Bogotá, abril 29
de 1950
Señor doctor
Camilo E. Cortés
Zapata
E.S.D
Mi
querido amigo:
Envío
la presente con los datos que te había prometido para que hagas de ella el uso
que a bien quieras.
El
día 9 de abril de 1948 a eso de las once y media de la mañana, el suscrito
Julio Enrique Santos Forero, ciudadano colombiano, mayor de edad, vecino de Bogotá con cedula de ciudadanía No.
367002 de Bogotá, llegó al café A.B.C,
situado en la calle 13, entre carreras séptima y octava en busca del doctor Alfonso Olaya Zalamea.
En una de las mesas de dicho establecimiento encontré al doctor Alfonso Romero Conti,
abogado también, quien invité a conversar sobre algunos aspectos de la política,
sobre las labores a desarrollar en la Conferencia Interamericana y la
conveniencia de cualquier movimiento iniciado o que pudiera iniciarse por la
juventud pensante y ajena en un todo o no contaminada con los partidos
políticos existentes entre nosotros.
.Cerca
de las 12 o 12 y cuarto de ese día llegó el doctor Alfonso Olaya Zalamea y los
tres después de algunas conversaciones, salimos del café, subimos a la carrera séptima y nos dirigimos
por ella hasta la esquina de la Avenida Jiménez de Quesada, situándonos en el
atrio de Sn Francisco. Cerca de la una o
minutos después de esa hora llegó el doctor Ignacio Andrade Valderrama y se
unió al grupo. El doctor Olaya Zalamea, quien lo conocía , nos hacía su presentación de este nuevo amigo, cuando sonaron a mi
espalda tres detonaciones: dos seguidas,
otra después, que me movieron a volver
la vista hacia el sitio de su procedencia, momento en el cual sonó
un cuarto disparo y pude ver frente a la puerta de salida del edificio
Agustín Nieto un hombre que se desplomaba en
la acera occidental de la carrera séptima entre calles catorce y Avenida
Jiménez de Quesada-
Un
individuo, cerca de dicha Avenida y como resguardándose en alguno de los
almacenes del edificio Faux, , encañonaba al público que corría en distintas direcciones. La calle Real
o carrera séptima, quizás por la hora,
no tenía muchos transeúntes y yo les dije a mis amigos : “Mire, mataron a uno”.
En
estos rápidos instantes, o breves segundos, corrí hasta el lugar del atentado. Mientras
atravesaba la Avenida Jiménez de Quesada, dos agentes de policía atajaron al
hombre que por la misma acera corrían en sentido contrario al mío. Detrás de mi
los doctores Alfonso Borrero Conti y Alfonso Olaya Zalamea me seguían a regular
distancia y por tanto vieron lo que estoy narrando.
Cómo estaba Gaitán- Pude
llegar junto al individuo que yo había
visto caer momentos antes. Este yacía en
la acera occidental de la Carrera Séptima, casi al frente a la puerta de salida
del edificio Agustín Nieto, su pierna izquierda estirada, su pie casi al borde
de la misma acera, la pierna derecha recogida y quien hizo una ligera flexión
para levantarse o tratar de levantarse con una mirada de extrañeza miró a su
alrededor, y no pudiendo levantarse cayó tendido y volvió sus ojos hacia arriba, en gesto que para mí
tomé de una muerte definitiva. Yo exclamé: “ Es Gaitán, mataron a
Gaitán, es Jorge Eliecer Gaitán. Lo asesinaron”.
Mis
amigos me dijeron: ¡” Aquí va a haber
vaina, caminen de aquí¡ .Yo no quise retirarme y en ese instante un fotógrafo
con su máquina preparada se me atravesó. Por dos veces obturó su máquina y yo,
tocándolo en sus hombros y en su espalda, le dije: “No, el muerto no, retrate a
este miserable, al asesino. “ o sea al individuo que yo había visto encañonar a la multitud y
detener por dos agentes.
.
Como era el asesino- Puedo
describir al hombre que hizo los
disparos : de ciento sesenta a ciento sesenta y ocho centímetros de alto;
moreno, pálido extremadamente, pecoso,
con una pecas grandes como manchas de viruela en la cara de un moreno,
con sombrero puesto y vestido de traje carmelita y oscuro de rayas blancas.
El
fotógrafo que había vuelto la máquina para retratarlo, se vio interferido por un muchacho embolador
de overol, que subiendo a la acera se
precipitó sobre el individuo y de un
manotón, o no sé si con la caja de bolería, le golpeó en el rostro.
