José
Jaramillo
La quejadera es uno de los deportes favoritos de la humanidad “agobiada
y doliente”. Ante las crisis, las calamidades, los grandes problemas de impacto
general…, se imponen las lamentaciones por encima de las soluciones. Es una
forma de mirar para otro lado, y evadir responsabilidades; buscar “el ahogado
río arriba”, que es lo mismo que hacerse el loco; o tratar de encontrar a quién
echarle la culpa de los eventos calamitosos. Los negativos, fatalistas e
inconformes no solo no hacen sino que no dejan hacer, estorban. Características
de algunos quejumbrosos es que no se amañan sino donde no están y no se antojan
sino de lo que no hay.
La publicidad médica ofrece tratamientos para la artritis, la obesidad, el goteo urinario, los cólicos “bajitos”, los males hepáticos y el riesgo coronario, entre muchos achaques. Para la inconformidad y las ganas de joder no se han descubierto terapias, pese a las investigaciones de universidades y laboratorios farmacéuticos. El principio fundamental y razonable para iniciar la solución de los problemas, es reconocer responsabilidades. Como los drogadictos y los alcohólicos, que mientras no acepten que lo son es imposible que se rehabiliten. Ese acto de sinceridad contiene honestidad, buenas intenciones y sinceros deseos de recuperarse.
Trasladado el tema a la sociedad, representada por todas las instituciones públicas y privadas que la rigen, los daños que causan las personas negativas, “de rosca izquierda” y que “tienen el timón a la derecha”, como las identificaba el filósofo de Manzanares, Ruperto Ospina Casas, son incalculables. El burócrata atravesado, que solo plantea impedimentos, formas para que las cosas no puedan hacerse, desconoce el alcance nocivo de su ineficiencia. El usuario que acude a sus “servicios”, para adelantar un proyecto, construir una obra o hacer cualquier tarea que requiera permisos oficiales, se estrella contra una pared de piedra. Si quiere seguir adelante con su idea, no le queda otra opción que ofrecer coimas a la “mula muerta” que impide seguir adelante; hacer las cosas bajo cuerda, ilegalmente; esperar a las próximas elecciones a ver si al burócrata de marras lo cambian; o desistir. Hasta ahí llegan las buenas intenciones de los gobiernos que buscan el crecimiento económico, claman por la generación de empleo, apoyan el emprendimiento y aspiran a mejorar los indicativos de desarrollo.
Con lo que no cuentan los teóricos del desarrollo social, más conferencistas y estadígrafos que ejecutivos, es con la “dictadura de los mandos medios” y con el pesimismo de los que no esperan vencer porque mentalmente ya están vencidos. Para avanzar, progresar, crear y superar la pobreza y el atraso hace falta una consigna: “No se admiten los quejidos ni los que joden”.
La publicidad médica ofrece tratamientos para la artritis, la obesidad, el goteo urinario, los cólicos “bajitos”, los males hepáticos y el riesgo coronario, entre muchos achaques. Para la inconformidad y las ganas de joder no se han descubierto terapias, pese a las investigaciones de universidades y laboratorios farmacéuticos. El principio fundamental y razonable para iniciar la solución de los problemas, es reconocer responsabilidades. Como los drogadictos y los alcohólicos, que mientras no acepten que lo son es imposible que se rehabiliten. Ese acto de sinceridad contiene honestidad, buenas intenciones y sinceros deseos de recuperarse.
Trasladado el tema a la sociedad, representada por todas las instituciones públicas y privadas que la rigen, los daños que causan las personas negativas, “de rosca izquierda” y que “tienen el timón a la derecha”, como las identificaba el filósofo de Manzanares, Ruperto Ospina Casas, son incalculables. El burócrata atravesado, que solo plantea impedimentos, formas para que las cosas no puedan hacerse, desconoce el alcance nocivo de su ineficiencia. El usuario que acude a sus “servicios”, para adelantar un proyecto, construir una obra o hacer cualquier tarea que requiera permisos oficiales, se estrella contra una pared de piedra. Si quiere seguir adelante con su idea, no le queda otra opción que ofrecer coimas a la “mula muerta” que impide seguir adelante; hacer las cosas bajo cuerda, ilegalmente; esperar a las próximas elecciones a ver si al burócrata de marras lo cambian; o desistir. Hasta ahí llegan las buenas intenciones de los gobiernos que buscan el crecimiento económico, claman por la generación de empleo, apoyan el emprendimiento y aspiran a mejorar los indicativos de desarrollo.
Con lo que no cuentan los teóricos del desarrollo social, más conferencistas y estadígrafos que ejecutivos, es con la “dictadura de los mandos medios” y con el pesimismo de los que no esperan vencer porque mentalmente ya están vencidos. Para avanzar, progresar, crear y superar la pobreza y el atraso hace falta una consigna: “No se admiten los quejidos ni los que joden”.
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