LA REBELIÓN DEL GENERAL JOSÉ MARÍA CÓRDOVA
Alfredo Cardona Tobón*
En 1828 era evidente el
malestar general ante el gobierno
autocrático de Bolívar. Hasta Sucre, el más fiel escudero del Libertador,
opinaba que el caraqueño había errado su marcha desde que le dieron el mando
supremo con facultades de dictador.
José María Córdova, por su parte,
se alejaba cada vez más de Bolívar cuestionando el proyecto de una monarquía constitucional y
la implantación de la constitución instaurada en el Alto Perú.
La animadversión contra los
militares venezolanos fue universal entre los granadinos: “nadie quiere
ya este matrimonio- afirmaba el arzobispo Mosquera- y de grado o por la fuerza
debe deshacerse”. La idea de una Colombia con Quito y Venezuela fue un fiasco desde el principio; en Caracas gobernaba autónomamente Páez, en el
sur Flórez y Gamarra actuaban independientemente y en Bogotá legislaba Bolívar
con los venezolanos y un séquito de
mercenarios extranjeros.
Mientras crecía el prestigio de José María Córdova, aumentaban los contradictores de Bolívar y el deseo de un país regido por las leyes y
no por la voluntad de una persona. Tal era el caso de Santander que tenía una visión
distinta de un estado hastiado de charreteras; y aunque Córdova aún
guardaba fidelidad al Liberador, éste desconfiaba cada vez más del valiente
antioqueño por los chismes venenosos del coronel Tomás Cipriano de Mosquera y del general Daniel Florencio O¨Leary.
Por esos chismes, Córdova
perdió el mando de las tropas del sur y se vio relegado al cargo
honorífico de Ministro de Marina sin
mando y sin buques. Antes de regresar a Bogotá, Córdova se detuvo en algunos
pueblos del Valle del Cauca donde constató el rechazo de sus habitantes a las políticas de Bolívar y al Concejo de Gobierno que el Libertador instauró cuando marchó a
combatir a los peruanos.
Antes de seguir a la
capital el héroe de Ayacucho visitó su tierra natal y en Rionegro manifestó la necesidad de cambiar el rumbo del
gobierno, sacudir la coyunda foránea y atajar el embeleco de un príncipe
extranjero. Creía contar con el apoyo de
los pastusos y de los vallecaucanos; además, estaba seguro del respaldo antioqueño; por ello se lanzó a la aventura de enfrentarse
a las tropas veteranas seguidoras de Bolívar. Los gobiernistas intentaron capturarlo
la noche del 11 de septiembre de 1829 y esto aceleró el pronunciamiento en
Rionegro, cuyos habitantes rodearon a Córdova y bajo el mando del bizarro
general tomaron a Medellín el 14 de septiembre.
PREPARATIVOS EN EL NORTE
CAUCANO
Apenas se conoció el
levantamiento de José María Córdova, el general Escolástico Andrade, al frente
de las fuerzas gobiernistas del Cauca,
viaja a Cartago y desde allí toma
las medidas para hacer frente a la revolución de Antioquia como lo registra la
“Gaceta de Colombia” con fecha octubre 7
de 1829.
Andrade recluta tres
batallones de milicias en las jurisdicciones de Buga, Tuluá y Cartago y en las aldeas de
Ansermaviejo, Quinchía, La Vega de Supía, Quiebralomo, San Lorenzo, la Montaña,
Guática y Tachiguí y una vez hecho el reclutamiento los arma con quinientos
fusiles que guarda en Cali y con lanzas
construidas en Cartago.
Para obstaculizar el posible
avance de los antioqueños, Andrade debe
controlar los pasos del río Cauca por Quintero, Bufú, La Cana, Pozo, Caramanta
y Velásquez, pero se encuentra con la dificultad de abastecer los
destacamentos desde el Valle del Cauca,
por la distancia y sobre todo por
los caminos fragosos y despoblados que
habría que recorrer para auxiliarlos desde Popayán y Cali. En vista de lo anterior,
Escolástico Andrade ordenó al Director de Minas de Marmato la formación de milicias con la gente de esos establecimientos previamente
armada con los fusiles que el gobierno
permitía tener en esas explotaciones.
A los mineros de Marmato les asignaron la defensa de los pasos
de Quintero, Bufú y La Cana, cercanos a esa aldea; y a los de la Vega de Supía les señaló los pasos de Caramanta, Pozo y Velásquez. Con esa gente
bisoña y mal armada era improbable frenar un posible ataque de Córdova. Entonces, Andrade conformo un segundo frente
con el comandante Hernández a la cabeza y tropas veteranas que situó en Ansermaviejo.
Mientras las fuerzas de la
Junta de Gobierno presidida por Rafael Urdaneta cruzaban el río Magdalena para
enfrentar la revolución, desde la Costa
se movilizaban las tropas de Montilla y en el sur esperaba órdenes Escolástico
Andrade. “Es imposible vencer”, le dijeron a José María Córdova, “pero no es
imposible morir” contestó airado el
bravo militar. Y así, con el solo apoyo de un puñado de inexpertos y valerosos jóvenes se enfrentó a fuerzas superiores en el campo de El Santuario.
Córdova luchó en medio de
traidores y chismosos contra las pretensiones dictatoriales de un hombre minado
física y espiritualmente. Era uno de los militares granadinos de mayor rango y
prestigio que opacaba a los militares venezolanos y hacía sombra a Urdaneta y al resto del séquito que adulaba a Bolívar.
Con un grupo de valientes, Córdova,
el héroe de Pichincha y Ayacucho, se enfrentó con los bolivarianos el 1 de octubre de 1829. En el hospital de
campaña lo encontraron gravemente herido. El irlandés Daniel Florencio O´Leary dio orden de
asesinarlo y Ruperto Hand, otro extranjero
al servicio del gobierno, lo remató a sablazos sin tener en cuenta que estaba
herido y desarmado.
Manuelita Sáenz y los esbirros del régimen se alegraron con la
muerte de Córdova y fue indiferente la reacción de Bolívar que no castigó a los
asesinos ni protestó por tan enorme
villanía. Como se vio en la rebelión contra el gobierno, el antibolivarismo en Antioquia
no fue tan notorio como en el Cauca, donde se organizaron bailes al morir
Bolívar, pues en la región, además del rechazo a las medidas dictatoriales y la
oposición a los reclutamientos, se establecieron impuestos para contribuir a
los gastos demandados por las columnas de O¨Leary y Escolástico Andrade.
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