En una fría noche de
invierno varios campesinos de la aldea de Creccio en Italia, se adentraron en
la montaña cercana para escenificar, en una gruta llena de musgo, el nacimiento
de Jesús de Galilea.
A las doce de la noche los vecinos
de Creccio dormitaban cuando el tañido arrebatado de las campanas del templo
sobresaltó a los habitantes del caserío.
¿Un incendio?- ¿Una catástrofe?-
No. Era el llamado de Francisco de Asís, que apoyado por el
párroco y varios lugareños, convocaban a una Misa de Gallo en la gruta de la
montaña.
Allí estaba una campesina
con ropajes nazarenos, un joven vestido como San José…. los pastores, un buey, un
asno y un bebito que hacía las veces del Niño Dios.
Así nació la hermosa idea
del pesebre que se propagó por Europa y por los dominios ultramarinos de
España. En Nápoles reprodujeron las escenas de Navidad con figuritas de barro y
en el Renacimiento aparecieron los talleres belenistas donde crearon obras de
singular belleza.
Cuando Inglaterra adoptó la
religión anglicana se prohibieron los
pesebres, en tanto el rey Carlos III de
España ordenaba la construcción en sus
dominios en Europa y los misioneros introducían la costumbre en todos los rincones de América.
La Sagrada Familia junto con
el burro y el buey han sido desde los albores de la cristiandad los personajes
centrales del pesebre; pero desde hace
unos siglos se le agregaron los reyes
magos, que fue una invención popular, ya que no figuran en la Biblia ni como
reyes ni como magos. Fueron, quizás, si existieron, unos astrónomos que
llevaron algunos regalos al recién nacido.
Los villancicos surgieron en
el siglo XIII y llegaron a América en el siglo XVII. Inicialmente fueron
tonadas campesinas; al pasar el tiempo se les adosaron motivos de Navidad y se cantó al Niño Dios, a la Virgen María, a
los Reyes Magos y hasta al burro y al buey.
LA NOVENA DE AGUINALDO
Es una costumbre fuertemente
arraigada en Colombia y Ecuador y conocida como Posadas en Méjico y Centroamérica.
Por petición de Doña
Clemencia de Jesús Caicedo, fundadora del colegio La Enseñanza de Bogotá, Fray
Fernando de Jesús Larrea, fraile
quiteño, escribió la novena que rezamos durante los nueve días previos al
Nacimiento.
La novena se publicó por
primera vez en 1743 y desde entonces repetimos: “Benignísimo Dios de infinita
caridad que tanto amasteis a los hombres...”
con el resto de los textos escritos con lenguaje florido y arcaico
y muy pocos cambios como el de adoptivo
por putativo al referirnos a San José.
Pocos años después de
aparecida la novena, la madre Bertilda Samper Acosta, también de Bogotá, agregó los gozos que cantamos con diversas
entonaciones y melodías y se rematan con un “Dulce Jesús mío, ni niño adorado,
ven a nuestras almas, ven no tardes tanto…”
EL ÁRBOL DE NAVIDAD
El catolicismo tomó el árbol de navidad de las
festividades paganas del norte de Europa, celebradas en honor a Frey, dios del
sol y la fertilidad.
San Bonifacio y los
conversos alemanes tomaron la idea para celebrar el nacimiento de Cristo; la
costumbre tardó en difundirse por el resto de Europa y al fin llegó a España hacia 1870.
Como por aquí ya no
dependíamos de la Madre Patria y los radicales liberales le habían montado la
perseguidora al clero, el árbol de navidad no se aclimató en nuestro medio y
tardó en arraigarse entre nosotros.
A mediados del siglo pasado se decoraban unos
chamizos con algodones y festones. Con la llegada de Santa Claus y la ofensiva mediática
de empresas comerciales el chamizo se remplazó
inicialmente por un pino y luego por un árbol de plástico con una
estrella en la parte más alta.
SAN NICOLÁS Y SANTA CLAUS
Es una figura mutante
con diversas facetas y personalidades.
Empezó como San Nicolás, luego fue Papá Noel y ahora es Santa Claus.
El primitivo San Nicolás
nació en Licia, Turquía, en medio de una familia acaudalada. Se caracterizó por
su caridad y desprendimiento, en tal forma que,
al morir sus padres repartió la herencia entre los pobres y se internó
en un monasterio.
Alcanzó la dignidad de obispo
y su fama llegó hasta Europa donde el seis de diciembre en muchos lugares se
repartían regalos a los niños en nombre
de San Nicolás. Los holandeses llevaron esa costumbre a los Estados Unidos,
donde idealizaron a San Nicolás presentándolo sobre un carro halado por un
caballo volador que le ayudaba a repartir los obsequios.
En 1809 el escritor
Washington Irving caracterizó al santo obispo como un hombre mayor, grueso y
sonriente que arrojaba presentes por las chimeneas desde un trineo arrastrado
por un portentoso caballo; en 1823 el
poeta Clement Moore lo transformó en
Santa Claus: un hombre robusto que silbaba alegremente
mientras atravesaba las nubes en un trineo halado por renos.
En 1863 el dibujante Thomas
Nast lo vistió de rojo con ribetes blancos y le puso un gorro de invierno;
luego una empresa de agua mineral lo utilizó en su propaganda y en 1931 la fábrica
Coca Cola lo convirtió en un símbolo publicitario, le encimó las carcajadas, el
brillo pícaro de sus ojos y las mejillas
rosadas.
A la América Latina llegó
Santa Claus con dicha gaseosa y la publicidad norteamericana lo puso a competir con los Reyes Magos y con
el pesebre. Santa Claus nada tiene que ver con San Nicolás, es una invención
comercial como el árbol de Navidad y los festones.
Pese al modernismo el pesebre, la novena con los gozos, la natilla
y los buñuelos, el manjar blanco y los traídos bajo la almohada no han pasado de moda. En cuanto al San
Nicolás decembrino o navideño hay que darlo por perdido, pero podemos apropiarnos
de Santa Claus; solo tenemos que ponerle un carriel y un poncho, cambiarle el
gorro por un sombrero aguadeño y los renos por cuatro mulas como la Conchita de
la Federación de Cafeteros.
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