Alfredo
Cardona Tobón*
Cerca
de la zona urbana de Quinchía se levanta un cerro filudo que los lugareños
conocen como Puntelanza; desde la cima
se divisa la mayor parte del territorio
municipal y en sus laderas
se amplifica la intensidad del sonido cuando estallan tacos o resuenan los cachos que en
tiempos idos utilizaban los arrieros.
En
el Quinchía de las primeras décadas del pasado siglo, el liberalismo
embriagaba el alma de los Guapacha y los Vinasco, de los Tapasco y los
Ladino, de los Trejos y Guarumo... No porque siguieran una doctrina o
respaldaran las tesis de un partido. No. No era eso. Nada sabían de la libertad
de cátedra o de la separación de la Iglesia y el Estado, ni de los principios
filosóficos del liberalismo... pero por inclinación atávica iban contra todo
tipo de coyundas y por eso se identificaban con quienes les hablaran de libertad.
A los quinchieños les encantaba el color rojo: sus mujeres se
vestían con pollerones encarnados y los hombres usaban pañuelos bermejos como
las banderas que ondeaban en sus ranchos en tiempo de elecciones. A los campesinos del
Gobia y del Batero, de Puntelanza, de Guadualejo, de Güisana, Cantamonos y demás veredas del
municipio los unía la solidaridad
fortalecida por los compadrazgos y los congregaba la fidelidad a unos líderes, que no eran los más ancianos, ni los de mayores recursos, ni tampoco los mejor hablados...sino los más
cojonudos, los más guapos y comprometidos con la comunidad.
Esos
líderes llamados “capitanes de vereda” fueron el brazo de los jefes políticos
caucanos. Su voz llegó a menudo hasta Buga y Cartago, como ocurrió con Guillermo Vinasco, comandante de las
guerrillas mosqueristas en la guerra de
1860 o Zoilo Bermúdez, jefe de las tropas quinchieñas
que lucharon en 1877 y combatieron en la
Guerra de los Mil Días
A
fines del siglo XIX se fortaleció la
presencia antioqueña en Quinchía y los
políticos paisas empezaron a captar el poder de los capitanes de vereda. Protasio
Gómez se asoció con el Resguardo indígena, dirigió la construcción de la
iglesia y explotó tierras y minas. Al morir Protasio, su hijo Melquisedec se
hizo cargo de los negocios de la familia: amplió el negocio de la sal,
explotó las minas de hulla y cultivó las tierras de Anchisme; tenía
madera de líder y las características de un empresario que con caridad y justicia
social se ganó la admiración y el
respeto de los campesinos.
MELQUISEDEC
Y LOS COMUNEROS
Melquisedec Gómez
Las
maquinaciones políticas rebajaron a Quinchía a corregimiento de San Clemente, un municipio dominado por
los paisas. El Concejo usurpó los derechos de las minas y de las salinas quinchieñas y Melquisedec
Gómez, respaldado por el pueblo, se rebeló contra las arbitrarias disposiciones
de los antioqueños.
Las
autoridades de San Clemente apresaron a Melquisedec y esposado lo condujeron a
la cárcel de la cabecera municipal. Iba a pie,
conducido por varios policías, por un camino escabroso que se fue
llenando de labriegos a medida que avanzaban por las laderas de la Cuchilla de
Mismís.
En la
parte alta de Puntelanza se multiplicó el sonido de los cachos y su ruido ronco y seco, que no se oía desde los tiempos de las guerras caucanas, se amplió y se
repitió en Súmera, en Guadualejo, por la Maldecida y por Opirama alertando a
los campesinos que dejaron los azadones para armarse con machetes. De a uno y
luego en tropel los quinchieños bajaron
de los cerros y se sumaron a la columna que acompañó a Melquisedec hasta San Clemente y acamparon frente a la Casa Municipal, en cuya acera el prisionero se instaló en un taburete, pues los
captores no se atrevieron a meterlo a un calabozo.
Fue tal la presión y el pavor que al alcalde
de San Clemente no le quedó otra opción que liberar al retenido y al Concejo más
alternativa que devolver las minas y
salados a sus legítimos dueños.
CRISANTO
ALVAREZ Y LOS TACOS EN PUNTELANZA
En
1949, treinta años después del incidente de Melquisedec en San Clemente, Crisanto Álvarez se puso al frente del campesinado quinchieño
en una demostración de poderío tal, que sirvió para retrasar por algunos
años el ataque de “pájaros” y
“chulavitas” al municipio. En esta época el sonido de los cachos en Puntelanza se remplazó por el estallido de
los tacos de dinamita que utilizó Crisanto Álvarez para alertar a los capitanes de vereda y
activar las columnas campesinas que se congregaron en la plaza de Quinchía a
escuchar las arengas de Uribe Márquez, de Otto Morales y Carlos Lleras
Restrepo.
Crisanto Álvarez era un supieño descendiente
de liberales radicales que junto con sus hermanos recaló en Quinchía en la década de los cuarenta del pasado
siglo. Era un líder nato, alto, blanco y voluminoso que pronto tomó las
riendas políticas del municipio.
En las elecciones para cuerpos colegiados
del 5 de junio de 1949 el Liberalismo se
jugaba la vida y el conservatismo veía
tambalear la permanencia en el poder. La campaña fue intensa y violenta, pues
los conservadores estaban alejando a
sus opositores de las urnas, obligándolos a abandonar sus hogares para salvar la vida; habían
despoblado a Santuario, a Arauca, a Anserma y tenían en su lista macabra a
Marmato y a Quinchia.
En la noche del 29
de marzo de 1948 antisociales en asocio
con la policía irrumpieron en el poblado, iniciando una espiral sangrienta que
se extendió hasta épocas recientes. Al cumplirse un año de la matanza, las directivas nacionales del liberalismo rindieron
un homenaje a sus copartidarios caídos en Quinchía.
En la madrugada de ese día Crisanto Álvarez, Clemente Taborda y Joaquín
Bernal treparon al Puntelanza y en el
alto del cerro hicieron estallar cinco tacos de dinamita. Era la señal para que
las columnas de cada vereda inundaran los caminos; las antorchas encendidas iluminaron
el recorrido y cuando llegó la aurora, las banderas liberales parecían filas de
flores rojas en medio de las montañas.
El
sonido de los cachos y el retumbar de
los tacos de dinamita en las laderas del Puntelanza quedaron grabados
indeleblemente en la memoria de los viejos pobladores de los cerros. Señalaron
el fin de una etapa difícil en la historia de un pueblo que empezó a diluirse con el mestizaje paisa y el
acoso inclemente de los violentos. Fue la impronta legendaria de Melquisedec
y de Crisanto, dos hombres que en su tiempo fueron la voz del pueblo
quinchieño.
Gracias por darnos a conocer el esfuerzo de nuestra gente por defender nuestro terruño. Felicitaciones
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