LAS MALDICIONES*

FUMANCHÚ Y CHUCHO  RAMIREZ

 

Alfredo Cardona Tobón

 


En  la historia del occidente caldense  abundan  acontecimientos que tienen que ver con curas y con sotanas; unos  son dechados de  santidad y  abnegación  y otros  muestran  lo que no debieron ser los ministros del culto.  Dentro de una iglesia permeada por la politiquería y el fanatismo hubo de tod,  como lo muestra Juan Ramón Valencia Montes  en sus memorias, de esas crónicas   rescatemos dos episodios.  en uno el padre Naranjo maldice un bandido y en la otra el padre Villegas la emprende contra una víctima. En la primera obra la justicia divina y en  la última  nuestro Amo se hizo el desentendido.

 

Empecemos, pues, las historias: Por allá en  1949 a las diez de la mañana de un sábado sin fecha,  uno de los “pájaros” que tenían asolada la población de Belén de Umbría y  se le conocía por Fumanchú por su cara de  chino, vio en la plaza  de la localidad a un jovencito de unos catorce años que esperaba un vehículo que lo llevara a la carretera central donde abordaría un bus de la Flota  Occidental con destino a Medellín.

 

Alguien le dijo al  Fumanchú que el muchacho en  mención  era hijo de un ciudadano liberal  y  había venido a dar vuelta a una  finca  abandonada por su familia  ante la presión de los violentos. El antisocial se acercó al  jovencio  y sin mediar palabra le propinó  un balazo en una pierna. El herido retorciéndose del dolor se recostó en el prado del parque sin que un alma lo  auxiliase y  Fumanchú  se sentó en un escaño muerto de la risa como si el atropello fuera una gracia. Un samaritano caritativo  se dio cuenta de la tragedia del  jovencito  y sin temor al bandido recogió al herido, en un carro lo trasladó a Pereira y avisó a los familiares de Medellín para que viajaran a auxiliarlo.

 

Fumanchú siguió como si nada, sin autoridad ni ley que frenara sus abusos. El padre Naranjo se enteró de lo sucedido y al otro día, que era domingo, subió al púlpito e indignado se arrodilló ante el Santísimo y maldijo a Fumanchú, en nombre de Dios, poderoso y eterno.

 

El  viernes siguiente llegó a Belén de Umbría un pelotón de soldados adscritos al Batallón San Mateo y bajo el mando de un sargento iniciaron una operación de desarme. En esas estaban cuando se toparon con Fumanchú  armado con dos revólveres sin salvoconducto. Los soldados trataron de requisar al  “pajaro”  y el Fumanchú   trató de echar mano a sus” fierros”  con la intención de agredir a los uniformados. Un  soldado reaccionó  y disparó su fusil destrozándole el  fému; .

Fumanchú cayó sobre un charco de sangre y nadie se movió para auxiliarlo; al  final  otro “pájaro” de Belén, apodado el  “Ciego Vasquez”  recogió al bandido  y lo llevó a Pereira.

 

En el hospital San Jorge de Pereira, su director, que era un exilado de la violencia, conocía el prontuario criminal de Fumanchú  y no movió un dedo para ayudarlo, entonces siguieron con el matón hacia Manizales donde tampoco lo atendieron. En vista de esto  lo remitieron  nuevamente a  Belén de Umbría,  pero ya era tarde,  el antisocial estaba invadido de gangrena y murió en medio de indecibles dolores  cumpliéndose  la maldición del  padre Naranjo y el adagio que dice que ”  quien a hierro mata a hierro muere”

 

OTRA MALDICIÓN.

 

Al contrario del padre Naranjo, conciliador y pacifico, el sacerdote  Francisco Villegas fue un promotor de la violencia y como tal encendió el odio contra los liberales en la parroquia de Ansermaviejo. Un día de septiembre de  1949 el padre Villegas viajó a Pereira a cumplir con algunas diligencias eclesiásticas y entró al café Sport, situado en el Parque Bolívar,  a tomarse un tinto en compañía de un amigo.

 

El padre Villegas no sabía que al café Sport acudían los refugiados políticos del occidente caldense, entre ellos Jesús Ramírez, uno de los desplazados de Anserma, quien al ver al cura se le acercó enfurecido  señalándole con el dedo y gritando:

 

“¡Miren al  chusmero más grande de Anserma¡ al mayor difamador, al godo más malo y asesino de Anserma¡”

 

El café Sport se paralizó; los clientes dejaron las mesas y  rodearon al padre Villegas que muerto del miedo y pálido como una azucena dejó los diez centavos de los tintos y salió a paso largo dirigiendo su rumbo al Palacio de la Curia Episcopal,  donde lo auxiliaron hasta que el eclesiástico recobró los colores y pudo respirar normalmente al pasar el susto.

 

En la misa mayor del domingo siguiente  el cura Villegas narró con aumento los sucesos del café Sport , en el púlpito  se quejó del desacato contra un ministro de Dios y maldijo a Chucho Ramirez, diciendo que se le podriría la lengua por acusar falsamente a un sacerdote.

 

La maldición del cura Naranjo se cumplió con Fumanchú como narró Ramón Valencia; , pero no con Chucho Ramírez que murió de viejo y con la lengua incólume. Dijeron los  feligreses que  la primera maldición se ajustaba a la justicia y en la última nuestro Amo desoyó al cura Villegas y  archivó su anatema..

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios