REMINISCENCIAS
DE JOAQUÍN SUAREZ
Época
nefanda la del año 1895; turbado el orden público mis hermanos Luis Antonio,
Eliseo, Bernardo, Francisco y el suscrito Joaquín Suárez, nos fuimos a la finca
a pasar la noche juntos en mi caney de tabaco: Serían las seis de la tarde
cuando pasó mi padre Ramón Suárez a poca distancia de a caballo, nos vio y siguió
al considerar que no corríamos peligro.
En la casa de la hacienda comió y como lo
hacía algunas noches se dirigió a la ciudad de Cartago, no imaginando la celada
que le tenían en el punto llamado Cascajero en una angostura. Lo sorprendió de noche una turba anónima
mandada a capturarlo vivo o muerto, según dijeron algunos de ellos. Al tratar
de escapar cayó la bestia y en el suelo lo culatiaron ferozmente; lo llevaron
preso y al entrar a la ciudad lo volvieron a ultrajar y no pudiendo ya llevarlo
por lo grave del maltrato lo amarraron de pies y manos y engarzado como un
marrano lo entraron por las calles hasta descargarlo en una pieza inmunda de la
cárcel donde murió desnucado.
Vino
el día más fatal de nuestra vida, llegó un cuñado Ramón Gamboa, conservador
pero buen amigo, nos prometió llevarnos a verlo y fuimos a Cartago, pero ya lo
habían sepultado a las primeras horas del día sin que pudiéramos ver a mi
padre.
Comprenderán
quienes lean estas líneas como quedarían los corazones de trece hijos de un
padre tan amante como lo era con nosotros; yo de mi parte no pensé más que en
la guerra. Se dijo que en La Virginia el
jefe don Demófilo Candela tenía armas y gente, nos alistamos con algunos
liberales de Santa Ana y en la mañana siguiente nos pusimos en marcha con
cuatro de mis hermanos menores Luis, Eliseo, Francisco y Eduardo. Al pasar por
donde el hermano mayor José Vicente detuvo a los menores que no pasaban de 12 o
14años y seguimos los demás. Fuimos a La Virginia y no habiendo visto sino
calma nos regresamos a nuestra casa pero yo siempre pensé en la guerra a las órdenes
de los jefes el general Murgueitio, Demófilo Candela, Lázaro Mejía y Félix
Abadía.
Se
me persiguió por mi tenacidad en la política, fui herido varias veces y
encarcelado otras tantas. En todo lo que se ofrecía colectar dinero nunca lo
negaba porque mi idea no era otra que servir a la causa. Alguna vez le escribía
a un amigo en Bogotá, necesitamos un Gómez y un Maceo en Colombia (libertadores
de Cuba) y los tuvimos en Uribe y en Herrera. Yo no descansaba en mi intriga
bélica, los jefes Murgueitio, Candela y Mejía me confiaban todos los elementos
que lograban adquirir. Mi depósito nadie lo sabía y unos días antes de estallar
la guerra de los Mil Días me dijo uno de los jefes que debía limpiar los rifles
Días después fueron capturados los jefes y declarado el país en estado de sitio
y viéndome solo, como subalterno de ellos, no hallé otro recurso que buscar un
liberal experimentado y fue Ceferino Murillo en el Arenal al otro lado del
Cauca. Fui llevando las armas de noche. Se entusiasmó Ceferino, los vecinos y
mis hermanos y cautelosamente nos fuimos reuniendo con Ignacio Penilla,
reunimos más armas y cápsula y la gente fue acudiendo de la Virginia y de
Cartago. En este estado iba la organización cuando enfermé y estando
incapacitado el grupo resolvió moverse a órdenes de Murillo hacia el sur y
fueron sorprendidos y dispersos, volvieron sin perder las armas, mejorado volví
y pronto estuvimos reorganizados siempre los cinco hermanos a la orden. Con
algunos de Cartago vino Félix de la Abadía, Maximiliano Jaramillo y un joven
Upegui. Al no ir con nosotros Murillo nombramos jefe a Abadía; Jaramillo y
Upegui primero y habilitado respectivamente. Resolvimos subir a Anserma,
acampamos en Piedra Gorda y allí templamos las toldas para distraer la atención
del enemigo. Como yo comprendía algo de organización militar dividí el grupo en
dos compañías de 50 hombres con sus respectivas escuadras, oficiales y clases.
