LOS MACHETEROS DEL PATIO DE LAS BRUJAS



Alfredo Cardona Tobón



En el respaldo  de la cordillera, en límites entre Riosucio y Quinchía,  hay   una terraza cubierta de monte conocida como el “Patio de las Brujas”.  La zona de brusca topografía   guarda  innumerables leyendas y “El Patio de las Brujas”, en especial,  es escenario de relatos de duendes y aparecidos, de espantos y  almas en pena.

Los campesinos  de la región  hablan de un fraile doctrinero sepultado vivo junto con el oro que le robó a los indios y corre de boca en boca  el episodio  de  un minero avaricioso que pereció en su mina un Jueves Santo  dando nombre a un filón de oro que aún se explota y a una vereda que llaman  “Juantapao”.

Entre los innumerables  relatos del Batero, quizás el más vívido, el que no se ha desdibujado con los años, es el de los “macheteros” del capitán Zoilo  Bermúdez,  cuyas  sombras emergen  de la hojarasca del” Patio de las Brujas”,  en la noche del Domingo Ramos, para recorrer trochas y caminos  tratando de  desatar los nudos  que los amarran  al mundo de los vivos.

En el sitio de Guarumo, no lejos del “Patio de las Brujas, viven tres familias descendientes de los umbras en   modestas casas de techo de teja y piso de cemento;  son labriegos dedicados al beneficio de la panela y a la fabricación de canastos con bejucos tripadeperro; una vía estrecha los lleva a la carretera destapada del  Resguardo  indígena después de bordear un  cerro rematado  por una roca  parecida a un pico de loro y cruzar un riachuelo salado que  brinca entre rocas  hasta perderse en los rastrojales.

La leyenda de “los macheteros” es  parte  de las tradiciones de Guarumo. Don Ismael Guapacha contaba a sus nietos  que el mito había empezado el Domingo de Ramos de 1876, cuando  las tropas caucanas  se concentraron  en el sitio para atacar a los  antioqueños atrincherados en las estribaciones  del cerro Batero.  Los paisas armados con rifles de precisión  se resguardaron tras  inexpugnables trincheras de piedra y  desde las alturas  empezaron a matar a mansalva  y sobre seguro a los caucanos que avanzaban de uno en uno por una escarpada senda. Era una carnicería, parecía el acabose de las fuerzas liberales. Ante tal circunstancia, el general David Peña  ordenó a Zoilo Bermúdez, capitán de los macheteros del Picará, que reuniera  gente y  baquianos conocedores del terreno, para abrir un paso   que llevara a los sureños hasta la retaguardia antioqueña.

 Los  macheteros se internaron  el “El Patio de las Brujas”,  silenciosamente  se ubicaron a espaldas del enemigo y lo atacaron, cambiando la cacería paisa  con rifles de precisión por la lucha cuerpo a cuerpo  que inclinó la balanza del  triunfo a favor de los caucanos. Llegó la noche. Se oía el ladrido de los perros de monte, el tropel de los cuzumbos aterrados y los ayes de los heridos que clamaban auxilio en medio de su agonía. Al amanecer los paisas y sus aliados riosuceños aprovecharon las sombras para abandonar las posiciones del cerro Batero y  marchar a paso redoblado por la vía que conducía a la frontera con el Estado de Antioquia.

En las primeras horas del lunes  de  Semana Santa, los vencedores recogieron los muertos y los heridos  y  al pasar revista de la tropa  vieron que faltaban varios macheteros de la columna del Picará. Se intensificó la búsqueda para dar con ellos. Inútil, no aparecían por parte alguna,  era como si se hubieran esfumado entre el monte. ¿Se habían perdido en  “El Patio de las  Brujas?- Perecieron en manos del enemigo?- ¿ Dónde estaban los cadáveres?-

No se encontraron sus huellas, nadie los había visto.  En vano se esperó su regreso pero nunca volvieron  a su aldea. Entonces  surgió la leyenda:  La imaginación corrió desbocada,  los vecinos  hablaban de  sombras y candelillas que bajaban del  Patio de las Brujas  y las  identificaron  con las almas en pena de los macheteros perdidos.

Pasaron los meses. Al cumplirse el  primer aniversario de la batalla  en el  cerro Batero se oyeron   lamentos por  el camino de Los Caballitos. No sirvieron las misas y los sahumerios por el descanso eterno de los macheteros. La gente de Guarumo afirma que se siguen oyendo los  lamentos de los finados  en las madrugadas de los Domingos de Ramos; dicen que buscan una salida hacia la eternidad  e intentan desatar los nudos que los  amarran al mundo de los vivos.

En los domingos de Ramos se dejan velas encendidas en las casas de Guarumo  y vasos llenos de  chicha  para que las almas de los macheteros calmen la sed; a veces se apagan las velas y  amanecen los vasos secos. No se sabe si son las animas de los combatientes perdidos quienes  apagan las velas y beben los vasos de chicha,  o son las mujeres amangualadas con el diablo que viven desde remotos tiempos en el “Patio de las Brujas” y    con sus  maleficios siguen reteniendo las almas  atormentadas de  los macheteros  del Picará.

 

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