JORGE ELIECER GAITÁN

-        “ NO SOY UN HOMBRE, YO SOY UN PUEBLO”-

Alfredo Cardona Tobón*



De la entraña misma de la clase media, con los rasgos indígenas del pueblo cobrizo, Jorge Eliecer Gaitán fue un político que encarnó la esperanza de la gente marginada, de las comunidades sin voz y de las masas obreras de Colombia

Gaitán levantó las banderas de las reformas sociales y democráticas sin distingos partidistas; “porque el hambre- decía- no tiene color político” y con ellas  arremetió contra las oligarquías  conservadoras y liberales en busca de equidad y justicia social en Colombia.
En 1934 Gaitán fundó el movimiento denominado Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria.- UNIR- para apoyar a los campesinos sin tierra y a los trabajadores explotados, pero se estrelló contra las viejas estructuras rojas y azules y el caudillo en agraz se vio obligado a retornar a las toldas liberales, donde encontró la tenaz y continua oposición  de los Lleras y otros jerarcas del partido, alineados al lado de los terratenientes y de los grandes empresarios.
En las elecciones de 1946 el ala oficialista del partido liberal respaldó la candidatura de Gabriel Turbay y la disidencia popular fue a las urnas con los estandartes gaitanistas; el liberalismo conservó las mayorías en los cuerpos colegiados, pero la división acabó con la república liberal y llevó a la presidencia al jefe conservador  Mariano Ospina Pérez.

Durante el gobierno de Ospina se desató la violencia en los campos y en las pequeñas poblaciones, fue una orgía de sangre, donde el régimen se fue contra los sindicatos, contra los liberales y contra los movimientos ajenos al catolicismo, restableciendo el dueto estado-clero que tantos males causó a Colombia en el siglo XIX.

Gaitán tuvo la valentía de ponerse al frente de las perseguidas huestes liberales mientras otros buscaban la seguridad más allá de las fronteras; se perdió el respeto a la vida y se atropellaron todos los derechos; ante tal situación  el 7 de febrero de 1948 el caudillo congregó gigantescas multitudes en las grandes ciudades colombianas para exigir al gobierno el cumplimiento de los deberes constitucionales. En Bogotá miles y miles de ciudadanos marcharon en silencio con banderas y pañuelos blancos y frente al Capitolio Jorge Eliecer Gaitán  alzó la voz para decirle a Mariano Ospina: “Señor Presidente: No  os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra Patria no siga por los  caminos que avergüenzan ante propios y extraños. Os pedimos tesis de piedad y civilización. Os pedimos que cese la persecución de las autoridades. Impedid Señor Presidente la violencia. Solo os pedimos la defensa de la vida humana que es lo menos que puede pedir un pueblo.”

Ese 7 de febrero de 1948  las balas oficiales disolvieron a bala las manifestaciones liberales en Pereira y en Manizales, mientras el obispo Builes y  numerosos curas  anatemizaban a los fieles por sus creencias políticas. Era la antesala de la  época dantesca que aún estamos viviendo.

 LA MUERTE DE GAITÁN

A  la una y cinco minutos de la tarde cayó asesinado el doctor Jorge Eliecer Gaitán en pleno centro de Bogotá. La multitud linchó a Juan Roa Sierra, autor material del magnicidio, pero jamás descubrieron a  quienes ordenaron el crimen. Se acusó al régimen conservador, pero en plena Conferencia Panamericana al gobierno no le convenía la muerte del Tribuno; se dijo que era un complot comunista para sabotear esa Conferencia, pero no hubo ninguna organización comunista que aprovechara el caos que siguió al magnicidio; quizás fue obra de un fanático o hasta de los mismos liberales oficialistas que querían  truncar la carrera victoriosa del caudillo.

El estupor y el dolor de las masas se convirtió en odio desenfrenado, el populacho arrasó el centro de Bogotá y los desmanes se extendieron por el resto del país:  en Armero una chusma asesinó al párroco, en Pereira, en Balboa y en el corregimiento de Arauca se conformaron Juntas revolucionarias; en Santuario y en Victoria los liberales se apoderaron de los cuarteles y organizaron cuadros armados. En Bogotá la turba borracha, armada con machetes y picas, se dedicó al saqueo con el apoyo de parte de la policía que se unió a la revuelta; la pesadilla duró cuatro días con sus noches hasta que tropas de Boyacá y del Tolima con voluntarios chulavitas retomaron el control de la capital de la república mientras en el resto de la nación el ejército redujo a los alzados en armas que no tuvieron otra alternativa que aplacarse al no contar con el apoyo de la dirección liberal.

 TRISTES RECUERDOS

A la entrada de la Escuela de Infantería en Usaquén se levanta un muro con los nombres de los innumerables soldados muertos el nueve de abril de 1948;  irónicamente  muchos de esos valientes militares  cayeron en defensa de un gobierno monstruoso que perseguía a sus familias en los campos y murieron por salvaguardar a un presidente indigno a quien la historia no le ha pasado su cuenta de cobro por lo que hizo o dejó  hacer en su nefando gobierno.

SI  GAITÁN NO HUBIERA SIDO ASESINADO.

El caudillo estaba aglutinando al liberalismo y a las fuerzas sindicales del país;  en elecciones limpias hubiera sido presidente; la duda es si lo hubieran dejado posesionar las fuerzas reaccionarias comandadas por Laureano Gómez y Alzate Avendaño. En ese caso el país se habría sumergido en otro baño de sangre con una dictadura militar al final de la catástrofe.

Con Gaitán en la presidencia Colombia habría seguido otro rumbo,  sería más equitativa y menos injusta; posiblemente el caudillo hubiera realizado una verdadera reforma agraria y habría menos cinturones de miseria en las ciudades al no presentarse los grandes desplazamientos campesinos a causa de la violencia política.

Han transcurrido 66 años desde el asesinato de Gaitán e infortunadamente no ha existido quien recoja sus programas; Risaralda y especialmente Pereira, acogieron a  Gloria Gaitán y la proyectó al Congreso, pero la hija del conductor de multitudes no tuvo los genes de su padre, careció de visión de futuro y se quemó en peleas de comadres. El gaitanismo desapareció  con su jefe y el liberalismo se hundió en el piélago pútrido de las componendas electoreras.
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