Por: Jose Hoyos
De la palabra puede decirse lo mismo que se dice de Borges: que es lo
único que le ha pasado al universo después del Big Bang. Tanto es el valor de
las palabras que se les atribuye el don de la magia. Y qué es el lenguaje sino
la magia de dar vida con palabras. Una jacaranda no existe hasta
percibirla y nombrarla. De inmediato se convierte en abstracción. Después no
hay que percibirla para recrear su porte espléndido, el aroma, el atenuado
lila. Una palabra crea, revive. También acribilla. No existiría una realidad si
no se contara con un lenguaje para referirla. Los sentidos son solo el
transporte de las emociones; la plenitud final está a cargo del lenguaje. En la
palabra escrita como en la hablada el lenguaje encuentra su culmen. Con
frecuencia me pregunto qué hay en la poesía para que llegue suavecito hasta el
alma. Música. Hay una melodía instalada en cada verso. Pasa también en la
prosa, hay un andamiaje finísimo construido con palabras. La intimidad que
alcanzó el poeta Viktor Shklovski con las palabras le hizo escribir versos así:
“Ella me amaba y yo también. Nos besábamos y no sabíamos hacerlo. Detente
aquí, frase, y vigila las cosas mientras yo traigo otras palabras”.
Me causa enorme curiosidad la música –etimología aparte– no solo de los
versos, sino de cada palabra. Apocalipsis, por ejemplo, es una palabra
hermosísima. No se trata de entenderla por lo que significa, sino por el sonido
de las sílabas, el acento, la fonética. Asimismo se puede paladear la palabra mandarina.
Esta sí, con significado y todo, produce un dulcecito en la boca cuando se
pronuncia. Manantial es una palabra tranquilizante, recrea la pureza de
un murmullo cristalino con mucho verde alrededor y colibríes acosando flores
indefensas. Colibrí sí que es una bonita palabra. Si estuviera en mis
manos, atribuiría significados diferentes. Parece ilógico, pero no me importa.
Yo sé que dos más dos es cuatro, pero me da rabia, ¡por qué todo tiene que ser
tan lógico! La palabra apocalipsis significaría el beso más dulce de una
adolescente enamorada: Anoche Daniela llegó con los ojos brillantes porque
tuvo su primer apocalipsis. Mandarina sería la definición del buen sentido
del humor: Compañía de entretenimiento requiere personas con mucha mandarina.
Un manantial vendría a ser un algodón de azúcar que se regala a los niños en la
salida de las escuelas: Rápido Sebas, afuera están regalando manantiales.
Y colibrí sería la sonrisita que uno esboza dormido cuando tiene un bonito
sueño: Casi toda la noche Daniela tuvo colibrí.
Cada rato nuevos términos se van uniendo a la familia de la lengua (“la
familia de la lengua” parece el apodo de la familia más chismosa del pueblo).
Hace unos días conocí una palabra que me llamó la atención aun proviniendo del
alemán, Shadenfreude. Se trata de las dichas perversas que de vez
en cuando todos sentimos. Ver que tu detestable jefe recibe un furibundo regaño
de su superior, eso es shadenfreude. También lo es, en plena clase, corregirle
en el tablero un error de ortografía a tu profesor más odiado. Los vecinos
tienen una fiesta apoteósica y no te dejan dormir y de repente se va la luz,
perfecto shadenfreude. Palabras así nos hacen falta. O como Serendipia
(incluida en la última edición del diccionario RAE), que es cuando uno
encuentra algo maravilloso que no estaba buscando. Para Juan Esteban Constaín
serendipia es “salir en busca de las Indias y encontrarse con América”. Es
encontrar un libro, un beso, un poema, un billete olvidado en un bolsillo. Abro
la nevera para tomar agua y encuentro un esponjoso plato de duraznos con crema,
deliciosa serendipia. Tocan tu puerta a medianoche y resulta que es tu
despampanante vecina que olvidó sus llaves y no tiene donde dormir, lujuriosa
serendipia.
Pero también existen malas palabras, y no hablo de los típicos insultos.
