Alfredo Cardona Tobón
A las diez de la mañana del 23 de
enero de 2019 se oficiaron las honras fúnebres de Alfredo Gartner Valencia en
la catedral de la Virgen de la Pobreza de la ciudad de Pereira. Un sacerdote
exaltó su memoria, recordó al
hombre festivo enamorado de la vida, al amigo que en cada abrazo, que en cada
carcajada trasmitía alegría, optimismo y la fuerza vital de aquellos que tienen el alma noble y el
corazón puro.
La catedral estaba llena y
con la imagen de la Virgen de la Pobreza en el fondo del templo reposaba la
urna con las cenizas del amigo, cuya
existencia, como la de todos los mortales, estaba marcada por el llamado de la sangre; por eso Alfredo Gartner había heredado el gusto
de vivir de sus ancestros caucanos, el
amor por la tierra de los abuelos paisas y el corazón sin arrugas del alemán
que un día lejano, dejó atrás las campiñas europeas para adentrarse en los
socavones marmateños tras el oro y dejar
en las entrañas de una criolla la impronta de los Gartner.
Le dolía su país, le dolía
su tragedia y sufría con los sucesos de Balboa donde todos conocían los
victimarios menos las autoridades encargadas de preservar la vida de los
ciudadanos. Por eso militó en las huestes de Luis Carlos Galán, cuando el intrépido santandareano hizo frente a la maquinaria perversa que sigue
manejando al país; y Alfredo, sin
esperar cargos ni beneficios, llevó la voz
del líder a los rincones pereiranos y trasegó los caminos de Risaralda con
los mensajes del Nuevo Liberalismo. Fue una campaña difícil, erizada de peligros;
en uno de los recorridos acompañó a Galán hasta el reducto rebelde de la vereda
de Batero pese a las amenazas de los seguidores de César Gaviria, que impidieron al helicóptero descender
en la zona urbana de Quinchía. Lo triste fue que esa misma gente que se le opuso se declaró
galanista cuando el aguerrido capitán estaba a las puertas de la
presidencia.
Más que cafetero o ganadero,
Alfredo Gartner tenía como oficio ser
balboense, pues su desvelo continuo era
trabajar por los intereses de su pueblo natal: fue miembro de la Cooperativa de
Caficultores, perteneció a las Juntas veredales de La Aurora y Cocohondo, y con
su hermano Germán y el tío Emilio formó la tripleta de los Gartner que escribió buena
parte de la historia contemporánea del municipio y representó los intereses más
caros del occidente risaraldense.
No fueron fáciles los
setenta y cuatro años que Alfredo Gartner estuvo en este mundo: quedó huérfano
de padre y madre desde muy tierna edad; creció en internados de Manizales sin las
sonrisas maternas ni el calor protector de su padre, y aprendió con poca ayuda
a hacerle frente a los vaivenes del destino, graduándose con honores en la
Universidad de la vida. Aunque heredó
alguna fortuna, los malos negocios y sobre todo los desastres de la roya
y de la broca que afectaron los cafetales, sumados a los bajos precios
internacionales del grano, menguaron su
bienes; pero ello no lo amargó, esos golpes de fortuna no mermaron su
carácter festivo, no silenciaron el chiste oportuno ni tampoco las sonoras
carcajadas con que celebraba las ocurrencias de sus amigos, que fueron muchos,
que fueron un millón, como podría decirse al ver la catedral repleta acompañando
sus cenizas.
Fue generoso y atento a lo
que sucedía a sus amigos y parientes
para tenderles una mano, para acompañarles en los éxitos y fracasos. Estaba al
tanto del enfermo, de quien sufría una pena o gozaba una alegría. Allí estaba
Alfredo en las buenas y en las malas, en la desgracia y en la dicha...
La muerte lo agarró a
mansalva; hace apenas dos meses estaba
haciendo planes y planteando un negocio de clonación de embriones de plátano,
pero de repente apareció el enemigo que venía corroyendo su organismo desde años
atrás: en sus pulmones estaba el tabaco
agazapado preparando el golpe artero que le cortó la existencia.
En los últimos días Alfredo estuvo acompañado de una legión de
amigos, que aunque no podían estar físicamente a su lado oraban por la
recuperación del compañero. Qué grato morir como murió Alfredo: sin agonía
larga, cerca de María Teresa, la mujer que lo amó desde niña y cerca de su único
hijo Andrés Felipe, calco de su alegría
y heredero de su don de gente.
Por los arcanos del destino
Andrés Felipe tuvo un extraño presentimiento que apresuró un viaje a la
Argentina; quería darle a su padre un viaje maravilloso, mostrarle el país que había sentido en los tangos y milongas, en el futbol y en los
paisajes que de niño vio en Peneca y en Billiken, unas revistas llenas de color
y belleza donde se paseaba el indio Patoruzú con su Patorucito. Fue un paseo mágico
por la Patagonia, por las Cataratas de
Iguazú y el Gran Buenos Aires con sus
teatros y sus museos.
En el sur se evidenció el deterioro
de la salud de Alfredo Gartner y al llegar
a Pereira se agudizaron los síntomas de la enfermedad. El desenlace fue rápido, a ojos vista se hizo
patente la partida del camarada que pidió que los despidieran con sonrisas
y recalcó, como último consejo a sus
compañeros, que huyeran del demonio
personificado en el humo del cigarrillo.
Partió a la edad de 74 años.
No tantos para una familia como la suya de raíces longevas.
Todavía tenía tiempo para ver los nietos que no alcanzó a acariciar. Se
nos fue Alfredo a destiempo, no tendrá placas ni estatuas porque no fue un prócer ni tampoco un héroe,
pero en vez de placas y estatuas tuvo el honor de quedar enquistado en el corazón de todos los que lo
conocimos. Paz en su tumba y en su honor una sonrisa, o mejor una sonora
carcajada.
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