Alfredo Cardona Tobón
En el periódico “ Santuario”
de la Sociedad de Mejoras Públicas de ese municipio risaraldense, vemos en la edición de noviembre 20 de 1948, un
interesante artículo que ilustra sobre los primeros tiempos de su fundación.
Fue una entrevista de Ignacio
Gómez Vargas, un inspirado intelectual
santuareño cuya obra literaria de altísima calidad deberías ser rescatada de
los viejos periódicos roídos por el
tiempo y los insectos. El entrevistado fue
don Alejandro Cano, de los Canos
guaqueros y fundadores del Espectador, un ilustre patriarca fundador y
testigo de los primeros pinitos de esa
lucida localidad, que en tiempos de
Caldas fue uno de los municipios más importantes del departamento.
Don Alejandro Cano estaba en
el parque principal y con las volutas de humo del cigarro fue
desenvolviendo los recuerdos que 67 años
más tarde, reproducimos tal como los
registró Ignacio Gómez Vargas, sin que se cambie una coma:
“¿Cómo llegó a esta tierra
don Alejandro?-
Custodio Cano, mi padre que
fue uno de los fundadores del pueblo, me
trajo cuando yo tenía doce años. Llegamos al lugar donde hoy está El Tambo,
nombre que se le puso por haber
encontrado en ese sitio un tambo de
indios. Allí iniciamos la rocería y levantamos la casa , donde vivimos por
espacio de muchos años. En la cuchilla donde hoy se levanta el pueblo ya
estaba instalado Julián Ortiz, quien fue
el primero que llegó con su hijo Juan y
la señora de este llamada Filomena. Ellos abrieron lo que corresponde a la parte central del área urbana. Algunos
años más tarde, cuando llegaron otros colonos y se levantaron más casas en esta
región, todos los vecinos pensaron en
fundar un pueblo, para lo cual pidieron
a Julián que les cediera terreno para ello. Este se negó y entonces los iniciadores de la fundación se
fueron hasta el paraje de “el Encanto”, donde tropezaron con el inconveniente
de la falta de agua. Siguieron más
adelante y en trayecto que se recorría de
Arenales ( Hoy Mocatán) a esta fundaron
su caserío que denominaron Apía, en recuerdo de los indios. Tres años más tarde, el viejito Julián cambió
“ de idea y dijo a los vecinos de la
región: “ Ahora si doy el solarcito para que levanten el pueblito.”
Con lo cual todos se
pusieron a la tarea de trazar la plaza y
organizar la construcción de los ranchos alrededor de ella. La
fundación del pueblo a este lado del río como que no gustó mucho a los vecinos de Apía, ocasionándose
serios disgustos entre los fundadores de una y otra población. Entre los que llegaron antes de la fundación
del caserío se pueden citar al yerno de
Ortiz, Alvaro Holguin, quien se instaló
donde hoy se encuentra Naranjal y Fausto Ortiz, quien abrió el terreno
que hoy ocupa La Palma. Don Alejandro
Ramír4ez vino un poco después, trayendo de Riosucio un surtido de cacharros por
valor de $18 . Mi padre fue el primer carnicero de esta región y así mismo
negociaba con panela que traía desde Anserma y desde Quinchía en la espalda.
-
Cuéntenos , don Alejo, que fue “La Colonia” y quienes la componían-
En una de las casas que
edifiqué en la Calle Real de este pueblo, más o menos recién erigido en
municipio, vinieron varias personas que más tarde se hicieron importantes en la
vida de Santuario. Fueron el Dr. Miguel Cuesta, Jorge E. Gartner, Pedro Pablo
Pulgarín, Manuel Gaviria, un dentista de Manizales y un carnicero aguadeño.
Como todos eran unos pobres diablos que venían sin un centavo a conseguir vida
en esta región, yo les permití ocupar la
casa con la condición de que respondiera por el arrendamiento el Dr.
Cuesta. Ninguno de ellos poseía segunda
muda y la única cobija que tenían era cuando cerraba la noche. Dormían tirados
en el suelo y en el día no se sabía como se rebuscaban la comida. Por estas
razones, dicha asociación se llamó “La Colonas”. Ya sabemos que más tarde todos fueron personas
importantes y aún quedan algunos que dan lustre y honor a Santuario.
-
Sabemos que usted ha sido muy amigo de don
Alejandro Uribe. Cuéntenos alago de la vida de ambos en aquellos tiempos cuando eran jóvenes y
parrandistas-
Alejandro vino con su padre
Jesús Uribe, que en ese entonces era Estanquero y lo apodábamos “ El Pelón”.
Fuimos muy sinvergüenzas y nuestros refrescos favoritos consistían en dobles de
aguardiente al son del tiple o jugando dado. Un día Alejandro me llamó y me
dijo: “ Me voy para el Chocó, préstame veinte pesos”. Como le fuera bien en esa
correría, al regresar se puso a trabajar
con la ayuda de don Heladio Cortés, sin
dejar, eso sí, el trago, hasta que un día
en medio de una “turca”
fenomenal, se casó. Esa misma noche se fue solo para “Cambía” a pasar el
guayabo y se estuvo ocho días ausente del pueblo. Cuando regresó prometió dejar definitivamente
el vicio y en realidad así lo hizo, para dedicarse a trabajar. La última “perra” se la amarró cuando
inauguraron la planta eléctrica. “
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