LOS PIONEROS DE LA RUTA AL PACIFICO COLOMBIANO


Alfredo Cardona Tobón*



 En el año  1775, por los lados del río San Juan,  en la zona chocoana, existían dos pequeñas aldeas llamadas San Juan del Chamí y San Antonio de Tatamá, habitadas por indígenas cuyos oficios eran el barequeo del oro y el transporte de mercancías a la provincia del Zitará.

Los cargueros del Chocó  arreaban cerdos hasta el río San Juan y desde allí llevaban los fardos importados por el Atrato   hasta el Tambo de Vigía, donde otros cargueros  de la Montaña, Guática y Tachiguí los recogían para continuar la travesía hasta las minas de Anserma y Supía.

Los nativos construían los puentes primitivos barridos continuamente por  las borrascas y conservaban  abiertas las trochas en medio de  la selva, que en ese entonces eran las únicas vías que llevaba al Pacífico

LOS CONTRABANDISTAS DE SUPÍA

En 1840  el tesorero de hacienda de la Provincia del Cauca, con capital en Buga,  alertaba sobre la disminución de los impuestos sobre el oro  extraído en las vetas y aluviones de  Supía e informaba al Jefe Político de esa población  sobre el contrabando en esa zona del Cauca. Por  su parte, el gobernador  Pedro Murgueitio,  en un documento  enviado al Jefe Político  del Cantón de Supía,  le comunicó lo siguiente: “Cree la gobernación que la  defraudación al erario nacional  se verifica principalmente por el camino del Varao y demás sendas que parten de allí para el Atrato,  por cuyo río es tan fácil la exportación protegida por buques extranjeros que trafican directamente con el Darién.”

Además  de las sendas señaladas anteriormente   por Murgueitio  debe agregarse la del Arrastradero de San Pablo que comunicaba los ríos San  Juan y el Atrato y la trocha de  los catíos, utilizada por los nativos y  después por los antioqueños,  que unía la parte alta de Riosucio con el antiguo camino de Guntras o del Chamí que llevaba al río San Juan.

Todas esas rutas recorrían parajes desolados por donde salía el oro de las compañías mineras en los morrales de los nativos menesterosos o de los peones miserables que no despertaban  sospechas a los aduaneros.

LOS CAMINOS AL  BAJO CHOCÓ

Los caminos del Chocó buscaban una salida al  océano, ya por el río  San Juan, ya por el río Atrato. Al empezar la época colonial  un piloto de apellido Goyeneche habló de la posibilidad de  un canal por el istmo del Limón a través de los ríos Cupica y Atrato; y a fines del siglo XVIII, Antonio Cerezo, cura de Nóvita, abrió un canalón para canoas que comunicó  los dos océanos por Raspadura y Perico uniendo los ríos Atrato y San Juan. Con esos antecedentes y siempre buscando la llegada al mar, el  ingeniero Ezequiel  Williamson y el práctico  Ignacio Buenaventura trazaron una ruta por la montaña de Juntas de Tatamá para comunicar al Valle del Cauca y a la provincia de Marmato con el océano Pacífico.

 El doctor Emigdio Palau, representante del Cauca, en abril de 1876, propuso la construcción del camino según los planos de Williamson. El gobierno de Antioquia encargó al ingeniero Roberto White para que hiciera los trazados de otra ruta que  partía de El Jardín, cruzaba por la parte alta de Riosucio y seguía hacia el Chamí.  En 1892 el ingeniero Briceldino Carvajal estudió otra salida al mar que empezaba en La Virginia y continuando por Pueblo Rico llegaba a Istmina.

APARECEN LAS CARRETERAS

El cinco de agosto de 1930 se inauguró el primer trecho de la carretera al Pacífico que iba de la Virginia hasta el río Mapa;  ese día el gobernador de Caldas, Daniel Gutiérrez Arango,  se reunió con las autoridades  y las personalidades de Santuario y Apía en las orillas del Mapa y se sirvió un espléndido almuerzo matizado con discursos llenos de esperanza.

Un mes después  se reunió en Manizales una convención intermunicipal  para estudiar la comunicación de Caldas con el Chocó y el Pacífico;  se contó con la asistencia del doctor Sergio Abadía A. propietario del periódico “El Heraldo” de Istmina y el ingeniero Antonio Bonilla G. de Tadó. Se propuso  una vía que uniera La Virginia con Santuario, Apía, Pueblo Rico, Santa Cecilia, Guarato, Playa Rica e Istmina.

LA LUCHA CONJUNTA DE APIA Y SANTUARIO

En  1926 los apianos conformaron una Junta Pro carretera con el apoyo del intendente del Chocó Vicente Martínez; los santuareños por su parte, conformaron otra Junta que organizó veladas, serenatas y hasta bailes con tarjetas de invitación en la zona de tolerancia, con la venia hasta de las señoras, pues se trataba de la noble causa de la carretera al mar.

El concejo de Santuario envió un comunicado a la Asamblea de Caldas mostrando la importancia de ese proyecto: “estamos colocados a la entrada precisa de una región que nadie conoce, que permanece ignorada y descuidada y  que si nosotros los caldenses  lográramos dominar, encontraríamos allí  todas las riquezas naturales de que carecemos…”

Poca atención prestó Manizales a las inquietudes de Apía y Santuario. Ante el silencio oficial Fernando Pérez, Jorge Gartner y Gilberto Lenis iniciaron un movimiento de anexión al Valle, que en algo movió el interés de la capital departamental.

LAS REALIZACIONES

Durante la gobernación del coronel  Gustavo Sierra Ochoa la ruta llegó a la aldea de Santa Cecilia;  por la acción de la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales y del ingeniero Gustavo Robledo Isaza  la vía avanzó hasta el sitio de las Animas  y el proyecto se detuvo, al igual que el puerto  de Tribugá, sobre el océano Pacífico..

Con el paso del tiempo y la aparición de los enormes cargueros que cruzan el canal de Panamá las expectativas sobre una gran vía que lleve la carga del Eje Cafetero a un puerto en la costa chocoana, se han ido postergando; lo que se tuvo como un gran sueño parece diluirse, pues Antioquia está saliendo adelante con su salida al Pacífico mientras los planes del fraccionado Eje Cafetero siguen acumulando polvo en los archivos oficiales.

 

 

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