OSCAR HENAO Y
LA COFRADÍA DE LAS VACALOCAS
Alfredo Cardona Tobón
A lo largo de su extensa y meritoria existencia el
riosuceño Oscar Henao Carvajal ha estado rescatando las manifestaciones
culturales de su comunidad, que no son pocas en un municipio, que sin duda
alguna, constituye lo más genuino en el
departamento de Caldas.
Oscar Henao se ha adentrado en la coquetería del
piropo, ha entonado un réquiem por los fantasmas, descorrido el pretérito de la
plaza de San Sebastián y la historia de la plaza de la Candelaria, ha
acompañado comparsas y matachines del Carnaval, ha libado guarapo con el Diablo en Sipirra y agua endemoniada en
Quiebralomo.
Ahora, en plena pandemia del Corona Virus Oscar Henao
se le apuntó a las vacalocas, que son manifestaciones culturales con raíces en lo más
profundo de las aldeas castellanas o asturianas
y ramas en los pueblos mestizos de la zona andina.
“ Meterse en la vacaloca” es un refrán que
significa estar en una pelotera. o en un problema mayúsculo, o en
enredos y dificultades difíciles de resolver; porque donde aparecen las
vacalocas todo es caos, burullo, gritos, ayes y
montoneras.
A quienes no conocen
las vacalocas, hay que
explicarles que una vacaloca es un
armazón hecho con cañabravas y varillas de madera que simula el cuerpo de una
res al que se agregan dos cachos y una cola llena de tunas y pringamosa y se
cubre con un cuero o una lona . Ese armatoste va sobre los hombros del
vacaloquero, o sea encima de un arriesgado que conduce el esperpento con teas encendidas en los cachos y chorrillos y silbadores prendidos en los
flancos. Es un monstruo de candela que
revuela en la plaza, embiste a los toreros y picadores, echa chispas por todos
lados, hace correr a los viejos, es el goce de la muchachada y el espanto de
las viejas con gota que ven llegada su última hora.
La vacaloca obra sola o en manada, depende de la
intensidad de la fiesta que nada tiene que envidiar a una becerrada en la Plaza
del Soldado en Manizales o una corrida de postín en la Santa María del Bogotá, solamente
que no hay banderillas ni espadas, a la
vacaloca no la matan y termina
incendiada en cualquier rincón.
Las vacalocas son una entretención que se adosa a las
fiestas religiosas y una tradición, que en Riosucio, según afirma don Gersain
Betancur, viene de mitad
del siglo XIX, cuando el padre
Manuel Velazco organizó unas fiestas patronales con comparsas de ángeles y
demonios y entre ellos un diablo echando
chispas y candela.
La vacaloca riosuceña nada tiene que ver con los
carnavales, es parte de las fiestas patronales de la Virgen de la Candelaria que se suma a las tradiciones de la Perla del Ingrumá. Es de anotar
que también hay vacalocas en Quinchia, en Supía, en la fiesta de San
Lorenzo en Caldono, Cauca, en Calendaria, Atlántco, en Santander de
Quilichao y otras poblaciones colombianas, lo que permite concluir que la vacaloca es ajena y se adehesó entre los
nuestros.
En un libro sobre las vacalocas editado a fines de
2020, Oscar Henao recoge escritos de varios autores y los sazona con
apuntes de su propia cosecha. Yo me quedo con las notas de Oscar
Henao, con su ají y su “Picardía” que me
devuelven a la niñez al pie del
cerro Ingrumá, al deleite con los deliciosos “gauchos” de don Luis Vinasco, los paseos a “Ojo de Agua” y las series del
“Capitán América” en el Teatro Cuesta.
Son inolvidables los remates de la fiestas decembrinas
y la toreada de la vacaloca, un término
que acuñaba risas y burlas, pavor y osadía al enfrentarse a un monstruo con
cachos de fuego y chorrillos por los costados, que embestía a la masa
enruanada que se disgregaba y volvía a agruparse para evitar los embates
y retar al peligro. Milagrosamente solo había contusos y
aporreados, pues el vacaloquero tenía el cuidado de no
quemar ni atropellar a la concurrencia;
don Oscar solo habla de un vacaloquero “maloso”
que gozaba pitoneando al que alcanzara. Por ello lo llamaron “Veneno ”.
y su mala intención quedó estampada en los anales de esa fiesta de chispas.
En la actualidad los espectáculos pirotécnicos
iluminan las noches con estallidos de color
y fantasía que se observan a distancia. Antes eran cercanos y se
matizaban con música. Para rematar el espectáculo en algunas localidades había una corraleja con varias vacalocas , con
cuadrilleros y torero. En medio de la batahola aparecían los espontáneos que halaban la cola y ponían zancadillas al
vacaloquero, un osado varón fogueado muchas veces en la lid y experto en correr
entrea la candela sin perecer en el
intento.
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