Alfredo Cardona Tobón*
“En el nombre de Dios, de mis mayores y de la
libertad, ni un paso atrás, siempre adelante y lo que fuere menester, sea”.-Juramento
de José Antonio Galán-
En un territorio casi despoblado, con
economía de subsistencia, el oro representaba el 73% de las exportaciones y el
contrabando era la norma común, pues la
producción española no alcanzaba a surtir a sus colonias bloqueadas por la
armada y los piratas ingleses. La monarquía española para sostener las guerras cobraba
numerosos impuestos: a la sal, al
tabaco, al aguardiente, a los textiles, a
los juegos de cartas, los quintos, el de
avería, el de Barlovento ... que encarecían los trasportes, la alimentación y
el vestido.
El pueblo estaba agobiado por las
contribuciones estatales y eclesiásticas hasta que no aguantó más y se levantó
contra los abusos; pero fue traicionado
por sus líderes y engañado por quienes se decían guardianes de sus
valores. Quedó el mito de Manuela Beltrán,
una mujer que apareció para señalar un camino y la memoria de Antonio Galán, el hombre-pueblo
que tuvo la visión de la justicia y equidad que seguimos buscando los
colombianos.
LA REACCIÓN POPULAR
En el virreinato de la Nueva Granada,
como en el resto de la América colonizada por los españoles, el pueblo
reaccionó sin que lo amilanara la respuesta violenta del régimen colonial. Un
domingo de 1752 en la aldea de Guaitarilla, al sur de la Nueva Granada, las
comadres con sus largas polleras, la burda manta sosteniendo el crío y el
sombrero coco sobre las trenzas, se quejaban de los pagos por los vellones
esquilmados, los huevos y hasta por los cuyes que sacaban al mercado. En la
misa mayor el cura leyó un decreto con nuevas contribuciones y los conocidos
consejos de acatamiento, pues el Rey así lo disponía y Dios habría de recompensarlo en la vida eterna; pero como pesaba más el
hambre que las recompensas divinas, un vocerío de desaprobación inundó el templo
mientras Manuel Cumbal y Francisco Aucú arrebataron
el escrito al sacerdote, lo volvieron añicos y al frente de los parroquianos
furibundos se dirigieron a Túquerres
donde destruyeron el alambique y asaltaron
las residencias de los estanqueros. Ante el desorden, el cura de Túquerres sacó
en procesión al Santísimo en un intento para apaciguar los ánimos; nada detuvo
a los alborotados que molieron a palos a
los cargadores del palio e intentaron
arrebatar la custodia al sacerdote. El corregidor Clavijo y su hermano se refugiaron
en el templo, el populacho sitió la iglesia y al compás de los tambores y
las quenas hicieron guardia hasta el amanecer; al descubrir a los Clavijo escondidos tras los velos de unos santos, los cosieron a lanzazos.
Las protestas contra el régimen explotador se extendieron por toda América Hispana a lo
largo del siglo XVIII. En noviembre de 1780
Tupac Amaru se alzó en armas contra la Corona en el Alto Perú y pregonó el
renacimiento del imperio incaico. Meses
después los campesinos de la provincia de El Socorro se opusieron a los gravámenes;lo
mismo sucedió en Pasto, en Guarne, Hato
de Lemos, Casanare y en la hoya del río
Magdalena. Estos dos movimientos fracasaron: unos por falta de dirección,
otros por la traición de los criollos. Arreciaron las imposiciones del rey y el pueblo quedó peor que antes.
LOS SUCESOS DE GUARNE
Don Manuel Jaramillo era un mediquillo
criollo de genio avinagrado que hacia su voluntad en Guarne donde era dueño de
minas, muchos esclavos y vastas
estancias de ganado y caña. Como el Visitador Real buscaba por todos los medios aumentar las contribuciones, ordenó a las tiendas de abarrotes cobrar por
derechas un impuesto de consumo y estableció otra tasa a los mazamorreros o
barequeros. Don Manuel Jaramillo se sintió lesionado en sus intereses y amargado
por las disposiciones del Visitador, empezó a crear el peor ambiente contra las
autoridades, incitando a los mineros a
no pagar el impuesto establecido y a rebelarse contra las pulperías o tiendas
de abarrotes.
