Alfredo Cardona
Tobón
Antonio Nariño
empezó a visibilizarse en nuestra
historia a partir del primer siglo de la independencia; sobre su memoria se
tendió un manto de olvido y por mucho
tiempo sus enemigos pretendieron borrar todo lo que representó al más grande granadino.
Por fortuna hubo
quienes rescataran el pasado de Nariño y establecieran la dimensión real de un hombre que vivió para
la Patria y
señaló el rumbo a una nación balbuciente
que no atinaba a dar los primeros pasos.
La vida de Nariño
fue un mosaico de gloria y de tragedia,
de actos sublimes y pasajes con los errores humanos; fue una vida a cuyo derredor
brillaron la fidelidad y la
traición y se urdieron
cenáculos donde euménides
sedientas de venganza lo persiguieron con saña.
EL PASO A LA ETERNIDAD
Para entender la
inmensa soledad de Nariño y la maldad de sus enemigos nos tenemos que remontar
a la posada de Villa de Leiva donde el Precursor
de la Independencia
rindió su postrer aliento.
Entre las nueve y
las diez de la mañana del once de diciembre de 1823 la tuberculosis que agobiaba a don Antonio
Nariño dio una pequeña tregua a su
agonía; con genio renovado salió de su encierro, montó una mula mansa de buen
paso y recorrió las calles empedradas
para despedirse de las monjas carmelitas
y de unas señoras amigas.
La tregua fue
cortísima pues a los dos días la muerte
agazapada lo acogotó y lo postró en una silla de cuero repujado; al lado
del prócer velaba el doctor Buenaventura
Saenz, cura de Sáchica, y en la penumbra del espacioso cuarto esperaban unos
músicos la señal para entonar los salmos de despedida de este mundo a falta del
retumbar de los cañones que Nariño
hubiera querido como telón de fondo.
Los minutos corren
y los desfallecimientos continuos anuncian la inminente partida, las
oraciones van una tras otra y el enfermo
en sus instantes de lucidez acompaña los rezos de las personas piadosas
que lo acompañan en su agonía. En la tumba yace su esposa Magdalena, los hijos
están lejos y en esa tierra desolada, barrida por la erosión y calcinada por el
sol, quien fue el primer presidente republicano de la Nueva Granada , quien
estuvo cargado de grilletes durante la quinta parte de su vida por defender a
su Patria está entregando su alma al Creador sin el consuelo de los suyos.
A las cinco de la
tarde la muerte asesta el tajo final y la sufrida humanidad de Nariño reposa
primero bajo el bautisterio y luego en una losa a la salida del templo. Años
después sus cenizas peregrinarán por Jamaica, por Panamá , por Medellín y la Sabana , pues ese parece ser
el sino peregrino de un hombre que conoció las bóvedas de Cartagena, los
calabozos de Pasto y de Cádiz, la oscura prisión de la Escuela de Caballería, las
tormentosas aguas de Cabo de Hornos, los refugios piratas del Caribe y los pasillos
de Paris y Londres donde habló de una Patria soberana y libre..
Ni siquiera
después de su muerte los malquerientes dejan en paz a Nariño, pues cuando sus
hijos quieren celebrar solemnemente unas honras fúnebres en
la catedral de Bogotá, las
amenazas de muerte obligan a cancelarlas y solo una mención en la gaceta
oficial informa al pueblo bogotano la desaparición del héroe de Calibío, de
Tacines y San Victorino.
NARIÑO Y LA FATÍDICA CAJA DE DIEZMOS.
Hijo de un
funcionario español y de una noble criolla, Nariño se levantó al lado de trece
hermanos entre libros y modales
cortesanos- Por su linaje, su ilustración y el porte el joven Antonio Nariño desempeñó un
airoso papel en la sociedad santafereña: a los diecisiete años de edad lo vemos de abanderado de un regimiento de milicias, a
los veinticuatro años de Alcalde
Ordinario de la capital del virreinato de la Nueva Granada y después de
Alcalde Mayor Provincial del Cabildo.
