BATALLA DEL PANTANO DE VARGAS


CORONEL: ¡SALVE USTED LA PATRIA!

Alfonso Plazas



Corría el año de 1819. Nueve años después del grito de independencia. Se desarrollaba con toda su fiereza la Campaña Libertadora de la Nueva Granada.

Las tropas de Simón Bolívar habían cruzado los Andes por el lugar más difícil, y por esa misma circunstancia habían sorprendido a los españoles. Mal cuidado el Trincherón de Paya, en lo alto del páramo, y pobremente guarnecidas las poblaciones de Gámeza y Tópaga para impedir el acceso al altiplano, permitieron sendos triunfos de los libertadores que luego de sufrir el envenenamiento de algunos de sus hombres en Sogamoso, lograron establecerse en la Hacienda de Bonza, jurisdicción de Duitama.

Contaban con puesto de mando organizado y corrales disponibles para remontar una caballería inexistente, pues que solo unas pocas mulas habían sobrevivido la travesía y los combates, estaban a pie. Los hermanos Niño, propietarios de muchas cabalgaduras, pues ese era su negocio, ofrecieron hasta doscientos potros cerreros por la causa libertadora, los cuales, aceptados por el libertador, no tardaron en llegar. Entonces el vecindario del mayorazgo de Surba y Bonza se convirtió en el escenario de un impresionante jaripeo, en el cual los soldados llaneros habilidosos jinetes domeñaban a sus cabalgaduras, bajo la vigilancia de su jefe el teniente coronel Ramón Nonato Pérez.

Algún soldado que no pudo con su montura, fue increpado por Pérez, bravo llanero Triniteño quien le pidió la bestia, para demostrarle cómo era que se le dominaba. Pero le fue mal, el caballo lo descargó contra unas piedras, dejándolo inconsciente. Nunca recuperó el conocimiento y habría de morir un par de meses después.

Le sucedía en el mando Juan José Rondón. Llanero venezolano dicen muchos. Granadino de Soatá, Boyacá, dicen otros. Un hombre de pocas palabras, inteligente pero tímido, los lanceros lo respetaban por su valentía y su habilidad con la lanza. Era capitán. Bolívar lo ascendió a Teniente Coronel ese mismo día, para reemplazar al desventurado Nonato Pérez, en el manejo de la caballería patriota.

Un par de días después, el 25 de julio de 1819, en plena batalla del Pantano de los Vargas, Bolívar no lo había empleado en el combate. No le inspiraba confianza y sus llaneros apenas manejaban sus nuevas cabalgaduras. De modo que cuando al finalizar la tarde se realizó el Consejo de Guerra, para determinar la conducta a seguir, después de horas de lucha, de centenares de muertos y heridos en los cerros de “la guerra” y “el cangrejo”, y frente a la aparición a lo lejos de la caballería real, lujosamente enjaezada, tropas frescas y bien armadas, Bolívar le expresó a su Estado Mayor:

“-Se nos vino la caballería y se perdió la batalla…”

 

No se imaginaban los generales patriotas que se venía el momento glorioso. El improvisado teniente coronel Juan José Rondón, se atrevió a hablar y les dijo con mucha modestia:

“-Mi general, ni yo ni mis hombres hemos combatido.”

 

El Libertador lo miró con sorpresa y algo de desprecio. Su frase hoy recitada con entusiasmo, en realidad era irónica. Salía de los labios de quien había luchado todo el día con sus más avezados batallones y no lo había logrado:

“- Coronel, salve usted la patria.”

Imagina uno el pensamiento del libertador en ese momento: (“Este llanerito que está pensando, si hemos luchado con nuestros mejores soldados, y hasta el comandante inglés se debate entre la vida y la muerte. Si hemos perdido centenares de soldados en tantas horas de terrible enfrentamiento... ahora va a creer que él va a salvar esta grave situación…pero dejémoslo a ver con que sale…)

Rondón no esperó una segunda orden, y empezó a llamar a los comandantes:

“Infante, Carvajal, Gutiérrez, los que sean valientes síganme…”

Solo algunos oficiales y suboficiales reaccionaron. En total 14, cuyos nombres los recoge la historia y aparecen esculpidos en bronce en el lugar de la batalla, obra del maestro Rodrigo Arenas Betancourt. No había tiempo de planear, la caballería española ya estaba encima; al galope tendido, montados a pelo y manejando los potros tan solo con sencillas riendas, este puñado de valientes partió en dos la formación de la caballería española, blandiendo las lanzas en golpes mortales que no daban lugar a reaccionar a los jinetes peninsulares.

Los 200 soldados llaneros, que no salían de su asombro, siguieron a casi cien metros de distancia a sus comandantes que se batían como fieras. De modo que un minuto más tarde cuando alcanzaron el lugar de la confrontación doblegaron a los españoles en forma contundente e incontrolable. El toque de retirada no se hizo esperar en las tropas de Barreiro. La lujosa caballería peninsular derrotada y diezmada abandonó el campo de combate, al galope.

Bolívar bautizó el 25 de julio con el nombre del “día de San Rondón”. Y cada año recordó esa fecha. 

 

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