Alfredo Cardona Tobón
A principios del siglo XX una recua de mulas cargada con café sale de Manizales, pequeña ciudad de 24.000 habitantes; tres caminos la llevan a las tierras bajas, a cual más peligroso y lleno de obstáculos; toman la vía de Moravia y a varios días de sortear tragadales, la partida llega a la estación del tren de La Dorada.
Los arrieros descargan los animales y los coteros van arrumando los bultos en el depósito de la compañía inglesa para luego llevarlos a las bodegas de un barco de la misma compañía que los llevará a un puerto de la Costa Atlántica, si el nivel del agua lo permite, o se recalentarán durante semanas dentro del barco en tiempos de sequía.
Si la embarcación no se vara en un arenero y no fallan las máquinas, por fin llega al océano, bajan los bultos de café y en canoas lo embarcan de nuevo en un navío que cruzará el Atlántico rumbo a Norteamérica o a Europa.
HACIA EL OCEANO PACÍFICO
Otra recua de bueyes sale de Manizales hacia Buenaventura; van más de cincuenta animales lentos y ‘pachochos’ pero más seguros y fáciles de manejar; no tienen los resabios de las mulas, que aprovechan el primer descuido para desviarse a comer yerba o se hacen las cansadas en cualquier recodo del camino.
Tras cinco días de navegación por el río Cauca el barco llega a Puerto Isaacs, se vuelve a cargar el café en mulas y empieza otro recorrido azaroso y lleno de peligro en medio de montañas eriazas que lleva la partida hasta la estación de Córdoba en el trayecto entre Cali y Buenaventura.
Los arrieros de la región además de dominar las mulas eran macheteros y guapos. Fue famoso Pedro Benjumea, un jayanazo de dos metros de altura, capaz de levantar una mula cargada. Cuenta la leyenda que Benjumea bajaba de Balboa y Santuario con enormes partidas hasta las orillas del Cauca. Después de descargar el café departía con sus amigos hasta muy entrada la noche; nadie se atrevería a viajar en las sombras con decenas de mulas y menos por la trocha de La Giralda, plagada de espantos y almas en pena; solamente lo hacía Pedro Benjumea.
A La Pintada llegaba también el café de Riosucio y Supía, que pasaba en planchón con mulas y carga para llevarlo por ferrocarril hasta Puerto Berrío donde con el café del norte de Caldas y el de Antioquia se embarcaba por el río Magdalena.
CABLE Y FERROCARRILES
Con la demanda de carga, los empresarios ingleses complementaron el ferrocarril de La Dorada con un cable aéreo que enlazó la estación de Mariquita con Manizales. Por su parte, el departamento de Caldas construyó otro cable que conectó su capital con el sitio de Muelas en cercanías de Aranzazu que transportó gran parte del café del norte de ese departamento
El Ferrocarril de Caldas arrancó en Puerto Caldas, a orillas del río La Vieja, llegó a Pereira, un ramal lo unió con Armenia y otro con La Virginia. Atrás quedaba la época de las trochas camineras y Pereira desplazaba a Manizales en el comercio del café, pues hasta su estación de tren llegaba el grano del occidente y del centro de Caldas.
Cuando por fin el tren llegó a Manizales, el afán no eran las ferrovías sino las carreteras y Pereira y Armenia llevaban la delantera en ese sentido. El ferrocarril quebró las empresas navieras y a muchos dueños de recuas, pero el esplendor de las locomotoras no duró mucho, pues la burocracia y los malos manejos, más que los camiones, se encargaron de anular la obra que tanto esfuerzo y dinero costó a los colombianos.
A principios del siglo XX una recua de mulas cargada con café sale de Manizales, pequeña ciudad de 24.000 habitantes; tres caminos la llevan a las tierras bajas, a cual más peligroso y lleno de obstáculos; toman la vía de Moravia y a varios días de sortear tragadales, la partida llega a la estación del tren de La Dorada.
El aire reverbera, parece que mulas y arrieros estuvieran sumergidos en
una chocolatera hirviente y cuando la locomotora pita y rechina sobre los
rieles, el perrito trompinegro que acompaña al caporal, huye despavorido con la
cola entre las patas y se pierde para siempre en el rastrojero de las riberas
del río Magdalena.
Los arrieros descargan los animales y los coteros van arrumando los bultos en el depósito de la compañía inglesa para luego llevarlos a las bodegas de un barco de la misma compañía que los llevará a un puerto de la Costa Atlántica, si el nivel del agua lo permite, o se recalentarán durante semanas dentro del barco en tiempos de sequía.
Si la embarcación no se vara en un arenero y no fallan las máquinas, por fin llega al océano, bajan los bultos de café y en canoas lo embarcan de nuevo en un navío que cruzará el Atlántico rumbo a Norteamérica o a Europa.
HACIA EL OCEANO PACÍFICO
Otra recua de bueyes sale de Manizales hacia Buenaventura; van más de cincuenta animales lentos y ‘pachochos’ pero más seguros y fáciles de manejar; no tienen los resabios de las mulas, que aprovechan el primer descuido para desviarse a comer yerba o se hacen las cansadas en cualquier recodo del camino.
Los bueyes se descuelgan por el Alto de San Julián,
atraviesan Santa Rosa de Cabal y con paso parsimonioso entonan
un concierto de mugidos al llegar al puerto de La Fresneda sobre
el río Cauca, al frente de Cartago, donde los arrieros, tan lentos
como los bueyes, descargan sin afán los bultos de café de 60
kilogramos que de inmediato se llevan al barco Cauca, que tiene capacidad
para 180 bultos.
