PABLO HERNANDEZ LÓPEZ


                
REPORTAJE A UN GLORIOSO  CICLISTA-

·         Por Orlando Salazar Zapata

 

En el piedefoto que acompaña la imagen superior de la página 36 del libro “La bicicleta, mi cámara y yo”, de Horacio Gil Ochoa, se lee: “Pablo Hernández, luciendo la camiseta tricolor, sufre los rigores de la trepada a Minas (Vuelta 1969) aparece un ángel de la guarda: Manuel Puerto y lo remolca y lo empuja por varios kilómetros. El campeón superaría la crisis”.

Acostado, cobijado hasta el abdomen porque tenía frío, y ayudado por las gafas que momentos antes había solicitado para hojear el libro del periodista gráfico más reconocido de la historia del ciclismo, don Pablo Hernández lanzó dos frases al verse en esa fotografía: “la estaba pasando muy mal” y “los locutores ya me estaban dando por muerto”.

La foto, 49 años después, es preciso contextualizarla para ver hoy su real dimensión. Quien sufría sobre la bicicleta era uno de los mejores escaladores del ciclismo colombiano de la época; se corría la etapa reina de la Vuelta a Colombia de 1969, y su protagonista, Pablo Hernández, portaba la camiseta arcoíris de líder. Manuel “Calambres” Puerto llegó en su ayuda: con su mano derecha tomó el sillín y lo empujó por varios metros. El rostro de sufrimiento de Hernández (ya con 29 años de edad) anunciaba lo peor, y seguramente por eso, por su pedalear cansino, por la evidente fatiga y porque cada vez era más difícil el ascenso, los periodistas del momento lo “enterraron” como ganador de la Vuelta a Colombia de ese año.

Atrás quedó la foto, pero sobreviene la imagen. Es el paciente de la habitación 636 de la clínica Los Rosales; está allí, recuperándose de la amputación de su pierna izquierda, tras una cirugía de hace apenas siete días. En sus manos sostiene el libro de 180 páginas llenas de fotos a blanco y negro que le removieron el alma, que lo alejaron de su realidad para “meterse en una cámara del tiempo” y verse joven, vital, deportista, y reconocer a sus amigos ciclistas.

“No puedo decir que bien, pero ahí voy; eso después de una cirugía de ese tamaño es bastante difícil, pero poco a poco vamos a coronar”, dijo Pablo Hernández, quien a sus 78 años (12 de febrero de 1940) reconoce que, aunque le “toca resignarse”, la cirugía le ha quitado esos dolores que lo hacían revolcarse.

En febrero pasado había llegado a Pereira, procedente de México, donde residía, para ponerse en manos médicas; la mala circulación en sus extremidades inferiores y las úlceras en los pies lo ponían a sufrir; una evaluación inicial en la clínica determinó terapias y medicamentos intentando salvarlo del quirófano, pero pasaron los meses y el 5 de julio llegó lo inevitable.

“Pablito” Hernández ganó esa Vuelta a Colombia de 1969, y sumó para Pereira el tercer título en la emblemática carrera nacional, con los dos que había conquistado “El Tigrillo de Pereira” Rubén Darío Gómez, en las vueltas de 1959 y 1961.

Pablo, Rubén Darío, Alfonso Galvis y Ariel Betancurt formaron la famosa cuarteta pereirana que se batió como fiera en las carreteras (más bien trochas) colombianas ante rivales de más peso y respaldo, dándole gloria a Pereira. Quienes vivieron en carne propia esos títulos y esa época saben que la palabra gloria debería escribirse en letras de molde.

En medio de la entrevista a don Pablo se le quebró la voz. Y ni siquiera fue por el impacto de verse en esas fotografías o por haber perdido una pierna. Su condición de ser humano reclama a sus amigos; pregunta dónde están los dirigentes, se cuestiona de la soledad que siente en esa habitación. “Los de Pereira, ni siquiera una llamada por teléfono”.

Su hija Alexandra, su nieta Catalina y un entorno familiar reducido se ocupan de su cuidado; algunos amigos de “afuera”, como Gustavo Gutiérrez, Luis Eduardo “Contrabando”, Jorge Garrido y el “Zorro” Hernández (Ómar) lo han visitado y algunos de ellos le han proveído de recursos económicos que, si bien no está solicitando, sí le han caído muy bien ante esta situación médica que demanda gastos de diversa orden. Toda ayuda es recibida con humildad y agradecimiento.

Pablo Enrique Hernández López Nació en Suesca, Cundinamarca. Muy joven, y ya siendo ciclista aficionado, vino a Pereira donde vivía un hermano; desde entonces se quedó a vivir en la Perla del Otún. Además de ganar la Vuelta a Colombia de 1969, fue el campeón nacional de ruta 1964, el subcampeón de la Vuelta a Guatemala y el representante de Colombia en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964.

Ahora con ayuda, porque el libro le pesa, sigue detenidamente las fotografías. De todas tiene comentarios, pero solo se ocupa de algunas. A través de la fotografía, Horacio Gil Ochoa destaca a ciclistas, alimentadores, retrata las paupérrimas condiciones de las carreteras; congeló con su cámara a los aficionados que salían “a la vera del camino”, a algunos corredores extranjeros, locutores de antaño, transmóviles, madres de ciclistas, accidentes y reinas.

Precisamente en la página 124 hay otra foto de Pablo Hernández. En esta ocasión sonríe; se nota sudoroso y feliz, mientras una dama le besa la mejilla izquierda. El piedefoto es: “Pablo Hernández, campeón de la Vuelta a Colombia, recibe un cariñoso beso de la Señorita Colombia, María Luisa Riascos”.

Cuando entró la enfermera al chequeo de rigor, una mujer que no sobrepasa los 35 años, don Pablo se apuró a mostrarle sus fotos: “mire este soy yo”, le dijo lleno de orgullo, mientras apenas sostenía el libro abierto con una mano, apoyado sobre su abdomen.

Para la profesional este momento no revistió mayor interés; cruzó un par de palabras, con rostro de incredulidad, al confrontar rápidamente la imagen del libro con el protagonista que ya tenía su brazo izquierdo a merced de la auxiliar médica para el procedimiento intravenoso. Ella se ocupó de los medicamentos que debía aplicarle y salió nuevamente de la habitación.

El hombre que está en esa cama, al que le acaban de amputar una pierna, el que reclama la presencia de sus amigos, aquel que pregunta ¿cómo está el ciclismo de Pereira? y se lamenta de la respuesta, fue uno de los deportistas más importantes del ciclismo colombiano, y fue quien escribió un pedazo de la historia de Pereira y de los pereiranos.

Por eso, más que su condición médica, de la que se resigna, le duele que muchos de los conocidos, de los amigos, de la familia del ciclismo, de los dirigentes de la ciudad, ni siquiera “me llamen por teléfono”.

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