JESÚS IVAN GUEVARA Y SUS RECUERDOS DE CAIMALITO


Alfredo Cardona Tobón

 


Pasando por lujosos condominios de Cerritos y cultivos tecnificados de maíz y caña panelera, se llega a la Hacienda Pomerania de la familia Botero Drews; a la entrada vemos un cultivo de orquídeas bajo la sombra de una arboleda y metros después del corredor de la casa  principal nos asombra una de las vistas más espectaculares de la zona rural de Pereira. Desde un altozano se ve de frente el río Cauca, con la corriente serena, ancha y encauzada entre dos ramales de la cordillera occidental de los Andes.  Al fondo se recorta el puerto de La Virginia, a la izquierda corre la carrilera sobre un pequeño valle que se alarga con casitas aquí y allá, cada una con su historia, cada una con los recuerdos y fantasmas de la desaparecida troncal ferroviaria de Occidente; a la derecha de ese rincón que puede ser un relictus  del paraíso terrenal se eleva la serranía de Belalcazar desde el bordo mismo del Cauca, una serranía que una vez fue toda verde, fresca, forrada de cafetos y de leyendas de arriería.

Pero al igual que en el Edén, en el paisaje idílico frente a la Hacienda Pomerania,  hay una serpiente  que está carcomiendo la Serranía de  Belalcazar y profanando la naturaleza a cambio de mugrosos pesos.

Al otro lado del rio Cauca, en territorio de Caldas, las autoridades ambientales han autorizado la explotación  de una cantera de dónde sacan afirmado para obras en Pereira. Poco a poco están destruyendo la vegetación y la capa fértil de la tierra; una mancha colorada está remplazando el verde de los cafetales y los chorros de lodo que bajan con los aguaceros enturbian las aguas del río Cauca.

“Duele ver como están dañando la vista y la belleza de este paisaje”- exclamó con pena Iván de Jesús Guevara, el curtido campesino encargado del cultivo de las orquídeas de Pomerania-

-          ¿Y nadie ha  parado este desastre?- Le pregunté-

-          Quien lo va a parar mi don, si esa cantera es de Luis Carlos Villegas, el actual ministro de defensa nacional-

 

El sol de los venados empezaba a dibujar arreboles y la amplia cinta del Cauca parecía manar de las nubes de colores; el tiempo corría y se nos acababa la tarde, así que guardamos las historias de Pomerania y bajo la guía experta de Iván de Jesús descendimos hasta la carrilera del kilómetro 5 y nos adentramos en el territorio de corregimiento de Caimalito.

Mientras llegaba el operador de la “marrana” que nos llevaría por la via del tren hasta los chorros de los Chapetones, donde según los cronistas, casi se ahogan los españoles que venían con Jorge Robledo, Iván de Jesús nos contó como había llegado al kilómetro 5 con los primeros colonos de esa franja del ferrocarril.

Iván de Jesús fue un andariego  que trasegó caminos desde la edad de doce años. Un día cualquiera huyendo de un castigo salió de su casa con una chuspa, un machete y cuatro chiros, se montó en la escalera que salía todas las mañas de Quinchía y por la polvorienta carretera llegó al puerto de La Virginia.

Sin un peso  recorrió las atestadas calles  y las cantinas llenas de borrachos  en busca  de Silvio Guerrero, un amigo de la familia que le había enseñado a coger café, a fumar y a tomar aguardiente.

De pura chepa alguien le informó que podía estar en el burdel de  “La Chillona” y como no lo dejaron entrar se plantó en la puerta esperando  que Silvio saliera.

-          ¿  Qué buscas  niño por aquí?-  preguntó una de las muchachas  a  Iván de Jesús.

-          Estoy esperando a Silvio Guerrero, un tipo muy pelión, indio como yo y con los  dientes enchapados en oro-

 

La muchacha despertó a Silvio Guerrero, que dormía la rasca en una mesa y  aún borracho siguió con Iván de Jesús a una finca  en la vereda  el “ Polvero” en el cañón del Totuí, jurisdicción de Balboa.

Corría el año de 1968 y la violencia barría los campos de Balboa;  Silvio no le tenía miedo a nada, como tampoco le tenía Iván de Jesús,, que  al lado de su amigo se  sentía protegido de policías, soldados y bandidos.

 

Un domingo hubo un festival en “El Crucero”   por la salida a La Celia. Como a las once  de la noche llegó el inspector de policía:

-          Se acaba ya la bulla, apague y cierre – le dijo al  cantinero- dejando ver el revolver 38 largo y una peinilla de 22 pulgadas con filo a lado y lado.

 

Guerrero estaba muy amañado en la fiesta y no quería soltar la morena que tenía palabriada y que estaba amacizando como una enredadera de chochos pegada a un palo de guamo.

-¿ Y este lagañoso quien se cree pues?- Reviró Silvio Guerrero.- De aquí nos vamos cuando nos de la gana y no cuando diga este tuntuniento-

 

El inspector sacó el fiero y Guerrero se tiró a la carretera disparando  una pistola hechiza de un solo tiro.

Los policías que acompañaban al inspector  sacaron las armas y Guerrero con Iván de Jesús se internaron en los cafetales y se perdieron por siempre de los campos de Balboa.

EN EL KILÓMETRO CINCO

Iván de Jesús se separó de su amigo  Guerrero  y fue a parar a una finca por el kilómetro 5 del ferrocarril de la troncal de occidente. Fue en 1978  y por entonces existía allí una bodega y las viviendas de Fernando Bolaños, Amelia Molina, Pacho “Mula”, el “Ñato” Tulio y  Miguel Aguirre.

Un tren de pasajeros pasaba por la mañana hacia La Pintada y otro  regresaba por la tarde. En medio del día pasaba el tren de carga, sin afán, recogiendo mercancía en las bodegas. A veces Fernando Bolaños  ponía un trapo rojo en un sitio visible de la carrilera y el  maquinista paraba a recoger unas frutas o almorzar en casa de alguno de los vecinos.

Iván de Jesús rodó por algunas fincas del kilómetro 5 y un día regresó a su casa en la vereda de Moreta en Quinchía;  allí le echó el ojo a una muchacha bonita de Isaac Largo, un mandón con dinero, que no dejaba arrimar  a ningún pretendiente.

El amor envolvió a Iván de Jesús y la muchacha también enamorada salió de su casa y en Pereira se unió con su príncipe encantado.

El joven matrimonio consiguió trabajo en la finca Patagonia  y allí empezó la vida política  de este quinchieño que por fin ancló en alguna parte.

Iván de Jesús se convirtió en un líder que conoce la comunidad como la palma de su mano; ya con canas es un hombre recio, de sombrero alón, bigote mejicano y recia voz que hace sentir para defender a su gente. Consiguió el agua para los vecinos del kilómetro cinco, logró que se extendieran las redes eléctricas y ha hecho las gestiones para legalizar la mayor parte de los predios  ocupados por los colonos.

Ahora está  luchando por un embarcadero que permita llegar pequeños barcos hasta el caserío  y sueña con incentivar el turismo y evitar que la gente rio arriba continùe tirando las basuras al Cauca.

Cuando llegó el operario de la “marrana” y continuamos rodando por la carrilera, se cortó al historia de Iván de Jesús y empezamos  a hablar del Cauca.

 

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