Alfredo
Cardona Tobón
En
1794 el metalurgista Juan José D´Elhúyar, emprendió con el mulato Isidro
Jaramillo una expedición desde la mina de Santa Ana hasta las alturas del
nevado que se llamó después Nevado del Ruiz.
Su
objeto era buscar minerales, especialmente oro, y explorar las desconocidas inmediaciones
de una zona donde además de rebaños de vacunos salvajes, encontraron oro y
fuentes termales.
D´Elhúyar compró a la Real Hacienda los derechos sobre
el ganado y dejó un pequeño entable con miras a establecer una hacienda, pero
problemas con Jaramillo y otros de orden
público en la turbulenta época de la independencia malograron los proyectos del
científico.
Pasaron
varias décadas y por la margen occidental del nevado del Ruiz empezaron los
antioqueños a poblar esas soledades como lo describe el padre Fabo en su Historia de la ciudad de Manizales.
De
nuevo la majestuosidad de las cimas nevadas llama a los aventureros y una
segunda expedición, esta vez de antioqueños, escala la montaña y llega a las
cumbres del Ruiz:
“En
el mes de julio de 1843 don Marcelino Palacio que entonces vivía en Arma ( hoy Arma
Viejo) recibió una carta del señor E.
Nicholls en que le convidaba para que
viniese a acompañar al señor Carlos Deghenhard, alemán empleado en la mina de Marmato y hombre de ciencia, a
hacer una excursión al páramo del Ruiz.
Palacio
aceptó la invitación y se dirigió a Salamina en donde debía encontrarse con el
alemán, según la carta de Nicholls. En este lugar se halló no con mister Carlos sino con mister
Guillermo Deghenhard, hermano de aquel,
que venía acompañado de don Ramón
Henao y de varios peones que traían víveres y varios instrumentos como barómetro, termómetro, higrómetro y algunos
aparatos de agrimensura.
La
expedición siguió por la trocha o sendero que conducía a Neira y de allí por una pica abierta
previamente por el alemán y sus compañeros.
Llegaron por esta senda al actual cementerio viejo y tomaron luego hacia Chinchiná ,
precisamente por donde se halla hoy el camino que conduce a la Aldea de María.
Pasaron el río por el lugar que hoy ocupa el puente que comunica esta ciudad de Manizales con esa aldea,
subieron al Alto del Roble, siguieron este estribo de la cordillera hasta llegar a las Sabanas;
luego se dirigieron al cráter antiguo
del Ruiz, pico que se distingue desde
Manizales.
Desde
la llegada a las altas sabanas del páramo se encontraron con varias partidas de ganado
vacuno que había sido abandonado allí
por sus antiguos dueños. Este
ganado estaba ya en estado salvaje y era
tan bravo que cualquiera res acometía furiosa a toda persona que columbraba.
Los toros, particularmente, eran tan feroces que al percibir una persona a
cualquier distancia que fuera se lanzaban como el rayo y no había lugar de
escape de sus terribles cuernos sino trepando a un árbol o una peña escarpada o
a otro lugar elevado suficientemente
para que el toro no pudiese alcanzar a él.
Después
de visitar el cráter antiguo que estaba y está apagado, don Marcelino Palacio
volvió a tomar el sendero que había trillado ya, dejando a Dghenhard y
compañeros continuaron explorando el
páramo en varias direcciones y deleitándose con la vista de las mil
preciosidades que contiene.
A
fines del mismo años de 1843, el mismo
Palacio entró desde Neira por una senda que el mismo iba abriendo , según la
costumbre de nuestros mineros con cuchillo en mano. Venía acompañado de don
Nicolás Echeverri y algunos otros, con peones y herramientas para trabajar
minas de aluvión que aquí se llaman de “oro corrido”.
Llegaron
los exploradores a una quebrada y la siguieron hacia arriba en una grande
extensión, hasta que llegaron a una
playa donde había dos arboledas de olivo
( árbol que da la cera de laurel) y que
por esta circunstancia denominaron la quebrada Olivares. Allí mismo empezaron a
trabajar la mina, sacaron algún oro, aunque poco y siguieron atravesando las colinas que demoran a la esquina de la misma quebrada. Después de
andar largo trecho llegaron a otra, cuyo lecho, todo de granito que aquí se
llama maní, hicieron que la nominaran “Manizales” .
Pronto
se cansaron de buscar oro en esta última quebrada y se dieron a vagar por estas
selvas en busca de una mina más rica, hasta que en su peregrinación dieron con los rastrojos que habían sido
trabajadero de Fermín López.
Salidos
de allí y tomando la dirección a Chinchiná, se extraviaron en el bosque y
estuvieron a riesgo de perecer de hambre; dejaron abandonados los enseres de
minería, no anhelando ya otra cosa que
salir del laberinto en que se hallaban; al fin llegaron a la Cuchilla del
Cementerio Viejo y encontraron la senda o trocha que había sido abierta
para la exploración de Deghenhard al páramo y por ella salieron a
Neira donde ya habían varias casas.
Esta
exploración es anterior la entrada
de don Joaquín y don Antonio María Arango
y don Nicolás Echeverri, quienes
hallaron los rastrojos de Fermín López y por los informes que les dieron don
Marcelino Palacio y compañeros.”
Posteriormente
los colonos buscaron oro en las
quebradas del páramo y cazaron el ganado de sus pastizales, con tal saña e
irresponsabilidad que lo extinguieron en pocos años.
Se
contaron muchas historias sobre los bravos toros del Ruiz y las fieras como
pumas y osos que poblaban sus laderas.
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