Alfredo Cardona Tobón.*
En una acera de la carrera octava
de Pereira una indígena joven con un
niñito mocoso y sucio pide limosna a los transeúntes que pasan indiferentes por
su lado; durante todo el día, al sol y al agua.
Con un biberón de aguapanela el pequeño intenta ahuyentar el hambre del pequeño, mientras la muchacha con una estatura que no pasa del metro con cincuenta, espera unas monedas para entregarlas a un nativo embera que ha hecho de la caridad un negocio y ha convertido a las mujeres y a los niños de su clan en instrumentos sumisos de explotación.
Con un biberón de aguapanela el pequeño intenta ahuyentar el hambre del pequeño, mientras la muchacha con una estatura que no pasa del metro con cincuenta, espera unas monedas para entregarlas a un nativo embera que ha hecho de la caridad un negocio y ha convertido a las mujeres y a los niños de su clan en instrumentos sumisos de explotación.
Es difícil imaginar que esos
compatriotas paupérrimos, sin autoestima, tengan que ver con una raza altiva
y orgullosa que en las selvas del Chocó hizo frente a los españoles durante
casi dos siglos: En 1539 el capitán Gómez Fernández intentó el sometimiento de
las tribus chocoanas; en 1575 fracasó
Lucas de Ávila y en 1628 la gente de Martín Bueno pereció en las aguas
del río Atrato a manos de guerreros tatamaes, quienes para librarse de las
represalias dejaron para siempre la cordillera y se internaron con su gente en
las selvas del Pacífico. Los citaraes continuaron la
resistencia, en 1684, bajo el mando del cacique Quiruvida, no dejaron vivo a ningún español ni negro a
lo largo del Chamí; al fin fuerzas coloniales procedentes de
Antioquia y Popayán, mataron a Quiruvida y a sus seguidores en el pueblo de
Lloró.
Al empezar el siglo XVIII los zitarabiraes desaparecieron a causa de la guerra y de las enfermedades traídas por los conquistadores y los pocos noanamaes sobrevivientes se refugiaron en la manigua chocoana. En esas circunstancias las autoridades españolas concentraron los indígenas sometidos en el caserío de San Juan del Chamí, cerca de la desembocadura del río Chamí y en la aldea de San Antonio de Tata, donde sirvieron transportando cargas al Arrastradero de San Pablo y se sostuvieron con el oro de los aluviones de la zona.
Al empezar el siglo XVIII los zitarabiraes desaparecieron a causa de la guerra y de las enfermedades traídas por los conquistadores y los pocos noanamaes sobrevivientes se refugiaron en la manigua chocoana. En esas circunstancias las autoridades españolas concentraron los indígenas sometidos en el caserío de San Juan del Chamí, cerca de la desembocadura del río Chamí y en la aldea de San Antonio de Tata, donde sirvieron transportando cargas al Arrastradero de San Pablo y se sostuvieron con el oro de los aluviones de la zona.
LA INVASIÓN EMBERA
Las aldeas de San Antonio del
Tatamá y Sn Juan del Chamí desaparecieron
a mediados del siglo XIX y sus pobladores se integraron a los resguardos
de Arrayanal y del Chamí, el primero ubicado donde hoy está la población de
Mistrató y el otro e en las cabeceras del río del Oro, en los modernos límites
de Caldas, Risaralda y Chocó.
En tanto que las parcialidades de
Arrayanal y del Chamí decaían, desde el
Alto Andágueda se desplazaban hacia el sur
indígenas emberas que poco a poco fueron ocupando el territorio de los
antiguos pobladores y constituyeron
fuertes núcleos en Andes, Antioquia, y en el sitio donde los misioneros
fundaron a San Antonio del Chamí.
En 1873 el gobierno del Cauca autorizó la división de los Resguardos
indígenas y se procedió a lotear las tierras de Guática, Quinchía y Tachiguí, situados en la banda izquierda
del río Cauca; a fines del siglo XIX se
intensificó la invasión paisa y entonces los nativos de Arrayanal y del Chamí
otorgaron un poder a Eustacio Tascón para que los representara, defendiera sus
derechos, hiciera las reclamaciones y celebrara las transacciones que considerara
benéficas para la parcialidad. Pero Tascón los traicionó, negoció en beneficio
propio y entregó vastas extensiones a los colonos. En 1903 los cabildos
indígenas de Arrayanal y del Chamí
nombraron a Marco Tulio Palau como apoderado, con la misión de recuperar los
títulos de propiedad del Resguardo que se quemaron en un incendio en Tadó.
Para obtener los nuevos documentos era
necesario consultar archivos de Popayán, pagar a los evaluadores, a los agrimensores
y al abogado. Como los indios no tenían
dinero pagaron con tres lotes que Palau alinderó a su gusto; tras protocolizar
la escritura, los indígenas se dieron cuenta de que habían entregado las dos
terceras partes de sus tierras a Marco Tulio Pala
.
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LOS BALDÍOS DEL CHAMÍ.
Los emberas en penetración
continua y sigilosa llegaron hasta Aguasal, ocuparon lo que quedaba de los resguardos de Arrayanal y
del Chamí y establecieron colonias en Quinchía, Anserma, Belalcazar y Marsella
y por el lomo de la cordillera occidental llegaron a Restrepo, en el Valle, y
hoy van por tierras ecuatorianas.
Por su parte los negros de Tadó,
a partir de 1900, empezaron a ocupar el sitio de Cinto, hoy Santa Cecilia, y
desplazaron a los emberas que cazaban y pescaban en las orillas del río San
Juan; entre 1914 y 1916 el Estado adjudicó a los colonos miles de hectáreas del
antiguo Resguardo desplazando a negros y a nativos y estableció allí una
colonia penal.
Los nativos, acosados por los
negros y los colonos mestizos se internaron cada vez más en la selva; los misioneros
católicos fueron tras ellos y congregaron parte de la población nativa cerca de
la fundación doctrinera de San Antonio del Chamí.
LOS RESGUARDOS ACTUALES.
El 29 de enero de 1986 el INCORA constituyó el
Resguardo de la margen derecha del río San Juan con 17.770 hectáreas de
extensión y el Resguardo de la margen izquierda con un área de 7.596 hectáreas,
es una división de la comunidad embera causada por la intromisión de las
religiosas lauritas en la vida de la comunidad y por los apetitos políticos de
los directorios de Unidad Liberal y Unificación Conservadora de Risaralda.
Los emberas risaraldenses no
tienen el orgullo de los mapuches chilenos, ni la autoestima de los arhuacos;
víctimas de las enfermedades, la
desnutrición y el alcoholismo viven de
los auxilios establecidos por la nueva Constitución colombiana; con las
modernas motosierras están acabando con la selva, envenenan con barbasco los
ríos, y sus escopetas y cerbatanas no
dejan vivo animal de pelo o pluma.
Qué te pasa amigo- Que te duele?-
Preguntó un antropólogo a un anciano embera
Nada- le respondió- Simplemente me estoy muriendo de
hambre.- Y no es por falta de tierra, que la tienen; ni de auxilios, que les
llegan generosamente a los emberas. Es porque muchos de ellos se convirtieron
en mendigos, y aprovechando la coyuntura de la violencia terrorista, dejaron de
trabajar y se dedicaron a pedir en aceras y en oficinas públicas; entre tanto
los nativos de aquí, como los genuinos indígenas de Quinchía, se doblan al pie
del surco, sin quien les tienda una mano.
Excelente reseña acerca de los Chami, la adecuacion de algunos indigenas es la muerte de su cultura
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