Alfredo
Cardona Tobón*
Al
amanecer del 17 de enero de 2016, un amigo me despertó para darme la noticia del pavoroso incendio de nuestro
templo parroquial; con voz quebrada por
la pena me contó cómo vieron consumirse, sin
poder evitarlo, el símbolo que con los
cerros tutelares del Gobia y del Batero, han identificado a nuestro pueblo.
El
incendio empezó a la media noche, dicen que se originó con un cortocircuito en las luces
del alumbrado navideño. Las chispas encontraron en la madera centenaria, reseca
por los años, la yesca que alimentó el desastre. No hubo pérdidas humanas, tan
solo una persona afectada por el humo; las pérdidas materiales son enormes para Quinchía y
las inmateriales son incalculables, porque en las cenizas quedaron los cuadros
de los Cuatro Evangelistas pintados por Palomino, una talla quiteña de la Inmaculada Concepción
y el trabajo de numerosos artesanos que embellecieron el templo. Las llamas
consumieron en pocas horas el esfuerzo de una comunidad que vio en el
Tabernáculo el soplo de Dios y lo cuidó con celo durante 132 años.
Después
de una plaga de langosta y una larga sequía, los quinchieños decidieron trasladar el caserío a un sitio fresco
y con aguas; pero como las parcialidades no pudieron ponerse de acuerdo,
dejaron que la Virgen Inmaculada
escogiera el nuevo sitio. La imagen de la Augusta Señora durante varias semanas
viajó por caminos y trochas hasta que en
un atardecer seco y soleado los cargueros resbalaron sin causa aparente y la preciosa viajera quedó recostada sobre un
pequeño promontorio.
Esa
fue la señal esperada por los quinchieños. Allí, en ese punto preciso, en enero de
1884 los nativos pusieron la primera piedra del nuevo templo y alrededor
empezaron a levantar sus ranchos. Sin permiso ni ayuda de nadie los quinchieños
construyeron la iglesia: cortaron cedros
y nogales, llevaron piedra, hicieron una calera y cedieron la mitad de la hulla
del resguardo a Protasio Gómez como pago por la dirección de la obra.
El
28 de noviembre de 1888 se celebró la
última misa de difuntos en Quinchiaviejo y al día siguiente, en una gloriosa
alborada, se trasladaron las imágenes, las reliquias y los ornamentos al templo
que aún carecía de la cúpula y de las torres frontales, que apenas se construyeron en el año de 1921.
Quinchía
fue un baluarte del radicalismo liberal y una fuerte plaza protestante. Pese al
anticlericalismo del siglo XIX y las divergencias con algunos sacerdotes que querían conservatizar a
la comunidad, el templo de San Andrés
aglutinó a los quinchieños que siempre lo consideraron como una obra
propia.
Al
aclarar el día 17 de diciembre de 2016 el párroco Carlos Cadavid madrugó como
siempre a celebrar el Santo Sacrificio de la Misa en el sitio donde por pura coincidencia se puso la primera
piedra de la iglesia consumida por el incendio. Esta vez no hubo palmas ni
sonrisas; todavía se sentía el calor de
las brasas y el humo aún se levantaba sobre lo que una vez fue el orgullo de
una raza. El dolor y el trasnocho marcaban los rostros adustos de los
feligreses cuya desesperanza quedó grabada en un video que circula por las
redes.
Vano
fue el esfuerzo heroico de los bomberos locales y de sus colegas de Guática, Anserma y
Riosucio. Nada se pudo hacer ante la voraz conflagración que de milagro no se extendió al resto de la
localidad. Cuatro locales en los bajos del templo fueron pasto de las llamas,
al igual que la memoria de tantas generaciones
que oraron bajo el techo del templo.
La iglesia
de San Andrés no solamente fue la Casa
del Señor sino también el cofre de los recuerdos que congregó a los quinchieños
en sus días de tragedia y de ventura. En los escombros quedó el esfuerzo del
Resguardo Indígena, el trabajo de Nicolás Tapasco, de Bonifacio Trejos y demás nativos;
las empanadas de Filomena Calvo y de
Telésfora Chiquito, las cantarillas de Ninita Betancur, las gestiones de Juan
Bautista Cataño, de Cipriano Bermúdez, Santiago Rico y de Rogero Trejos para conseguir los pesos escasos de una
comunidad pobre que no dudó en privarse de comodidades para atender el culto y
mantener el templo.
Ahora
que se consumó la tragedia, Quinchía se siente desnuda y solitaria. Solo queda consolar a los hijos de esta noble tierra y recordarles que así como salieron adelante en tantas
dolorosas circunstancias, en este trance también saldrán avante para mostrar a
las futuras generaciones su empuje y su valentía.
Misa celebrada horas después del incendio en el atrio del templo
Misa celebrada horas después del incendio en el atrio del templo
El
reto ahora es la reconstrucción del templo. Más hermoso si se quiere, de acuerdo con el paisaje y el entorno del
pueblo, un templo digno de Dios y de los nuestros y
no una bodega de concreto como la
mayoría de los templos risaraldenses.
Quinchía
ha tenido varios templos: primero fue una humilde capilla al lado de la Misión Franciscana
de Quinchía; el segundo, la sencilla construcción de guadua de Nuestra Señora de
la Candelaria de Quinchía que fue pasto de las llamas; el tercer templo se
levantó en Quinchiaviejo y la cuarta iglesia
es la de San Andrés, también víctima de un incendio..
La
conflagración se llevó el pesebre, los
adornos de Navidad, los ornamentos y demás elementos del culto. Esta sería la
hora de la solidaridad católica para que el Espíritu del 24 de diciembre no se apague en el pueblo más
lindo de Risaralda.
Como todos los escritos del doctor Cardona Tobón, el que nos ofrece aquí, no se limita a dar una información, sino que, de forma muy amena nos da información histórica y sociológica del municipio. ¡Qué bueno tener historiadores como él, que nos hacen disfrutar la historia de nuestro país!
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