Alfredo Cardona Tobón
Carlos Lleras Restrepo y Otto Morales Benitez
El 28 de marzo de 1949 se conmemoraba en Quinchía el primer aniversario de la masacre que abrió las puertas del infierno en una aldea que desde la Guerra de los Mil días no conocía la violencia; era un sábado de sol brillante que no rimaba con las banderas enlutadas y las tristes notas de un tango, que al igual que los cinco ciudadanos asesinados un año antes, hablaba de un paisano sacrificado por sostener una opinión.
Gilberto Cano, “Cachaco” y
Zócimo Gómez mantenían vivo el fervor
liberal desde los altoparlantes del Teatro Gobia, las consignas se repetían y
una multitud vestida de rojo bajo la dirección de Emilio Chica y Johel Trejos
estremecía la plaza central. A las diez de la mañana se anunció la entrada de las
directivas nacionales del partido, que en gesto gallardo y temerario venían a
dar aliento y esperanza a una comunidad cercada por las fuerzas sectarias azuzadas por Gilberto Alzate Avendaño, Silvio Villegas y
otros dirigentes irresponsables de la oposición conservadora..
Vibró la marejada anónima. La
gleba de tapascos y aricapas, de mápuras y guapachas no pedían poder ni
siquiera la presencia del Estado, tan solo clamaba por el derecho a vivir en
paz en una tierra que guardaba las cenizas de sus ancestros desde tiempos
inmemoriales, mucho antes de la llegada
de los españoles y de los advenedizos de Antioquia.
Desde las primeras horas de la madrugada miles de campesinos brotaron de las serranías, de las orillas del Cauca y
de Opirama, de Guaspaya, de Sausaguá y de las laderas del Batero en una marea
que cubrió la zona urbana de Quinchía.
Una enorme bandada de
palomas remontó vuelo a la llegada de los jefes máximos Carlos Lleras Restrepo
y Darío Echandía, de Uribe Márquez y Alfonso Palacio Rudas, acompañados por Alberto
Mendoza Hoyos, Jefe del partido en Caldas y del representante a la Cámara Otto
Morales Benítez, un fogoso y joven abogado riosuceño, con sonido de clarín
nuevo, color y sangre de pueblo y la garra de los radicales liberales del
antiguo cantón de Marmato.
LA MARCHA HACIA RIOSUCIO
Al caer la tarde, retazos de
nubes negras bajaron de la cordillera y aceleraron
la salida de la comitiva liberal hacia
el municipio de Riosucio; atrás quedaron los cerros de Cantamonos y Puntelanza
y por una carretera estrecha, llena de enormes guijarros, la caravana alcanzó
la troncal de Occidente y se adentró en un territorio hostil, donde sujetos carcomidos por el odio ocultaban
changones y puñales bajo las ruanas.
En el sitio conocido como “
El Tabor” un vehículo sobrepasó la caravana y el polvo que levantó en la
carretera envolvió el carro donde iban
Carlos Lleras Restrepo y Otto Morales, de inmediato una explosión hizo cimbrar la vía y retumbó en los
bosques al lado de la vía; desde un barranco los antisociales habían lanzado un
taco de dinamita que rebotó sobre el carro que los había sobrepasado y por
fortuna había explotado en la cuneta sin mayores consecuencias.
Sin detenerse la columna
continuó la marcha hasta el sitio conocido como “Los Tanques” en la entrada a Riosucio; donde los esperaban
las delegaciones de Caramanta, Bonafont, Marmato, Supía y San Juan con chirimías, banderas y pancartas para
entrar en marcha triunfal al centro de la Perla del Ingrumá.
Hubo música y voladores y
una guardia de honor presidida por los Cañaverales, los Pinzones y por don
Olimpo , padre de Otto Morales Benítez; el tumultuoso desfile llegó a la Bomba
y torció hacia el parque de San
Sebastián, donde una chusma reclutada en Ansermaviejo, en Guática y Risaralda
los esperaba en el atrio de la iglesia; una nube de guijarros ennegreció el
cielo y la sombra de los pétalos de piedra cubrió la columna liberal.
¡Duro con el de gafas!-
gritaban- ¡Duro con el gafufo!- ¡Acaben con el gafufo!- Vociferaban los
antisociales que fijaban su puntería en
Lleras Restrepo, que se quitó las gafas y la corbata y corrió calle abajo para
ponerse a salvo de la pedrea. La intervención del ejército y del Secretario de
Gobierno de Caldas evitaron una enorme tragedia; no obstante resultó herido de
alguna consideración el doctor Alfonso Palacio Rudas, el famoso “Cofrade”, que al
no quitarse las gafas se convirtió en el
principal blanco de los antisosociales.
Fue un día muy duro, primero
el taco de dinamita y después el ataque a piedra; sin embargo los dirigentes
liberales y las delegaciones continuaron la manifestación bajo la protección
del ejército y desde un balcón en el costado norte de la plaza de San Sebastián
resonaron las palabras de Carlos Lleras, de Echandía y de Otto Morales.
Al caer la tarde los jefes
liberales se recogieron en casas amigas bajo estricta vigilancia militar y las
delegaciones regresaron a sus pueblos. Los vehículos de Marmato, San Juan,
Caramanta y Supía cruzaron raudos por Tumbabarreto y pasaron sin novedad por Quiebralomo, pero
en Guamal un gran estruendo sacudió el camión que cerraba la caravana; un taco
de dinamita segó la vida de Octavio Grisales, un jovencito de trece años, e
hirió a Luis Arcila, a David Montaño y a Alfredo Rivera
La demostración liberal en
Quinchía hizo creer a sus habitantes y a los extraños que existía una enorme
fortaleza para resistir los embates generalizados de violencia conservadora;
pero no era así: los quinchieños estaban solos contra “ pajaros” y chulavitas, contra los alzatistas y contra Gerardo Arias , un gobernador
pusilánime, que restó importancia a los
desmanes crecientes de los antisociales amparados bajo la bandera azul.
Los líderes campesinos
propusieron la creación de autodefensas, pero la dirección liberal, al igual
que lo ocurrido en los Llanos Orientales, aconsejaron la paz y dejaron a los quinchieños en manos de los
bandidos .
Eso lo vio claro Cándido
Aricapa, cuando de regreso a su parcela le dijo a Luis Angel Cardona: “Nos
jodimos, Guis, ahora si nos llevó el putas, porque como dijo don Alejandro
Uribe, el jefe de Santuario, cuando nos están echando plomo no podemos
responder con discursos y serpentinas.”
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