Alfredo
Cardona Tobón*
Por
allá en 1955 con mi amigo “Chepe
Toño” Restrepo solíamos rematar la
semana “puebliando” por Antioquia;
madrugábamos los sábados y en bicicletas de turismo desafiábamos las rudas vías
sin arredrarnos ante las lomas de Santa
Elena, Las Palmas, Minas y demás obstáculos que vencíamos unas veces a pedal y otras veces caminando.
Varias
veces remontamos el Alto del Picacho con dirección a San Pedro de Los Milagros.
Recuerdo una carretera estrecha, llena de polvo en los veranos y de lodo en las
épocas lluviosas, como ocurría en ese entonces, con todas las carreteras de un departamento
casi aislado del resto de Colombia.
La vista era espectacular y sigue siendo maravillosa;
en ese tiempo Medellín no era más grande que la actual ciudad de Pereira, el
rio Medellín no estaba canalizado, había un gran aviso de Coltejer en la colina
del barrio Enciso y lo más alejado era el barrio Bermejal en la zona de la loma
y San Javier en la parte plana. La localidad de Bello no era más grande que el
actual Chinchiná y muy abajo del Picacho asomaba San Cristóbal, de casas bajas y
palos de guayabo en todos sus potreros.
A ritmo
lento avanzábamos con nuestras bicicletas con rumbo a San Pedro, en medio de
helechales donde emergían vacas de raza blanca orejinegra, de poca alzada y
ubres diminutas que no guardaban más de dos puchas de leche; había algunos
cultivos de papa, otros de hortalizas y pobreza venteada por donde se mirara.
Sesenta y tres años después regresé a San
Pedro de los Milagros; iba en automóvil con mi hija Nadya y mi yerno Rodrigo,
por una ruta asfaltada y recuerdos que el tiempo ha llenado de baches. Busqué
el ranchito donde paraba con “Chepe Toño” a tomar aguapanela con limón y a
coquetear con unas campesinas pizpiretas, que en ese entonces, a los 17 años de
edad, veía como las mujeres más bellas del universo. En las curvas y al lado de
los arroyos esperé encontrar el bosquecillo poblado de ruidosas guacharacas que marcaba otro alto en el camino;
quise descubrir el humo de las casas desperdigadas en el horizonte, pero
había desaparecido el rancho de la
aguapanela con las ninfas campesinas, al igual que el
bosque de las guacharacas y las volutas de los fogones de leña; en cambio de todo aquello vi casas campestres y
establecimientos comerciales, vi los helechales
convertidos en potreros con pastos mejorados y cultivos industriales, vacas de raza que
producen en total 750.000 litros diarios
de leche además de queso y mantequilla y en vez de las chimeneas labriegas se
levantaban las de COLANTA y otras empresas que brindan trabajo a centenares de
asalariados que la modernidad le arrebató a la
zona rural.
El San
Pedro de Guamurú de la época colonial empieza a figurar en los documentos
oficiales del año 1624; en 1726 cuenta con una
capilla rodeada por tres ranchos y en 1808 es
un caserío con 75 viviendas. Hoy la mera
zona urbana alberga 20.000 vecinos, a los que se suman otros 15.000 que habitan
en los 225 kilómetros cuadrados del resto del territorio. Miles de hatos
convierten a San Pedro de Los Milagros en el primer municipio lechero de
Colombia, por encima de Sopó y de Ubaté y sus atractivos naturales lo han convertido
en el cuarto municipio turístico del Departamento.
En
1874 los católicos iniciaron la construcción del templo elevado a Basílica
Menor por el papa Juan Pablo II. Es una joya ornada con plata y oro donde desde
1774 se venera un Cristo milagroso que identificó al poblado como San Pedro de
los Milagros. Veinticinco cuadros con motivos bíblicos, ubicados en el techo,
dan magnificencia al lugar, al igual que una réplica de La Pietá de Miguel Ángel
que no desentonaría en ninguno de los lugares sacros.
Medio siglo es nada en la historia de un pueblo y es poco para las enormes transformaciones que se ven en localidades como San Pedro de Los Milagros, donde en cinco décadas los campesinos de ruana y pie en tierra se convirtieron en ciudadanos con ropa de marca, celular, motocicleta, estudios secundarios y visión de negocios. Es la muestra de la Colombia nueva cuya gente trascendió las parroquias y abrió sus mentes a un mundo que se achicó y dejó de ser ajeno. En San Pedro de los Milagros nació Luis López de Mesa, médico, escritor y erudito; en sus calles y caminos empezó a pulir la santidad el beato Mariano de Jesús Euse Hoyos, el famoso “Padre Marianito”.
La
población es la ventana cultural del norte antioqueño con una gran biblioteca, Escuela Normal, colegios de
educación secundaria… Su comercio es rico
y variado. Al contrario de otras localidades paisas, San Pedro no se ve inundado
de cantinas y bares ruidosos ni está afectada por parches de miseria, es un lugar
apacible, limpio, con ofertas gastronómicas donde sobresalen los
derivados de la leche. Una de las atracciones es la “Vía Láctea”, un parque temático
identificado por una vaca colosal llamada “Manuela” que se construyó en lo alto
de una colina.
Manuela en la Via Láctea
Han
transcurrido muchos años desde las trepadas en bicicleta hacia San Pedro de los
Milagros. Con tantos años encima sudé para recorrer a pie la pequeña cuesta
hasta el parque, pero valió la pena admirar las casonas de bahareque con
zaguanes de piso de azulejos y contrapuerta calada, los ventanales forjados y
los aleros con teja de barro. Lo único malo de esta bella población antioqueña
es esa proliferación de cajones de cemento que aceleradamente van remplazando
la arquitectura de guadua que enaltecieron los abuelos. No sé qué piensan los
planificadores municipales que están dejando perder uno de los tesoros más
preciados de nuestros hermosos poblados.
felicitaciones por ser un lugar religioso, tranquilo. apetecible
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