El vapor Cauca es un barco de apenas 10 toneladas, pero hay
otros como el Mercedes, de 200 toneladas de capacidad, que no
solamente cargan café y otros productos, sino también los
pasajeros que llegan de Manizales y Pereira en viajes de placer o de negocios.
Tras cinco días de navegación por el río Cauca el barco llega a Puerto Isaacs, se vuelve a cargar el café en mulas y empieza otro recorrido azaroso y lleno de peligro en medio de montañas eriazas que lleva la partida hasta la estación de Córdoba en el trayecto entre Cali y Buenaventura.
Allí de nuevo suben el café a los vagones y el tren de carbón los arrima
a los muelles de Buenaventura, para el embarque hacia el extranjero. Fue un
viaje de centenares de kilómetros por ciénagas y pantaneros, en medio de
diluvios y el calor sofocante del trópico.
OTRAS RECUAS
El café de las laderas de Belálcazar y del Tatamá se sacaba a lomo de mula por trochas que iban a Puerto Chávez y a La Virginia. Los trayectos no eran tan largos pero estaban llenos de peligros por las fieras, la topografía y los bandidos que asaltaban las recuas.
OTRAS RECUAS
El café de las laderas de Belálcazar y del Tatamá se sacaba a lomo de mula por trochas que iban a Puerto Chávez y a La Virginia. Los trayectos no eran tan largos pero estaban llenos de peligros por las fieras, la topografía y los bandidos que asaltaban las recuas.
Los arrieros de la región además de dominar las mulas eran macheteros y guapos. Fue famoso Pedro Benjumea, un jayanazo de dos metros de altura, capaz de levantar una mula cargada. Cuenta la leyenda que Benjumea bajaba de Balboa y Santuario con enormes partidas hasta las orillas del Cauca. Después de descargar el café departía con sus amigos hasta muy entrada la noche; nadie se atrevería a viajar en las sombras con decenas de mulas y menos por la trocha de La Giralda, plagada de espantos y almas en pena; solamente lo hacía Pedro Benjumea.
“Aquí voy con el sol que más
alumbra”, decía al partir mostrando una botella de aguardiente.
A falta de un Cauca navegable, los antioqueños llevaron el ferrocarril a sus orillas para transportar el café del suroeste de su departamento y del norte de Caldas. A Bolombolo, primero, y luego a La Pintada, los arrieros de Aguadas y de Pácora llevaban parte del café de la zona y el resto del grano lo descargaban en una pequeña estación de un tren en miniatura que los paisas avispados tendieron de contrabando sobre territorio caldense.
A falta de un Cauca navegable, los antioqueños llevaron el ferrocarril a sus orillas para transportar el café del suroeste de su departamento y del norte de Caldas. A Bolombolo, primero, y luego a La Pintada, los arrieros de Aguadas y de Pácora llevaban parte del café de la zona y el resto del grano lo descargaban en una pequeña estación de un tren en miniatura que los paisas avispados tendieron de contrabando sobre territorio caldense.
A La Pintada llegaba también el café de Riosucio y Supía, que pasaba en planchón con mulas y carga para llevarlo por ferrocarril hasta Puerto Berrío donde con el café del norte de Caldas y el de Antioquia se embarcaba por el río Magdalena.
CABLE Y FERROCARRILES
Las exportaciones de café crecieron en razón directa a la extensión de
las líneas ferroviarias y estas se alargaron a medida que aumentó la producción
de café. Los caminos terminaron en las estaciones que fueron inmensos
corralones de mulas y de bueyes.
Con la demanda de carga, los empresarios ingleses complementaron el ferrocarril de La Dorada con un cable aéreo que enlazó la estación de Mariquita con Manizales. Por su parte, el departamento de Caldas construyó otro cable que conectó su capital con el sitio de Muelas en cercanías de Aranzazu que transportó gran parte del café del norte de ese departamento
.Mientras Manizales se defendía medianamente con los ineficientes
cables, se tendió una vía ferroviaria para enlazar la región con el
Ferrocarril del Pacífico que en 1923 había llegado a Cartago y se extendía
hasta Buenaventura.
El Ferrocarril de Caldas arrancó en Puerto Caldas, a orillas del río La Vieja, llegó a Pereira, un ramal lo unió con Armenia y otro con La Virginia. Atrás quedaba la época de las trochas camineras y Pereira desplazaba a Manizales en el comercio del café, pues hasta su estación de tren llegaba el grano del occidente y del centro de Caldas.
Cuando por fin el tren llegó a Manizales, el afán no eran las ferrovías sino las carreteras y Pereira y Armenia llevaban la delantera en ese sentido. El ferrocarril quebró las empresas navieras y a muchos dueños de recuas, pero el esplendor de las locomotoras no duró mucho, pues la burocracia y los malos manejos, más que los camiones, se encargaron de anular la obra que tanto esfuerzo y dinero costó a los colombianos.
Después de varias décadas parece que regresan los trenes; reverdecerán
los recuerdos y no faltarán poetas y viejos
nostálgicos que en noches de luna vean a Pedro Benjumea arriando
mulas perciban espantos por La Virginia y sientan el
bufido de la locomotora Zapata pidiendo paso, como un toro amarrado,
para borrar con sus ruedas la herrumbre de los
rieles enterrados en los cafetales.
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