, los amenazó de muerte - contestó un amigo- pero eso no sucederá porque tendrán que hacerlo  sobre nuestros cadáveres”-  . Fue entonces cuando Edith Angélica Bustos , que en su vida no había recibido una amenaza, se vio  inmersa en el turbión atroz de nuestros males, todo porque un cacique  pueblerino pensaba que le estábamos socavando el  poder. que lo mantenía en la Asamblea de Risaralda.

EN  LA CUEVA DEL DIABLO

En mala hora nos metimos en la ventolera de la caficultura y  llegamos a un sitio donde lo primero que hacían los policías recién llegados era presentarse a los “lavaperros” que dominaban el pueblo. Había una barrita de matones que disponían de la vida y bienes de la comunidad sin que nadie los detuviera. Se sabía cuantos habían asesinado, las circunstancias y causas y sin embargo ellos seguían campantes sin quien los detuviera durante el nefando gobierno del presidente César Gaviria.

Estabamos cubiertos por familia y por amigos y pensamos que estábamos al márgen de los malos sucesos, pero un día  día llegaron tres sujetos y tocaron la puerta de la  casa que ocupábamos en Balboa y me pidieron las llaves del campero.-

Es para un trabajito- me dijeron  y agregaron: “ Esté tranquilo, pues apenas lo hagamos le devolvemos el carro”.

-- No puedo prestárselo - les contesté-  sin mediar las consecuencias a un lado y otro de la barrera- lo necesito para sacar un café de la finca- atiné a decir sin mucho convencimiento.

Los tipos esos no agregaron más, estaban viendo si yo  estaba dispuesto  a colaborar en sus delitos, así que  simplemente dieron la vuelta  mientras yo cerraba la puerta  y Edith se recostaba pálida como una azucena en el sofá de la sala; semanas después  un encapuchado llegó a una de mis fincas  y escogió un ganado  que habría que llevar  al pie del embarcadero y que por alguna circunstancia no se robaron,  mientras en otra, que teníamos en la parte alta del municipio,  boletearon al mayordomo y lo hicieron salir precipitadamente.. 

Pero ahí no paró el problema, pues un antisocial que había asesinado al chofer de la alcaldía frente a mi residencia nos obligaba a Edith y a mi a desocuparle la acera para que protestáramos y se le diera un motivo para agredirnos, después  el antisocial nos intimidaba con indirectas  cuando nos acercábamos a la Cooperativa de Caficultores

El bandido ese nos  “sicosió” en tal forma que lo veíamos por los cafetales e imaginábamos que nos estaba atisbando desde las sombras. Diez perros nos acompañaban en la finca de Cristales  y tanto Edith como yo estábamos armados, pero ni los perros ni los revólveres  atenuaban nuestra intranquilidad, era imposible dormir en ellas, pues los ladridos nos parecían señales de ataque  y el silencio  parecía preludio de lo peor. Así que  apenas íbamos a dar vuelta a los trabajos y a sacar  el café para la venta.

Durante veinte años tratamos de vender las  propiedades,  hasta que por fin conseguimos un comprador de la misma zona. Después supimos que  habíamos estado en la mira de algunos  antisociales  que amenazados por uno de los capos poderosos, que por alguna razón nos estimaba, nos habían respetado durante todos los años que vivimos en esa cueva del demonio.

Mi esposa desde el cielo parece susurrarme que olvide el pasado y los malos momentos, , pero es muy difícil, da rabia  que los antisociales que  han amargado a la gente de bien continúen impávidos las  calles sin que haya justicia que les haga pagar sus atropellos. Cuantos quisieran gritar y señalar a los “malosos” pero nada se lograría  mientras este país abrumado por la corrupción y la impunidad   continúe con  una  cruz a cuesta que lo agobia y le impide levantarse.


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