Marica o puta, por ejemplo, son palabras proscritas porque
describen posturas reñidas con la moral puritana, pero no son malas palabras. Guerra,
violencia, discriminación, miseria, violación, envidia, odio, esas sí
son malas palabras. Esas, y no las otras, tendrían que repudiarse, no por su
composición fonética sino por la carga de infamia que encierran. Bueno sería
poder reciclarlas en otros significados, a ver si así empezamos a desterrar el
oprobio. Roberto Fontanarrosa se pregunta si las malas palabras lo son por su
mala calidad o por su fácil deterioro, tal vez sean “como esos villanos de las
historietas que al principio eran buenos pero que la sociedad los hizo malos”.
Insultar no es tan malo como carecer de capacidad para expresar ideas. Saber y
no saber decirlo es igual que no saber. Y si lo único que tienes para decir son
insultos, peor.
De las expresiones popularizadas en español durante el último siglo la
que más me gusta es carajo. Así se llama un grupo de islas diminutas en
un extremo remoto del Océano Índico. Ese también es el nombre de un cubículo
pequeño ubicado en la punta de la vela más alta de los barcos antiguos, desde
donde se avistaban grandes distancias. El mareo frecuente y el sol hacían de
ese un lugar aborrecido, por eso lo destinaban a los marineros castigados: se
les mandaba al carajo. Pero si se consulta se encontrará que son muchas más sus
acepciones. En los países de habla hispana el lenguaje encuentra una vasta
resignificación. El verbo pasar tiene en Latinoamérica y España 54
significados diferentes. Con razón un profesor de Letras Hispánicas en Estado
Unidos –leí en no recuerdo dónde– dice que las horas de clase se le van en
servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. El idioma
español es caudaloso y creciente. Tener semejante riqueza idiomática para
terminar llenos de anglicismos es como vivir al lado de Caño Cristales, el
espléndido rio de los siete colores, y preferir irse a nadar a una piscina.
¿Será que a los que dicen tablet les da pena decir tableta?
La palabra más anhelada para un adolescente recién entrado en calores:
Sí. La más temida por los hombres: Colonoscopia. La más odiada por las mujeres
vacías: Gorda. La más esperada por los niños: Navidad. La más anhelada por los
empleados: Quincena. La más perseguida por los curas y los mendigos: Limosna.
La más codiciada por los políticos: Presupuesto. La más buscada por los místicos:
Silencio. La que recoge toda la furia de la naturaleza: Tempestad. La más
atractiva para los sensibles: Piel. La más responsable y sensata: Renuncia. La
composición fonológica de reconocer es el ejemplo más común de un
palíndromo: se lee igual hacia adelante que hacia atrás. En un cuento de
Cortázar hay una línea que es un verso y un bello palíndromo, léase en ambos
sentidos: “Átale, demoníaco Caín, o me delata”. Hay palabras que
parecen desafíos de crucigramas: pluscuamperfecto, contubernio, muramos.
Ninguna expresión tan detestable como clero, no por su sonido sino por
su significado. Proyecto es esa horrible y manoseada palabra tan común
en los círculos universitarios. (Algunos académicos demuestran que la
inteligencia es un proceso cíclico: cuando te pasas de listo vuelves a ser un
pendejo.) En adelante voy a sustituir proyecto por cólico: Les
aprobaron el cólico investigativo. Espanto es una palabra con fuerza
y cucaracha es una palabra que espanta. Susurro se podría
utilizar para definir el susto del amor: la veo y me ensusurro. Y cataclismo
no podría ser otra cosa que el colapso del amor. Pasión, esa no hay que
explicarla mucho: significa el trepidar de un caballo desbocado pendiente
abajo. Propongo que llamemos Palabrística al arte de inventar y de invertir los
significados de las palabras.
La palabra es una uva estrujada que jamás termina de soltar jugo. Dar la
palabra, pedir la palabra, medir las palabras, faltar a la palabra, palabra de
Dios el palabrero, dejar con la palabra en la boca, palabras mayores, palabras
de aliento, palabras infames, tragarse las palabras, hombre de pocas palabras,
santas palabras, palabras necias, palabra de honor, palabras de bienvenida,
hombre de palabra, última palabra. Las palabras dan cuenta del corazón que
gobierna en cada persona.
Jose Hoyos
Jorge O. García E.
"La mejor base para un matrimonio feliz es la mutua
incomprensión".
Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y
novelista irlandés.
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