Momentos de confusión- Un taxi llegó
frente al edificio Nieto y entre otras personas de las cuales recuerdo
al señor Gaitán, tesorero o secretario de la Dirección Liberal, ayudamos a
levantar al doctor Gaitán y meterlo dentro del taxi que partió por la catorce y
no supe hacia que rumbos se dirigió. Vi también
al profesor López Lucas quien empapó un pañuelo en la sangre que había enel suelo y
lloraba desconsoladamente.
El
individuo que señalé al fotógrafo lo
habían retenido dos policías. Vi que era
golpeado y arrastrado, primero hacia el zaguán del establecimiento la Casa Kodak, contiguo al edificio Nieto, y luego hacia la calle 14. Allí los agentes trataban de
contener la multitud para que no lo linchara.
Mis
amigos me retiraron casi a la fuerza y fui con ellos hasta la esquina del edificio Faux; temían
el
arremolinamiento multitudinario
que ya para entonces se había formado: Pese a ello me dirigí a la Droguería
Granada donde estaba retenido el presunto homicida del caudillo y solicité a uno de los empleados que me dejara entrar.
Cómo era el linchado- Adentro
había un sujeto de vestido gris, bajito, más bien, al parecer un poco mono con sombrero puesto , que
manaba sangre abundantemente por la boca y la nariz; yo le dije al empleado de la Droguería
Granada: “Ese no es el asesino, es otro individuo”. Para mí esto era
esencialmente cierto, porque, cuando el individuo que portaba un revólver y tenían sujeto los
policías , fue atacado por el embolador, su sombrero saltó lejos. Luego, cuando
retiraron el cuerpo del doctor Jorge
Eliecer Gaitán, alguno de los presentes recogió el sombrero creyendo que era del doctor Gaitán y al ver que era un un sombrero viejo, negro y grasiento lo arrojaron lejos. Así que el
presunto asesino no tenía sombrero en el momento del linchamiento.
Que le corten las manos- El individuo que estaba dentro de la farmacia
y la gente señalaba como el asesino vestía traje gris y llevaba sombrero. Al
desocupar sus bolsillos dos empleados de la droguería recogieron cuatro cápsulas nuevas sin disparar
de revolver calibre 32 pero no hallaron capsulas disparadas..
La
gente empujaba y gritaba : “Hay que matar al asesino” mientras
les decía : “No. No lo maten. Este
miserable nos sirve más vivo. Este no es el asesino.”
Alguién
me desplazó del sitio y dijo con fuertes palabras : “Este hipueputa debe ser de
los mismos” y gritaba: “ Hay que matar
al asesino, córtenle las manos asesinas, hay que acabar con este desgraciado.”
Mis
amigos me retiraron del sitio pero yo regresé, yo insistía en que debíamos
salvar la vida de quien se decía había matado
al doctor Gaitán.. Regresé hasta la
puerta de la Droguería. Al individuo que allí habían tenido lo había sacado la
multitud y estaba en el suelo cruelmente golpeado. Vi allí que lo rodeaban algunos oficiales de la policía nacional
que trataban inútilmente de contener la
multitud. Vi que la gente se llevó al
hombre por la carrera séptima con dirección al sur.
De
acuerdo con esta narración extractada de una larga carta del doctor Julio
Enrique Santos Forero, el individuo de
la Droguería Granada no fue el mismo que disparó a Gaitan por su fisonomía y el
importante detalle del sombrero. Esto supone que Roa Sierra, señalado como el
asesino, fue una víctima escogida para
que se descargara sobre él la furia
popular, mientras el verdadero asesino, el que encañonó a la multitud, fue librado por quienes urdieron la trama con ánimo deliberado de revolcar al país.
Han
transcurrido 71 años y los autores del
asesinato de Gaitán se desconocen al
igual que los móviles el crimen. Hay muchos interrogantes. Se ha señalado
a un obrero de nombre Juan Roa Sierra, como autor material, pero hay dudas como
se ve en la carta de un testigo
presencial digno de todo crédito.
Además
del vestido, del sombrero, de los rasgos físicos, surge otra pregunta: ¡ Por
qué el Jefe de la Policía permitió que sus hombres entregaran a Roa a la multitud iracunda?- Por qué no lo
resguardaron para conocer a quienes fraguaron
el asesinato?-
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