Alfredo Cardona Tobón*
En una historia llena de Adelitas y generalas sobresale
una mujer inteligente, instruida y elegante que combina la valentía de
la altoperuana Juana Azurduy, con la habilidad
política de la rioplatense Macacha Güemes, la generosidad de la
granadina Antonia Santos y el amor de la quiteña Manuelita Sanz.
La mejicana Leona Vicario,
nacida en cuna distinguida en 1789, sacrificó comodidades y fortuna para luchar por la libertad de su
patria y apoyar las ideas de su esposo; fue la primera mujer periodista de la
nación mejicana y sus mensajes en los periódicos “El Ilustrador Americano” y en
“El Semanario Patriótico Americano” se convirtieron en botafuegos de la causa patriota.
UN ESPÍRITU REBELDE
Leona tuvo la desgracia de
quedar huérfana de padre y madre desde muy temprana edad y la fortuna de crecer al lado de un tío que le dio una educación
esmerada y administró pulcramente la herencia.
Las ideas levantiscas y rebeldes
de la muchacha la acercaron al joven estudiante de derecho Andrés Quintana Roo
que hacía prácticas en el bufete del tío
Agustín Pomposo Fernández; poco a poco los furtivos besos y las sesiones
secretas conjugaron el amor con la insurgencia y los dos jóvenes se vieron
envueltos en la vorágine independista.
La posición social y
económica de Leona permitió el acceso privilegiado a las fuentes del poder colonial y se convirtió en una pieza importante del espionaje patriota y en una
auxiliar valiosa que dio cobijo a los fugitivos, aportó dinero y medicinas y
estableció una armería, donde técnicos vizcaínos fabricaron fusiles para los
alzados en armas.
Los realistas descubrieron
las actividades de Leona y tras un largo proceso, en marzo de 1813, la Real Junta de Seguridad y Buen Orden la confinó en el Colegio religioso de Belén de las Mochas.
EL AMOR Y LA GUERRA
En osada operación los insurgentes rescataron a Leona que
disfrazada salió de la capital arreando unos burros y se dirigió al campamento rebelde de Tlalpujahua donde se
unió en matrimonio con Andrés Quintana Roo.
La pareja sufrió las
vicisitudes de la guerra y
tanto Andrés como Leona
acompañaron a José María Morelos en la conformación de la república de
Méjico. Quintana Roo fue miembro del Congreso de
Chilpancingo y en 1813 tuvo el honor de presidir la Asamblea
Constituyente que formuló la Declaración de Independencia. Cuando los
descalabros militares y el fusilamiento de Morelos parecían apagar la llama de
la Libertad, Quintana Roo y su esposa se
refugiaron en las sierras de Guerrero para
escapar de la retaliación española; en 1817 Leona dio a luz su primera
hija en una cueva desprovista de todos los recursos, solo entonces los esposos
se sometieron al poder español.
Las autoridades los condenaron al exilio en España, pero por falta de recursos para el
viaje los hicieron desplazar a Toluca donde sufrieron todo tipo de penalidades;
al fin pudieron regresar a la ciudad de
Méjico y allí Andrés terminó sus estudios y empezó a ejercer su carrera de abogado.
Una vez conseguida la independencia de la metrópoli
llegaron décadas caóticas y turbulentas que envolvieron a Méjico en un turbión
de violencia. Al enfrentamiento entre los mejicanos se sumó la ambición de
Estados Unidos y de Francia cuyas zarpas
se cernieron sobre el antiguo imperio azteca: se independizó Texas, se
independizó California, se separó Centroamérica y quiso hacerlo Yucatán, adonde viajó Quintana Roo para
impedir una nueva segregación de la nación mejicana.
Durante el Imperio de Iturbide Andrés Quintana Roo lo
destituyó del cargo de Secretario de
Relaciones por oponerse a sus designios;
en tiempos del presidente Bustamante se persiguió a Andrés y a su esposa y cuando el Estado adjudicó a Leona algunas
propiedades para compensarla por su contribución a la Independencia, los enemigos
arguyeron que los sacrificios de
Leona no habían sido motivados por el
patriotismo sino por el amor que profesaba a su compañero y por tanto nada le
debía la nación mejicana.
LA GUERRA DE LOS PASTELES
Los Quintana Roo se
enfrentaron a España y a las dictaduras
y de nuevo pusieron sus vidas y
sus propiedades al servicio de Méjico en la Guerra de los Pasteles.
Este sainete enloda a Francia y fue otro de los atropellos
contra los mejicanos; en 1838 unos militares al servicio del dictador Santa
Anna no
pagaron unos pasteles y, en un bochinche, causaron algunos daños al
negocio de un ciudadano extranjero residente en la capital mejicana. El embajador de Francia exigió una cuantiosa
indemnización y al no atenderse el reclamo el diplomático abandonó el país y
regresó con diez buques de guerra que, atacaron a San Juan de Ulúa y a Veracruz
y bloquearon el litoral mejicano. Leona viajó a Veracruz y como en los
tiempos de Morelos desafió las balas enemigas atendiendo las víctimas de los
bombardeos franceses.
EN MEMORIA DE LA HEROÍNA
Leona trabajó en la
clandestinidad con el grupo de los “Guadalupes” y con el seudónimo de Enriqueta mantuvo
correspondencia con los jefes rebeldes. “Fui la única mejicana acomodada que
tomó parte activa en la emancipación de la Patria” dijo alguna vez para
defenderse de sus enemigos.
Fue tan valiosa su colaboración que en recompensa
los insurgentes le dedicaron las primeras monedas de oro y
plata acuñadas por la revolución. En 1827,
al consolidarse la Independencia, el
Congreso del Estado de Coahuila y Texas
la distinguió como “La mujer fuerte de la Independencia.
El 21 de agosto de 1842 Soledad Camila Vicario Fernández de San
Salvador falleció en la ciudad de Méjico. El presidente Santa Anna presidió el
cortejo fúnebre y toda la nación mejicana lloró por la “Madre de la
Independencia Mejicana”.
Las cenizas de Leona reposan
en una cripta de la Columna de la Independencia en el paseo de la Reforma y su nombre
honra a una población situada en el Estado Quintana Roo.
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