Alfredo
Cardona Tobón*
A
las once de la mañana del dos de octubre de 1828 un toque de corneta
acompañó el repique de las campanas de
los templos de Santa Fe de Bogotá
poniendo en marcha un aterrador cortejo precedido por el crucifico de
los agonizantes.
El
sonido estridente de los tambores y cornetas saludaron la siniestra procesión. El coronel Ramón
Guerra vestido con uniforme militar escuchaba las preces del padre Margallo en
tanto que José Prudencio Padilla, ajeno a las oraciones avanzaba altivo con sus distintivos de General de División.
Eran
dos héroes de la Patria que iban camino al sacrificio condenados por
una justicia torpe y acomodada que
quería mostrar una falsa fortaleza a costa de dos valerosos ciudadanos, a
quienes jamás se les comprobó su
participación en el atentado septembrino
contra el Libertador Simón Bolívar.
El
general Padilla era un hombre de pueblo, un mulato humilde que llevaba en sus
venas la sangre de los indomables guerreros africanos que no doblaron jamás la
cerviz ante los infortunios. Guerra pertenecía a rancias familias granadinas
que le habían prestado innumerables servicios a la República y cuya esposa
arrodillada ante Bolívar había pedido clemencia recibiendo el desprecio y un
sórdido” quite de aquí esta mujer”, proferido en mala hora por el caraqueño.
Los
dos condenados a muerte pasaron frente a la tropa formada en la plaza y en
medio de la congoja de muchos se les condujo al pie de los banquillos de
ejecución. Despojaron al coronel Guerra de las insignias militares y luego lo
hicieron con Padilla. Al terminar la degradación los dos militares en camisa tomaron asiento en los banquillos y
esperaron la muerte en medio de un
silencio pavoroso.
Padilla
no permitió que lo vendasen y mientras
lo ataban al infame poste de ejecución gritó con voz de trueno: Viva la
República¡- ¡ Viva la Libertad¡-
palabras que habrían golpeado la conciencia de los victimarios si
hubiera existido un ápice de dignidad en sus corazones.
A
la primera descarga quedó muerto el
coronel Ramón Guerra y otra descarga acabó de destrozar al valeroso marino que selló la independencia de Sur América en
la batalla naval del Lago Maracaibo.
Para
rematar la vileza la tropa del régimen bolivariano colgó los cadáveres en dos
horcas preparadas de antemano. Fue un espectáculo atroz comparable a los
ejecutados por Pablo Morillo y por los mismos patriotas contra los vencidos en
San Juanito y en el Puente de Boyacá.
“Los
hermanos de la Veracruz” descolgaron los despojos mortales de los próceres en
medio de una violenta tempestad. Nada más conmovedor que aquellos dos cadáveres
empapados que chorreaban sangre sobre la espesa capa de granizo al pie de las
horcas, que allí quedaron esperando nuevas víctimas del proceso oficial.
Las
acciones contra los autores del atentado septembrino se convirtieron en una cacería de brujas,
pues no todos los supuestos implicados eran culpables y hubo culpables que pese
a las evidencias fueron declarados inocentes.
Padilla nada tuvo que ver con el atentado, estaba
prisionero en un cuartel acusado de
haberse levantado en armas contra el gobierno en Cartagena y por ello privado
de la libertad por el general Montilla.
Fuera de esto cuando los
amotinados septembrinos quisieron liberarlo para que se pusiera al
frente de la rebelión, Padilla no los siguió y regresó a su celda después que los amotinados asesinaron
vilmente al coronel Bolívar, encargado
de la custodia de Padilla.
¿QUIÉN
FUE JOSÉ PRUDENCIO PADILLA?
Fue
un hombre humilde, nacido en Riohacha en 1778 en el seno de un hogar honorable y pobre de origen jamaiquino.
Muy joven huyó de su casa debido al carácter violento de su padre y se hizo a
la mar. Fue mozo de cámara en la Marina española, combatió en Trafalgar y allí
cayó prisionero de los ingleses junto con Pablo Morillo, el “Pacificador” de la reconquista española
de la Nueva Granada.
Se
pactó la paz entre España e Inglaterra y Padilla regresó a la ciudad de
Cartagena donde participó en los sucesos del once de noviembre de 1811 cuando
el puerto amurallado declaró la independencia de la metrópoli.
Padilla
se unió a las fuerzas patriotas y en
1814 capturó una fragata española frente
a la costa de Tolú, en una acción que se considera como la primera en la
historia militar de la marina colombiana y le valió su ascenso a alférez de
fragata. Cuando las fuerzas de Morillo atacaron a Cartagena, José Prudencio luchó contra el
invasor y al caer la plaza se retiró a Jamaica con otros combatientes para
integrar la expedición de Los Cayos y pelear
bajo el mando del almirante Brion en las Antillas y a las órdenes de Montilla,
en Santa Marta y en Riohacha.
En 1819 participó en la campaña de Casanare y el
24 de julio de 1823 tras el cruce heroico de la barra de Maracaibo se apodera
del lago y desbarata la fuerza naval española facilitando la captura de la
ciudad de Maracaibo y la toma de Puerto Cabello. Por esta acción el gobierno
republicano lo asciende a General de
División, le otorga una medalla de oro, una cinta celeste con la leyenda
“Colombia al General Padilla. Año de 183" y
le asigna una pensión anual de tres mil pesos que jamás cobró y que discsriminatoriamente era muy inferior
a la señalada para otros oficiales que participaron en la campaña del Zulia.
Padilla
fue una figura importante en la política de Cartagena, pero el color de su piel
fue una limitación, pues las élites del puerto rechazaban a los
afrodescendientes a quienes impedían llegar
a cargos de alta jerarquía para evitar
lo que ellos consideraban como el
establecimiento de la “pardocracia”, que los llamados blancos, incluyendo a
Bolívar, miraban con horror al ver la
guerra de clases en Haití y en Venezuela.
El
fervor popular llevó a Padilla hasta el Senado de la república y aumentó el
malestar de los enemigos del bravo general.
La situación de Padilla se complicó con las acusaciones del general
Montilla, intendente del departamento del Magdalena, sobre las intenciones del general mulato de
una guerra de razas, señalando su apoyo a los exilados negros que apoyaron la
reconquista dominicana en la guerra de Santo Domingo con Haití.
“La
espada que empuñé contra el rey de España- dijo Padilla- esa espada con que he dado a la Patria días
de gloria, esa misma espada, me sostendrá contra cualquiera que intente abatir
a mi clase y degradar a mi persona.”
Esa
defensa a su dignidad y a su gente fue lo que no aceptaron sus contradictores
que por negro y por rebelde lo llevaron al cadalso olvidando sus servicios a la
patria y haberse convertido en el “Nelson colombiano” que cerró con honor la
epopeya libertadora de América.
Leí su último artículo titulado "El Almirante Jose Prudencio Padilla". Le cuento que he tenido en mis manos artículos sobre temas similares, pero ninguno fue tan claro o tan relevante como el suyo.
ResponderEliminarEspero seguir contando con sus artículos por mucho tiempo.