Alfredo
Cardona Tobón*
Con
lo que vi en un sueño y lo que me contó una tarde mi tia Inés Amelia armé este
articulo que tiene mucho de cierto y alguito,
no muy importante, de imaginación.
“No
era capaz de volear machete, ni aserrar, ni cargar una mula.. era en resumen un bueno
para nada”- Ese era el concepto que tenían los parientes sobre mi bisabuelo
paterno en Palocabildo, una vereda en territorio de Jericó en Antioquia.
Estaba
terminando el siglo XIX y quien no fuera militar, clérigo, arriero o dueño de
tierras con muchos peones, era uno de tantos como mi bisabuelo Rafael Cardona Obando, ajeno a la curia y a las milicias, su oficio era el de maestro de primeras
letras con baja paga y escaso ascendiente sobre el grueso contingente de
colonos alpargatudos que les bastaba
con saber firmar y manejar los rudimentos matemáticos de las sumas y las
restas..
Rafael
sin ser enamorador ni guapo sabía tocar guitarra y con el zurrungueo y las
serenatas conquistó el corazón de Rita
Murillo, una campesina descendiente de
los fundadores de Jericó, Támesis y
Palermo. De esa conjunción de
Ilustración y Rosario, de pupitres y cayanas nació Juan de Dios Cardona
Murillo, mi abuelo paterno, un campesino recio sin pergamino, ni obispos en la familia, quien se echó encima el fardo del
matrimonio junto a Rosa Amelia Salazar, una zarca que animosa trajo al mundo a
mi papá Luis Ángel, a Inés, Ana María, Antonio, José, Jesús, Maruja, Marcos y
Virgelina.
A
Juan de Dios, al contrario de Rafael, le
gustaba el dinero y los negocios y con el apoyo de Rita, que levantaba
marranos, gallinas y completaba con costura, compró una finca en
Palocabildo y montó una fonda que surtía
con un camión de su propiedad que
llevaba maíz y plátanos a Medellín y volvía
a Jericó con mercancías.
En
la guerra de los Mil Días, el abuelo Juan de Dios se había librado del reclutamiento al
tirarse por un voladero y huir de sus captores; pero no pudo escaparse de la crisis económica de los años treinta del
siglo pasado que arruinó a medio mundo. Como el
viejo era un hombre honrado y cumplía con los compromisos realizó lo que tenía para hacer frente a los acreedores y responder por la
mercancía fiada; así perdió la tierra,
la fonda y el camión que manejaba mi papá Luis Ángel Cardona Salazar.
Con lo poco que se pudo reunir, la familia emprendió viaje por la trocha de Macanas en la zona fría de Riosucio y llegó a pie a la población de Ansermaviejo donde unos parientes les dieron cobijo en una de sus fincas. El bisabuelo materno Nacianceno Salazar con su esposa Naciancena Osorio también emigró a Ansermaviejo junto con sus hijas Rosa Elvira y Rosa Adelfa y su hijo Ramón. Las muchachas, rubias y de muy buen parecer, no tardaron en formar un hogar al igual que Ramón. La primera se radicó en Ansermaviejo y la otra en la vereda La Pielrroja de San Joaquín, donde también abrió una finca su hermano Ramón.
Mi abuela Rosa Amelia Salazar falleció en un parto y la familia quedó al garete: los muchachos volantones se regaron por la geografía y las jovencitas, todas ellas bonitas, consiguieron marido y se instalaron con sus consortes en Anserma, Belalcázar y Medellín. Juan de Dios no tardó en casarse nuevamente e instalarse en una pequeña parcela por los lados de Cauya en Ansermaviejo.
Mientras su padre se dedicaba a la fina, Luis Ángel , su hijo mayor, manejaba uno de los carros de “Pocholo” en Anserma y como tal tuvo el honor de ser uno de los primeros choferes que entraron a Quinchía cuando en 1925 abrieron el ramal entre La Ceiba y la zona urbana del municipio.
ALGUNAS
HISTORIAS
Papá
Luis Ángel ancló en Quinchía y allí unió su vida a Judith Tobón, una dama del
ramillete de las hermosas hijas de Germán Tobón Tobón. Luis Ángel fue el
pionero del transporte en ese pueblo, el
primero en llevar un bus escalera y un bello carriol que transportaba los días
domingos a los campesinos hasta el sitio de La Ceiba, en un “bambuqueo” que
constituía la mayor atracción de la gente humilde que pagaba por una vuelta en
carro.
Luis Ángel viajaba con el bus escalera semanalmente a Medellín con la producción de aguacate y harina de yuca de Quinchía. Le confiaban los productos que negociaba en la capital antioqueña para entregar el dinero a los productores que rara vez lo acompañaban confiados en su honradez acrisolada. Mi padre no dejaba a nadie a la vera del camino llevara o no dinero; por ello lo querían y lo seguían en sus campañas a favor del líder Jorge Eliecer Gaitán, pese a las consignas de los notables de la población que detestaban al caudillo liberal.
Mientras Luis progresaba económicamente, su esposa Judith trabajaba por su cuenta una finca en la vereda Currumí donde cultivaba fríjol y yuca, pero un día, como había sucedido en Palocabildo, cambió el destino: La violencia política ensangrentó a Quinchía y Luis Angel con su esposa y sus hijos Alfredo, Oscar, Norma y Mariela se vio obligado a dejar casa y pertenencias para salvar sus vidas y sin un centavo viajar en derrota a Medellín a buscar otros caminos.
Judith Tobón VargasEn
Pereira el hogar de Luis Ángel Cardona y Judith Tobón se completó con Martha
Lucía y a partir de la Martuchita empezaron a correr nuevos
recuerdos, enlazados en una
u otra forma con los ancestros campesinos cuyas historias quedaron grabadas
en mi niñez, entre ellas las brujas, que según mi tía Inés, volaban desde unas
peñas de Jericó hasta las riberas del
Cauca; o aquella de mi papá Luis Ángel que aseguraba haber visto al demonio en forma de perro echando fuego por la boca o
esa otra donde juraba que siendo jovencito una hechicera lo había sacado de la
cama para dejarlo abandonado en un rancho en ruinas.
A Palocabildo llegaron los primeros pobladores de la zona, los García, Arango y Cardona se multiplicaron y con nuevos inmigrantes en 1850 se trasladaron al sitio donde se levanta Jericó, la patria chica de la madre Laura. El pequeño caserío se estancó en el tiempo y mientras crece Jericó, Palocabildo pelecha entre sus recuerdos.
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