DOS
CARAS DE UNA MONEDA
Alfredo
Cardona Tobón*
Manuelita Saénz Aispuro
Josefa
Sáenz del Campo y Manuela Sáenz Aispuro fueron dos hermanas medias hijas de don
Simón Sáenz, un regidor de Quito de bragueta inquieta e irreductible devoción
realista.
Manuela
nació en Quito en 1795 y quedó huérfana a temprana edad; los primeros años de su vida
transcurrieron al lado de su madre en la hacienda Catahuango donde aprendió a
cabalgar y creció libre como el viento hasta que al faltar su progenitora la
internaron en un convento de monjas en
Quito, donde además de instrucción
académica le enseñaron oficios que mucho
le sirvieron en los años difíciles de su
existencia.
A la
edad de 17 años Manuela huyó del convento con un tarambana que la deshonró a los ojos de la pacata sociedad quiteña. Josefa, por su parte, gozó de los cuidados de
su madre doña Juana del Campo, una noble popayaneja, esposa de don Simón, quien
con nobleza atendió a Manuela por temporadas, y
a pesar de ser hija extramatrimonial de su esposo la quiso como a sus propias hijas..
Manuela fue libertaria, rebelde y partidaria
de la causa republicana; Josefa fue aguerrida como su hermana media, pero
fanática seguidora del rey Fernando VII. Josefa nació en Popayán, se casó en 1803 y enviudó muy pronto; en 1807
contrajo nuevas nupcias con Francisco Manzanos, Oidor de la Audiencia de Quito,
a cuyo lado vivió en las buenas y en las malas hasta que la revolución
republicana los extrañó a tierras españolas
Manuela
se casó con el médico inglés James
Thorne, que le doblaba la edad y a quien nunca amó, pues el matrimonio impuesto
por su padre era de simple conveniencia social. Quizás el desamor y un compañero insulso
impulsaron a Manuela a abandonar a su esposo deslumbrada por la gloria del
general Simón Bolívar a quien amó con
delirio y devoción hasta la muerte.
“LA
HEROÍNA DE MOCHA”
El
10 de agosto de 1809 al conformarse la
Junta Soberana de Quito, los
rebeldes apresaron a los Oidores de la Audiencia y recluyeron a Josefa Sáenz en el convento de la Concepción por considerarla peligrosa para su
causa.
Meses
después los realistas disolvieron la Junta Soberana y asesinaron
a numerosos patriotas. El criollo Carlos Montufar enviado por la Junta
Central de Cádiz instauró una segunda
junta y para defenderse de los ataques
realistas los quiteños organizaron milicias. Una segunda Junta retomó el
poder y entonces Josefa Sáenz, como cualquier combatiente, se unió a las
huestes realistas haciendo la campaña contra los republicanos.
En
septiembre de 1812 Josefa vestida de húsar con un sable en la mano y en la otra la bandera española, entró de
primera a la plaza de Mocha, se apeó y
subió al campanario a celebrar con repiques el triunfo realista.
Después
de la victoria en el combate de Mocha, Josefa viajó a Riobamba con el comandante Toribio Montes haciendo
parte del Estado Mayor de la tropa. Bajo las órdenes de Juan Sámano lucha en la
Piedra y entra con los vencedores a Quito donde las altas autoridades realistas
a nombre de Fernando VII le conceden el Escudo de Armas en reconocimiento a su
valor y osadía.
En
1822 Sucre vence a los españoles en Pichincha y Josefa con su esposo Francisco
Manzano se embarcan rumbo a Europa y jamás regresan a América.
“LA CABALLERESA DEL SOL”
María
Joaquina Aispuro, madre de Manuela, era una patriota al igual que su familia;
quizás ello influyó para que Manuela también fuera republicana pese a las ideas
realistas de su padre. Mucho antes de conocer a Bolívar, Manuela apoyó a los rebeldes, tanto que el general San Martín la distinguió como “Caballeresa del Sol” ´por las actividades
revolucionarias en Lima.
En
Quito Manuela se acercó a Sucre y a las
tropas colombianas y apoyó su causa. En los preliminares de la batalla de Pichincha
envió víveres al campamento republicano. “Yo estoy enviando ahora mismo una
ración completa a la Compañía de la Guardia del Batallón Paya y cinco mulas
para su abastecimiento y reparar las pérdidas, escribe en su diario, no espero que me paguen, pero si este es el
precio de la libertad, bien poco ha sido.”.
Librepensadora,
buena escritora, Manuelita detestaba el fanatismo religioso y desobedecía los
esquemas sociales de su época; por eso la vilipendiaron e insultaron hasta hace
pocos años. “No sabes lo brava, inteligente, lo patriota y bella que era esa
mujer, afirmaba Juan José Vega, vestía uniforme
militar, usaba pistola, montaba a caballo
y combatió en Junín y Ayacucho. Tenía
dotes de mando y cualidades de heroína.”
Manuelita
fue ascendida a capitana en Junín y luego a
coronela de húsares, pese a la oposición de Santander que la detestaba por su influjo sobre el
Libertador. En Lima Manuelita convenció
a su hermano José María, un alto oficial realista, para que se pasara a las filas patriotas; José
María lo hizo con oficiales y soldados
del batallón Numancia, facilitando enormemente la ocupación argentina de la capital peruana. Cuando se
sublevó un batallón colombiano en Quito,
Manuelita montó en su caballo y vestida
de húsar entró pistola en mano al campamento militar y controló el alzamiento.
Al
morir Bolívar, Manuelita quedó a merced de las intrigas santafereñas. En 1834 la
expulsaron del ejército colombiano, la despojaron de todos los honores, del
sueldo y la pensión, la expulsaron del país. Viajó exiliada a Jamaica; de allí
pasó al Ecuador con la esperanza de recobrar la dote del matrimonio pues había
quedado viuda, pero le impidieron quedarse en su tierra. Así que aún vital, con
su veneración y amor por Bolívar se recluyó en Paita, un pueblito costero
peruano, donde se sostuvo vendiendo tabacos y dulces hasta su muerte en 1857 víctima de la difteria.
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