Alfredo
Cardona Tobón*
Cuando
el sacerdote Remigio Antonio Cañarte celebró la primera misa en la pequeña
capilla de Cartagoviejo, tenía entonces unos setenta años de edad, que en ese
tiempo marcaban el declive inexorable de la existencia. Estaba, por tanto, más
cerca a la mecedora y al chocolate parveado que a los afanes de sus inquietos
feligreses.
Cañarte
era un cura llano y apegado a los bienes materiales, como se colige en el
testamento, pero contaba, eso sí, con un gran reconocimiento social por su
dignidad y por pertenecer a notables y antiguas familias cartagüeñas.
Nada sabemos de los primeros años de Remigio
Antonio, ni cómo el Altísimo tocó su corazón para hacerlo sacerdote; y poco
conocemos sobre la cruenta etapa en los campamentos realistas y patriotas
durante la lucha por nuestra independencia; sin embargo podemos acercarnos a su
vida de soldado al repasar las páginas de la historia de Casanare:
.
LA INDEPENDENCIA EN CASANARE
En
la década de 1810 a 1820 la provincia de Casanare se convirtió en el centro de
las guerrillas patriotas cuyas acciones culminaron en la campaña de 1819.
Los
comuneros habían abonado el camino libertario en la provincia y el sacrificio
de Vicente Cadena y de José María Rosillo galvanizó el espíritu de los llaneros que
hicieron frente a la dominación española
bajo las banderas de Ramón Nonato Pérez, Juan Nepomuceno Moreno, Juan
Molina, Manuel Ortega, Juan Galea, Miguel Guerrero, Francisco Rodríguez, Fray
Ignacio Mariño y Francisco Olmedilla.
Después
del desembarco de Pablo Morillo en Santa Marta, el 26 de julio de 1815, el coronel Sebastián de La Calzada invadió a
Casanare con 3000 hombres de infantería, 500 jinetes y dos piezas de artillería
con el objetivo de acabar con ese reducto patriota. El 31 de octubre de 1815 el
comandante Joaquín Ricaurte, al frente de guerrilleros llaneros y de tropas
llegadas del Socorro, chocó con el enemigo en Chire e hizo retroceder a
Sebastián de La Calzada al piedemonte cordillerano causándole 200 bajas, la
pérdida de 800 caballos y mulas y de gran parte del armamento
Mientras
se luchaba en Casanare, en el sur del país y en El Socorro, las tropas de Morillo ocuparon el resto de
la Nueva Granada con cuatro columnas que marcharon como una tromba asesina. Una
de esas columnas remontó el río Atrato y bajo el mando del coronel Julián Bayer
arrasó las defensas patriotas en la desembocadura del río Murrí y venció a los insurgentes en el
Arrastradero de San Pablo.
Una
avanzada dirigida por el coronel Antonio Pla tomó el puerto de Buenaventura y
continuó hacia el Valle del Cauca dejando una huella de venganza y desolación.
EN
LAS FILAS REALISTAS
En
Cartago el coronel Antonio Pla incorporó numerosos reclutas a sus filas; unos
deslumbrados por el poder español y otros, como Remigio Antonio Cañarte,
obligados a marchar bajo las banderas del rey.
La
fuerza de Antonio Pla atravesó el Quindío, remontó la cordillera y en Santa Fe
de Bogotá se unió a la tropa del teniente coronel Julián Bayer, para continuar
hacia los llanos orientales donde se estaban reagrupando los llaneros con numerosos
emigrados de Venezuela y de la Nueva Granada.
Los patriotas atacaban, picaban y se retiraban
sin presentar combate a campo abierto y dejaban al enemigo sin recursos, pues
las comunidades abandonaban las poblaciones y escondían las cosechas. Fue una guerra
de escaramuzas en una tierra hostil y letal para los españoles; una guerra
salvaje, de exterminio, sin tregua ni misericordia con los vencidos, donde la
infantería solo podía utilizar las armas de fuego en los veranos, pues en época
de lluvia quedaban inutilizadas por el agua.