En 1795 con veinte
años cumplidos contrae matrimonio con doña Magdalena Ortega, hija de un alto
funcionario colonial, reforzando, así, los nexos con el cogollo de
la sociedad santafereña. Nariño es el contertulio de palabra fácil, del gracejo
que unos admiran y otros miran con envidia. Nariño figuraba en los salones y en
el palacio del virrey Ezpeleta pero no tenía dinero, era un segundón entre los
lozanos y los Baraya, acosado continuamente por los deudores y los gastos que
no podía cubrir con los emolumentos oficiales y la pequeña dote aportada por su esposa doña Magdalena Ortega.
Mientras Nariño
saltaba matojos a la Caja de Diezmos de la curia
fluían continuamente las contribuciones de la feligresía bogotana destinadas al
culto y al sostenimiento de los venerables canónigos. En la Caja reposaban ociosamente
ochenta y pico mil patacones administrados
por un cicatero tesorero que nada hacía para aumentar el caudal o ponerlo al
servicio de la raquítica economía colonial.
Cuando el anciano tesorero agobiado por los años
presentó renuncia, el virrey Ezpeleta impuso a Nariño como nuevo tesorero de la Caja de Diezmos; la curia se
opuso inútilmente pues no confiaba en un mozo petulante, mundano y amigo de la
buena vida.
Con acaudalados
fiadores que lo respaldaban, Antonio Nariño empezó su gestión como tesorero de la Caja de Diezmo con la compra de una imprenta y continúa con
exportaciones de quina, compras de predios, arriendos y préstamos a granel. Vales
van y vales vienen, los patacones de la
Caja de diezmos se ven por todas partes; pero como en la reducida
sociedad santafereña nada puede ocultarse, corren rumores de pérdidas
en los arriesgados negocios y alguien pone un denuncio. Entonces el Oidor
payanés Joaquín Mosquera y Figueroa
procede de oficio, en agosto de 1794 allana la Tesorería de la Caja de Diezmos y recluye a
Nariño en su propia casa hasta que se
aclarara la situación.
EN EL CUARTEL DE
CABALLERÍA
Poco después del
incidente de la Caja
de Diezmos aparecieron unos pasquines en los muros de Santa Fe contra el
gobierno español; el atemorizado virrey
nervioso con el alzamiento de Quito y una revuelta en los llanos ordena la
prisión de varios sospechosos, incluyendo a
Nariño, acusado de publicar meses antes unos panfletos sobre los
derechos del hombre.
Aquí empieza el
calvario de Antonio Nariño, pues le embargan los bienes para cubrir los
faltantes de la Caja
de Diezmos y lo remiten prisionero a España junto con los demás acusados de
fijar los pasquines en Santa Fe de
Bogotá.
En el desembarque
en Cádiz Nariño escapa, viaja a Madrid y
luego a Francia e Inglaterra. Las autoridades españolas al fin liberan a los
implicados en los pasquines y Nariño regresa a su patria pensando que en la
capital del virreinato puede aclarar su
situación.
Con la intervención
del arzobispo Baltasar Jaime se presenta al virrey Amar y Borbón que ofrece clemencia si le informa sobre las actividades revolucionarias en Inglaterra
y en Francia y sus nexos con grupos opuestos al regimen en su paso por la Nueva Granada. Las promesas se incumplen y a Nariño lo
confinan en el Cuartel de Caballería hasta el año de 1803, de donde sale tras siete años de
prisión a recibir aire del campo ante la inminencia de su muerte a causa de la
tuberculosis que lo aqueja.
EN LOS CALABOZOS
DE CARTAGENA
La vida renace con
la ayuda del padre Mesa que dona a
Magdalena la finca que llamaron La
Milagrosa : Nariño establece cultivos y levanta ganados y con
la ayuda de amigos envía a sus hijos
Francisco y Gregorio a estudiar a Inglaterra.
Sin embargo la
fatalidad vuelve a ensañarse con Nariño a causa de las declaraciones
fantansiosas del canónigo Rosillo que
dice a los cuatro vientos que se avecina una revolución que cuenta con miles de
hombres y el apoyo pecuniario de numerosos criollos, entre los cuales incluye a
Nariño.
Los españoles no
tardan en apresar al Precursor y cargado de cadenas lo remiten a las bóvedas de
Cartagena el 23 de noviembre de 1809.