Los capitaneábamos Luis mi hermano y Eliseo y Francisco, teniente y alférez
relativamente de mi compañía, Eduardo abanderado. Menciono mis hermanos solo
por no extenderme mucho, el batallón lo
nombramos el Figueredo que después
llevó el nombre de Robles, de tarde se
recogieron las toldas y a marcha sigilosa y redoblada pasamos el río Cauca por La Virginia y al día
siguiente seguimos hacia Pereira amparados por la montaña que en esa época no
estaba descuajada la vía, a la siguiente
madrugada nos pusimos en la
entrada de Pereira, supimos que había
fuerza en un cuartel a una cuadra de la plaza y guarnición de presos en esta,
antes de entrar dispuso Abadía que yo marchara adelante con un piquete de mi
compañía que no alcanzaba a 20 hombres,
mis hermanos quedaron en el resto de mi compañía y a mi lado el alférez
Francisco, mi hermano, nos ofrecieron en la fonda en que estuvimos un trague y
marché con mis acompañantes adelante
hacia el cuartel con un señor Aguilar,
baquiano, serían las cinco a.m providencialmente salimos al mismo tiempo el
cuarto de Ronda del enemigo y nosotros a la esquina próxima al cuartel, tras un
alto quien vive nos cruzamos la descarga. Cayó muerto uno de cada bando, ellos
huyeron hacia el cuartel y se
atrincheraron a dispararnos de allí y nosotros a fuego graneados los
tuvimos sitiados hasta muy claro el día, que nuestro resto de fuerza había
ocupado la plaza y acudió a sitiar la cuadra para rendirlos, lo que hicieron inmediatamente presentaron
bandera blanca, cuando vi que un montón de pueblo iba en actitud de dentrar al cuartel, cogí el
rifle del centinela muerto que tenía bayoneta, me puse a contener el tumulto,
dejando entrar nuestros soldados condicional de no ultrajar a los
rendidos, no había arriba sino un herido
y el muerto del portón y tomamos 41 rifles parque nada porque todo lo quemaron
sobre nosotros, ellos atrincherados nos
mataron dos y varios heridos, estando la ciudad en nuestro poder se dispuso lo
conveniente y más o menos a las doce del
día fuimos atacados por los de Santarrosa por la vía del Otún. Nos hirieron un soldado pero a
nuestro empuje de las armas huyeron. Pasamos el día allí y como nuestra idea
era ocupar la zona del Quindío nos reforzamos y tomamos hacia el Valle.
Al
anochecer acampamos fuera de la ciudad vía del Quindío, un número considerable
del entusiasta liberalismo de Pereira nos acompañó y seguimos hacia el Quindío
donde no hallamos sino entusiasmo y a Armenia entramos de noche al son de cajas
de guerra y cornetas y el entusiasmo de encontrarnos allí al Jefe General
Ibáñez que nos recibió y comandó en seguida y se redobló armamento y
parque. Al tercer día dispuso el jefe que
nuestro batallón Robles (Entonces Figueredo) marchara a la vanguardia hacia el
Zarzal; acampamos en la montaña, atravesamos al día siguiente la cordillera y
en la madrugada del tercer día próximo a Zarzal iba yo adelante con unos pocos
soldados y nos hicieron una descarga que no contestamos, pero huyeron dejando
una bestia aparejada.
Tal
vez cayó el jinete pero no hubo ninguna baja nuestra. Nos detuvimos en ese lugar
a esperar el refresco y al ver que no llegaban resolvimos entrar a Zarzal no
sabiendo que allí se había concentrado todo el personal del gobierno de esa
región.
Me
tocó con mi compañía entrar por una cañada montuosa, íbamos unas cuadras
adentro cuando un ruido de gente atrás en otra vía me hizo pensar que nos
salían a retaguardia y nos devolvimos aceleradamente.
Un
escuadrón de caballería había apresado al general Díaz, que habiendo llegado
del Tolima habló con el general Ibañez, salió a alcanzarnos y equivocadamente
dio con el enemigo. Esa fue la bulla que nos hizo volver y al salir de la
montuosa cañada dimos frente a frente con el mismo escuadrón y lo atacamos y
nos cruzamos unas descargas. Huyó el enemigo y el general Díaz quedó con
nosotros, no hubo bajas, solo mi caballo sufrió una herida que no fue de
muerte. El general Díaz me repetía usted me dio la vida, le agradeceré
eternamente. Nos reunimos y se propuso
un ataque por una vía distinta, saliendo del llano de las Lajas nos hallamos
con el enemigo, nos entretuvimos con un fogueo graneado mientras nos
franquearon por encima de una cuchilla a la izquierda. En vista de la
desventaja y sin llegarnos el refuerzo, nos retiramos amparados por la cuchilla
montuosa de la derecha, resolvimos la retirada de nuevo al sabanazo a reunirnos
con el grueso del ejército que no nos auxilió porque la compañía que comandaba
el capitán Eloy Morante, aun cuando heroicamente contuvo las avanzadas
conservadoras, no pudieron contener el empuje de la mayor fuerza y se retiraron
dejando el puente de los Quingos en poder del enemigo.
Nosotros
llegamos al Estado mayor que estaba en una casa. Viendo que los jefes estaban
un poco distraídos allí en reunión con el general Ibañez y las descargas se
oían muy cerca. Nuestro ánimo no era otro que definir nuestra suerte y seguir
con los que me acompañaron hacia adelante.
A la
cuadra más o menos nos enfrentamos con el enemigo el que nos hizo la descarga y
se replegó hacia el monte. Nos tumbar un compañero y nosotros los atacamos y
seguimos adelante amparados por el monte. A estas maniobras se nos interpuso el
coronel Marulanda y nos hizo tomar una trocha a hacer una cortada. Me
acompañaron unos veinte, incluidos mis hermanos Luis, Eliseo y Eduardo que me
habían seguido. A Francisco le tocó por el frente y con otros buscó otra vía.