El 17 de junio de 1781 una multitud de
mulatos y negros de Guarne al son de los tambores se dirigieron a la
pulpería de Jerónimo Mejía y al grito de ¡Viva el Rey, abajo su mal
gobierno! hicieron trizas la licencia y
obligaron a cerrar el negocio. Un mes más tarde, en la fiesta de la Virgen del Carmen, llegaron 200
guarneños a la ciudad de Rionegro armados hasta los dientes a reclamar el oro
que se había cobrado a los mazamorreros o barequeros y a exigir la rebaja de
los impuestos sobre el tabaco y del aguardiente; entre el tumulto iba Don Manuel junto
con los líderes mineros Bruno Grial e Ignacio Zapata y los campesinos cuyos
cultivos de tabaco habían sido arrasados o estaban en peligro de serlo por
orden del corregidor. Rionegro quedó en manos de los
guarneños. Entre tanto los blancos, entre criollos y españoles, que no pasaban de
trescientos, trancaron los portones de sus casas y esperaron lo peor; pero la
conmoción no pasó a mayores: los revoltosos sólo pospusieron el pago de los
impuestos y exigieron el nombramiento de criollos en la administración, pues
según palabras del fiscal Pedro Biturro “los pobres (criollos) se creían
de mejor alcurnia que los españoles”.
EN EL SOCORRO: PROMESAS FALSAS y VILES
ACCIONES
Los comuneros de la Provincia de
El Socorro se levantaron contra las
disposiciones oficiales y se negaron a pagar los impuestos. Sus líderes
reunieron veinte mil manifestantes que
se enfrentaron victoriosos a un piquete de soldados y luego se dirigieron hacia
la ciudad de Santa Fe. Para detenerlos el arzobispo Caballero y Góngora aceptó algunas
condiciones como reducción de los cobros en aguardiente y tabaco, la
restitución de puestos a los criollos, la devolución de salinas a los indios y de algunas tierras arrebatadas a los resguardo.
El alto eclesiástico juró sobre los Santos Evangelios y ratificó el
cumplimiento de lo pactados con una misa solemne. Fue un ardid para detener las montoneras
mientras llegaban tropas de Cartagena a
controlar la situación. Así lo entendió
el líder comunero José Antonio Galán que continuó animando a los campesinos para que reclamaran
tierra, a los indígenas para que exigieran la devolución de los resguardos y
las minas, a los esclavos para que buscaran la libertad y a todos ellos
para que se hiciera justicia y se desmontaran los gravámenes que
quitaban el pan a los más humildes.
El virrey Florez desconoció los
acuerdos, argumentando que habían sido
firmados bajo amenaza y procedió a capturar a los capitanes de la insurrección.
A unos se les encarceló en Cartagena, otros en Panamá y algunos purgaron su
pena en mazmorras del África. Como las propuestas de Galán iban contra los intereses de los criollos, esos mismos
criollos que habían recibido el apoyo popular en sus demandas, entregaron a
Galán, a Alcantuz y a otros líderes del
pueblo a las autoridades españolas que
los ejecutaron y despedazaron para escarmiento de la gente.
Numerosos comuneros de El Socorro se internaron en los
llanos para salvar sus vidas. Ellos sembraron la
semilla que germinó en Casanare en 1810, cuando sus hijos y sus nietos apoyaron a
Carlos Salgar, a Vicente Cadena y José María Cadena en los primeros
pasos por la libertad granadina.
Las rebeliones populares no
pararon con el sacrificio de Galán y sus compañeros, ni con el sometimiento de
los focos subversivos en los Llanos y en el Tolima. El Común continuó
protestando contra las medidas fiscales. El dos de noviembre de 1802 se
levantó el pueblo pastuso y asesinó al cobrador de impuestos; poco después la
gente de Tumaco se negó a pagar las contribuciones y desterró al teniente
de recaudos. Lo mismo sucedió en Villavieja, en el Tolima, donde un arriero
mulato con sus amigos mantuvo alejados durante varios meses a los cobradores de
impuestos.
En las rebeliones populares, tanto de
ayer como las de hoy, parece repetirse el guión: las comparsas iguales con los
mismos criollos, y el valor con la traición en amalgama ; parece que nada cambia en
un país donde se confunden los héroes con los judas.
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