Por mediación del
visitador Villavicencio se evita la deportación a Puerto Rico, se le saca de los
calabozos y se le recluye en un bohío al pie de la Popa. El
pueblo se pronuncia en Santa Fé y en Cartagena y Antonio Nariño queda al márgen de los acontecimientos
aislado por la burocracia criolla y la pobreza que le impiden viajar a la
capital del virreinato.
PRESIDENTE DE
CUNDINAMARCA
Ante el caos y la
desorganización de la naciente república,
Antonio Nariño alza su voz de alerta; el
14 de julio de 1811 edita el primer número de “La Bagatela “ que cae como
gasolina en el fuego; ante sus denuncias tratan de acallarlo o agobiarlo con numerosos nombramientos que
acepta sin reparo.
El número 19 de “La Bagatela es la bomba que
hace caer al presidente Jorge Tadeo Lozano y los “chisperos” y el pueblo
coaligado hacen nombrar a Nariño como
primera autoridad de la
Provincia de Cundinamarca en la memorable noche del 21 de
septiembre de 1811.
Es necesario unir
a las provincias granadinas para resistir la reacción de los monarquistas y
Nariño con la bandera centralista
extiende su control en lucha contra el Congreso dominado por los
federalistas.
Tropas españolas
avanzan desde todos los frentes y Nariño, al frente de las provincias emprende
una campaña al sur para detener a los españoles.
DE NUEVO TRAS LAS
REJAS
No solamente tiene
que luchar contra los indómitos guerrilleros pastusos y patianos sino tambien cuidar sus espaldas de los traidores
que obstaculizan sus movimientos y
retiran el apoyo en los momentos difíciles. Por ellos el enemigo lo derrota en los ejidos de Pasto
donde se entrega a los pastusos en parte para salvar su vida y por otra para
ganar tiempo y permitir la retirada de los sobrevivientes patriotas.
Después de trece
meses de prisión en Pasto se le conduce
con otros prisioneros al puerto de El Callao y por el Cabo de Hornos hasta una
prisión en Cádiz. Allí estará privado de la libertad desde marzo de 1816 hasta
marzo de 1820.
Unos cambios
transitorios en la politica española
permiten la excarcelación de numerosos presos políticos; Nariño
aprovecha ese fugaz lamparazo de libertad en España para escribir y condenar
a los tiranos que han ensangrentado su Patria.
El soplo liberal
desaparece y Nariño se ve obligado a refugiarse en Gibraltar, viajar a Londres
y Paris para retornar a Colombia en 1824
cuando llega al puerto de Angostura
VICEPRESIDENTE DE
COLOMBIA
El 31 de marzo
Nariño se encuentra con Bolívar en los
llanos venezolanos y de allí parte ungido como vicepresidente hacia Cúcuta con la misión de convocar el
Congreso de la Villa
del Rosario.
Era una tarea
imposible porque en un Estado sin vias y sin recursos se buscaba reunir los 95
representantes elegidos por las provincias de Venezuela, Quito y la Nueva Granada.
Una vez
establecido el Congreso los enemigos
arremetieron contra Nariño enrrostrando
el descuadre de la Caja
de Diezmos, tildándole de traidor por su
entrega en Pasto y de estar inhabilitado para ejercer la vicepresidencia de la
nación por no tener el tiempo de residencia
estipulado para la elección.
El escándalo con
una otoñal viuda de un general de la Legión Extranjera fue la
gota que colmó el vaso y el valiente general, el ilustrado vicepresidente,
el Precursor de la Independencia , el
gestor de una constitución que jamás quiso considerar el Congreso de Cúcuta,
renunció a la investidura y viajó a
Santa Fe de Bogotá donde lo habían elegido senador de Colombia.
No bien llegó a
Bogotá lo gravaron con 400 pesos de
impuestos. Era un atropellos inaudito pues Nariño rayaba en la miseria y
clamaba porque se le pagaran los sueldos atrasados como militar y vicepresidente.
Muy enfermo Nariño tuvo el coraje de enfrentar las acusaciones y en defensa magistral desbarató los
argumentos de sus opositores. Al terminar la sesión los aplausos de las
barras retumbaron en el recinto haciendo callar para siempre las calumnias y
las tergiversaciones que llenaron de dolor la vida de un gran hombre.
Por un siglo las
euménedis rondaron las cenizas de Nariño
quien al final eclipsó la memoria
insignificante de quienes quisieron borrarlo de nuestra historia.
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