Nosotros guiados por alguno que dijo ser baquiano, cumpliendo la orden que se
nos había dado tomamos la derecha y andando el resto de la tarde llegamos al
Salado oscureciendo, de allí más oscuro que claro divisamos unos bultos que por
la distancia se veían chiquitos y no se distinguían si tenían armas, los fuegos por el frente habían casi terminado, solo por intervalos se
oían disparos, resolvimos esperar la mañana para atacar si fuera necesario ,
nos acampamos la noche muy quedos en el monte para no ser descubiertos por el
enemigo y darles una sorpresa si los del frente lo necesitaban al
amanecer, amaneció y no había rumores de combate, el grupo que divisamos
había desaparecido, salimos a la casa del Salado, no había nadie solo gallinas
y cerdos y un ollón de marrano .que fue
nuestro frugal desayuno, seguimos de allí a la Palmera a orientarnos de nuestro
resultado, allí supimos que el general Ibañez había tomado con el grueso del ejército una trocha hacia
el Quindío, como nuestra suerte era la
misma, vimos un pailón y mis
compañeros se habían racionado con unas gallinitas, les ordené poner lo que
cupiera en el pailón y después de tomar
la montaña esto hicieron y nos disponíamos a comer. No habían bajado el pailón
cuando dijeron los de la casa que venían cerca de allí el enemigo. Les
ordené con una tranca engarzar el pailón
y nos dirigimos al monte cercano que era la vía que íbamos a tomar, comimos
tranquilos y sin demora tomamos la
montaña hacia el Quindío, pasamos la noche en una vereda muy tranquila, a la
mañana siguiente al no tener la menor idea de la vía que llevaba Ibáñez,
seguimos hacia Montenegro, estando cerca resolvimos o exponer las armas y en
una finca de un liberal de confianza, según dijeron algunos de los que iban en
nuestra compañía, depositamos las armas y seguimos, no pasamos por Montenegro, en la vía que
llevamos encontramos un grupo que entre ellos estaba el coronel Marulanda, no
vimos actitud bélica,seguimos y al pasar
por la casa de la hacienda nombrada La Española, salió a la tribuna el dueño y
nos mostró donde había un grupo nuestro racionándose con una novilla que les
había puesto a su disposición; cual sería nuestra inmensa alegría al ver al hermano
que no sabíamos si era vivo o muerto,
Francisco, que era el mismo que faltaba.
Ya
los cinco hermanos juntos y no viendo idea de fortalecer nuestra idea bélica
por el momento nos pasamos los cinco hermanos el rio de La Vieja vía a Cartago, atravesando las montañas orilleras
vinimos a dormir a Coloradas al día siguiente por varias travesías salimos al camino próximo a Zaragoza y de allí
volvimos al punto de partida.
Yo
siempre con ánimo constante empecé de nuevo a bajarme a La Virginia, mejor
sitio para la intriga bélica porque allí estaba Penilla, quien como muy
conocedor y entendido de ese poblado me ayudó siempre con su energía y
desinteresado patriotismo. En cumplimiento
de orden que teníamos del centro revolucionario de distraer las fuerzas del
gobierno, empezamos a reorganizarnos con las armas que habían vuelto a recibirse y de las que de continuo nos enviaban nuestros buenos copartidarios.
Reunimos unos 80 o 100 hombres y estando acampados en Cañaveral
llegó el coronel Antonio M. Echeverri y por cumplir disposiciones del código
militar porque él era mayor en edad y graduación, el llevaba unos pocos compañeros bien armados, en esos días nos
enviaron de Cartago un batallón a atacarnos, estando nosotros acampados en los
encuentros del río Cauca y Risaralda, fuimos atacados de la otra orilla del Risaralda y no hubo un combate formal por
el río y si tuvimos un muerto y algunos
heridos y del enemigo no supimos porque ellos se retiraron sin darnos cuenta, nosotros pasamos la noche
allí cerca y a la mañana siguiente tomaron vía Belalcázar, la ocupamos sin
resistencia y de allí tomamos vía del
Cauca al sitio llamado Puerto
Chávez. Al día siguiente como siempre
hicimos se depositaron las armas lo que se hacía cargo Penilla como el de mayor
confianza y nosotros volvimos a separarnos quedando listos para nuevos
encuentros.
Soy descendiente de el sr Suarez
ResponderEliminarSeñor Cardona me gustaría tener más datos , escritos o antecedentes de mi ancestro
ResponderEliminardon mario Suárez puede ampliar la información. Sus correos son marufe58@yahoo.com y masu17428@gmail.com
Eliminarmuy buenas noches,el padre de mi abuela Lucrecia Candela Torres ,era hija de mi
ResponderEliminarel padre de mi abuela Lucrecia Candela Torres era hija del general Demofilo Candela
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