Por Olmedo Ramírez López
Muchas
veces tuve la impresión de estar viviendo en uno de esos escenarios
maravillosos de la geografía colombiana no reseñado por el realismo mágico de
Gabriel García Márquez. Pensaba que aquí en el centro del “Paisaje Cultural
Cafetero” tal vez estaba a salvo del mórbido tentáculo del mal llamado
“desarrollo”, recetado por el neoliberalismo para estos melancólicos países del
Tercer Mundo y, mucho menos pensé, verme aplastado por la segunda escalada
colonial para arrebatarnos gratuitamente los recursos naturales que nos dejó el
saqueo español...y peor aún, observar impotentemente
la destrucción infame de una sobreviviente generosa biodiversidad y el paisaje,
componente intrínseco de nuestro hábitat y la vocación eco turística que es
también patrimonio cultural de la humanidad, dizque en nombre del progreso.
Al
mirar esta mañana hacia el tradicional
paisaje del Parque de los Nevados, como suelo hacerlo con frecuencia desde mi
estancia del parque Barbas-Bremen, me encontré de pronto con un enjambre de
torres metálicas gigantescas inmersas en el espacio vital y sagrado de nuestra
tierra, borrando para siempre y de manera irreparable este privilegio visual de
tantas generaciones, del que la naturaleza magnánimamente nos proveyó. Simplemente no podía creer que
no hubiésemos podido detener este engendro urdido por las transnacionales de la
electro-megaminería, contra las comunidades y
con la complicidad de una muy discutible política de estado, supeditada
a los mandatos de un orden superior,
para el que la seguridad, el medio ambiente, el mejoramiento de la
calidad de vida de la población y el interés nacional solo son pírricas ecuaciones
Aquí hay que desvirtuar, de una vez por todas,
el pretendido progreso que este monstruo de mil cabezas representa para
la región y el país, que no ha sembrado sino miseria, violencia, corrupción y
depredación ambiental en todas las partes del mundo en donde la megaminería ha
hecho carrera. No es sino mirar la devastación del Chocó, en donde ya no hay chontaduro ni pescado, del
Frontino y de Segovia en Antioquia, de
Marmato en Caldas, de la paradisíaca cuenca del río Dagua en el Valle, de Cerromatoso en el
Magdalena y la sequía del Vaupés y la Guajira, sin hablar de la inminente
destrucción de la cordillera central con el proyecto “La Colosa” de explotación
de oro a cielo abierto más grande del
mundo, en Cajamarca, Tolima, amén de “la política de tierra arrasada”
proyectada para El Quindío, concesionado ya en tres cuartas partes de su
territorio con 98 licencias mineras otorgadas y cuando hay 133 en trámite, que transformarán el paisaje cultural
cafetero en un desierto en solo 20 años … y para que seguir reseñando los
innumerables proyectos minero-energéticos como el de upme 02 en el
eje cafetero, que nos ocupa, y de Santurbán en Santander, todos ellos con un
altísimo gravámen en la relación costo-beneficio de Colombia.
¡Siento
pena por mí y por el poeta Luis Carlos González por haber creído que la
exquisitez de los valores bucólicos y ancestrales resistirían la embatida brutal del capitalismo salvaje; porque de una
cosa si estoy seguro: no es precisamente el pueblo colombiano el mayor
beneficiario de tan cacareado progreso en contravía del interés nacional, con
tres víctimas privilegiadas, el agua, la
biodiversidad y el paisaje… y, por supuesto, el hombre!
Pereira,
enero 28 del 2015
Comentarios
Publicar un comentario