EL ANIMERO Y LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Alfredo Cardona Tobón*


A la medianoche de un primero de noviembre, una sombra recorrió los pasadizos del cementerio y mientras resonaban los rezos del Padrenuestro en medio del silencio de las tumbas, una figura fantasmal, de capa oscura y capuchón de penitente, se perfiló entre la neblina que inundaba el camposanto.

Durante las noches de noviembre, tronara o diluviara, el animero visitaba las tumbas para invitar a las almas en pena a recorrer las calles de los vivos implorando una oración que facilitara su descanso eterno. En tiempos idos casi todos nuestros pueblos tenían un animero; ahora son muy pocas las personas que rescatan las ánimas del purgatorio y buscan con oraciones la salvación de las almas, que por una u otra razón, no han podido entrar al cielo y vagan sin rumbo por el mundo o se están purificando en medio de las llamas.

La labor del animero empieza a las doce de la noche con uno o dos campaneros y algunas personas caritativas que van con ellos. Después de recorrer el cementerio, el cortejo inicia una marcha que se extiende hasta las tres de la madrugada: Adelante va el animero con los campaneros, luego los acompañantes y atrás, según dicen, marchan las ánimas en pena, que no se ven pero se presienten por los murmullos y el viento que las acompaña..

Las campanillas suenan en las calles desoladas y la gente se despierta con los rezos: “Ánimas del purgatorio quien las pudiera aliviar, que Dios las saque de penas y las lleve a descansar” exclama a viva voz el animero y los acompañantes contestan: “ “Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén.”

Los pasos resuenan por las tapias; las chuchas huyen encandelilladas por las linternas o las antorchas; los perros arrecian los aullidos y por los resquicios de las ventanas se filtran las luces que encienden los vecinos para buscar el rosario y desgranar Avemarías por el descanso de las almas atormentadas..

Un padrenuestro por las benditas ánimas del purgatorio, por amor de Dios” repite el animero que jamás mira hacia atrás para no aterrorizarse con llos cuerpos salidos del sepulcro que solamente él puede ver en las tinieblas. Está atento al reloj, pues si se pasa de las tres de la mañana se corre el riesgo de que alguna alma resuelva quedarse en el camino y empiece a deambular por el pueblo asustando a la gente.

Los niños se cubrían con las cobijas aterrados con las voces que emergían de la oscuridad, a veces se orinaban en la cama al no atreverse a alcanzar la bacinilla; también se llenaban de pavor las almas timoratas de esa época signada por la presencia del diablo y de los espantos que se agazapaban en los zaguanes, los corredores y los solares.

El noviembre de los abuelos y bisabuelos con las novenas a las ánimas, los responsos por los muertos, el animero y las visitas al cementerio era de miedo: definitivamente el peor mes del año..

EL CULTO A LAS ÁNIMAS

Varios cultos cristianos consideran a las ánimas del purgatorio como tramitadoras que a cambio de oraciones y misas para mitigar su castigo, consiguen favores de la Divinidad. El imaginario popular a través del tiempo ha ido distinguiendo personajes cuyas tumbas reciben atención especial de la gente; tal es el caso de Leo Koop, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro, en el Cementerio Central de Bogotá y la de Coriolano Amador en en el San Pedro de Medellín.

Pero así como existen devotos de las buenas causas también existen seguidores de las malas. A la tumba de Pablo Escobar no le faltan flores ni cirios encendidos y lo mismo sucede con el sepulcro del bandolero Efraín González a quienes el pueblo llano va despojando de sus crímenes para convertirlos en adalides de sus causas y contacto con el mundo de los muertos.

En las poblaciones antioqueñas de Copacabana, Marinilla y San Roque los animeros cumplen año tras año con su misión en favor de las ánimas del purgatorio; es una costumbre que no se ha perdido en esas poblaciones. En Puerto Berrío, entre tanto, los fieles adoptan los cadáveres sin identificar que flotan en el río Magdalena para rogar por sus almas y favorecerlos con las misas. En el Eje Cafetero, aunque ha desaparecido la tradición del animero, se sigue creyendo en las ánimas y se les teme, sobre todo a Celestina Andégamo, o el Ánima Sola, condenada a deambular hasta el fin de los tiempos por haberle negado agua al Señor en su camino al Calvario.

En el pasado las ánimas del purgatorio constituyeron un rico filón económico para la Iglesia Católica, pues existía la costumbre de asociarlas en los negocios para asegurar beneficios; las campesinas, por ejemplo, cedían a las ánimas algunos huevos de la cluecada para que empollaran los huevos y no se malograran con los rayos. Por su parte, los dueños de las fincas separaban lechones o terneros para sufragar misas para las ánimas a cambio de su protección contra las enfermedades y los ladrones del ganado.

Un Padrenuestro por el alma más necesitada del purgatorio”; “Un Avemaría por la más olvidada y no tenga quien el rece”; “A todas ellas Señor dales el descanso eterno y brille para ellas la luz perpetua”; “Que descansen en paz. Amén” fueron las voces que acallaron el chirrido de los grillos en los meses de noviembre. Son, por demás, frases que se oyen cada vez menos, porque en una sociedad como la actual que no respeta a los vivos, menos se ocupa de los muertos.












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