En
el año 1916 en una de las tantas emboscadas patriotas, los rebeldes capturaron
al teniente coronel Julián Bayer y lo ejecutaron junto con otros compañeros. En
represalia los realistas anegaron en sangre los campos de Pore, donde
asesinaron a numerosos llaneros, entre ellos a Justa Estepa, una de las “Polas”
granadinas.
Al
empezar el año 1817, nuevas tropas coloniales comandadas por el general
Barreiro, se descuelgan hasta el pie de monte llanero con la intención de
acabar de una vez por todas con la resistencia republicana. Esta vez Barreiro
se apodera del piedemonte llanero, pero las guerrillas contraatacan y desalojan
al enemigo de La Salina, de la aldea de Sácama y de la población de Pore.
Los
patriotas llevan la ventaja con sus animales acostumbrados a los malos pastos,
a cruzar los pantanos y a los enjambres de bichos; en cambio los caballos de
los realistas, que vienen de la cordillera, mueren de hambre en los esteros, se
les pudren los cascos y no aguantan las picaduras de las nubes de insectos.
Además, mientras los llaneros se sostienen con carne salada, los realistas no
encuentran qué comer, pues el ganado
salvaje empitona sus bestias y sus
jinetes.
EN
EL ESCUADRÓN DE RAMÓN NONATO PÉREZ
En
una de las tantas escaramuzas, Remigio
Antonio Cañarte desertó de las filas realistas y se unió a la guerrilla de
Ramón Nonato Pérez, un jayán nacido
en Casanare, hecho hombre domando potros salvajes,
manejando novillos fieros, desafiando las inclemencias del tiempo y odiando de muerte a los españoles.
La
lanza de Ramón Nonato se tiñó de sangre en Aragua, en Arauca, en Guasdualito,
en Ariporo y en la Fundación de Upía, donde avanzando tres días entre los
pajonales, sorprendió a los realistas que habían arrasado la aldea de Zapatosa
y acabó con todos ellos. Los llaneros atacan sin descanso, en forma tal que el
“Pacificador” Pablo Morillo comunica al rey Fernando VII: “Catorce cargas
consecutivas sobre mis cansados batallones, me hicieron ver que aquellos hombres
no eran una gavilla de cobardes como me habían informado, sino tropas
organizadas que podían competir con las mejores de su Majestad el Rey”.
Con
el dominio pleno en Casanare, Bolívar reúne las partidas irregulares bajo el
mando de Santander y avanza hacia el altiplano bogotano. Atrás quedaba una
época y empezaba una era donde no encajaba Ramón Nonato. Ante la indisciplina y
los abusos, el Libertador lo llevó a un
consejo de guerra, que nada hizo para reprimir a Ramón Nonato, pues nadie se
atrevía a desafiarlo. Por ironías de la vida un caballo cerrero causó la muerte
del valeroso llanero y le privó de los laureles en el Pantano de Vargas y en
Boyacá.
Una
vez integradas las guerrillas bajo el mando de Santander, Remigio Antonio
Cañarte junto con los hombres que seguían al centauro casanareño trasmontaron
la cordillera y llegaron a la fría sabana de Bogotá. Aquí se pierde la huella
de Remigio Antonio que regresa a su tierra,
recibe las órdenes sacerdotales de mano del Obispo de Popayán Salvador
Jiménez de Enciso y ejerce su misión pastoral en el norte de la provincia de
Popayán.
Cañarte
aparece enfundado en la sotana de un sacerdote en la Zaragoza del Valle del
Cauca y después en la población de Cartago. Las crónicas de su época consignan
su amistad con el prócer Francisco Pereira Martínez y como asistió
espiritualmente a Salvador Córdoba y sus amigos cuando fueron vilmente
ejecutados por orden de Mosquera en la guerra de 1840.
Remigio
Antonio Cañarte pasó a nuestra historia con la celebración de la primera misa
en la capilla construida por los colonos en Cartagoviejo. No fue el fundador
de la aldea como aseguraron por mucho
tiempo, pero aunque no lo haya sido, la tradición y la leyenda se han encargado
de entronizar en el corazón pereirano a
este personaje nacido el 21 de marzo de 1790
en Cartago y fallecido en Pereira el 29 de octubre de 1878.
*historiayregion.blogspot.com
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