Alfredo Cardona Tobón
En toda América las
mujeres fueron la quinta columna de la insurgencia republicana; necesitaríamos
innumerables cuartillas para honrar el
coraje y la entereza de las mujeres que sirvieron a los patriotas detrás de
la línea de combate. Recordaremos en
esta ocasión a tres heroínas
: una panameña, una mejicana y otra granadina.
LA SEÑAL DE RUFINA
ALFARO
Según la tradición
era una campesina, agraciada y soltera, que vendía huevos y verduras en la
Villa de los Santos. Su historia empieza en noviembre de 1821: los panameños aún
están bajo el poder español y buscan la ocasión para sacudir el yugo y unirse a la república de Colombia cuyas
tropas victoriosas combatían en Venezuela y en el sur del continente.
En la mañana del diez
de noviembre Rufina salió con su mercancía y se topó con un grupo de vecinos.
-¿Para dónde va su
merced?- Preguntó el connotado paisano Segundo Villarreal.
-A llevar unos huevos
al cuartel- contestó la muchacha.
- Le solicitamos un
favorcito Rufina-
- Ordene señor
Segundo-
- Es poco. Fíjate no
más cuántos soldados hay, qué armas tienen y vienes y nos cuentas.
Con amplia sonrisa y
ademanes coquetos la muchacha observó con cautela y luego buscó a Villarreal
para decirle que había pocos soldados y que
los fusiles no tenían carga porque la munición se estaba secando en el patio.
Era la ocasión
propicia. Los habitantes de la Villa de los Santos irrumpieron en el cuartel al grito de ¡Viva la Libertad!
y redujeron la guarnición sin disparar un tiro… Repicaron
las campanas, y a una voz, el pueblo se lanzó a la calle, pidió cabildo abierto,
y en Villa de los Santos se suscribió la Primera Acta de Independencia
panameña.
TODA UNA LEONA
Leona Vicario nació
en ciudad de México en 1789 en cuna rica
y de blasones. Recibió una esmerada educación, y a los 18 años, al quedar
huérfana de padre y madre, siguió bajo la
tutela de un tío que le permitió vivir sola y administrar su fortuna.
Leona fue una
muchacha independiente, de recta conducta y con ideas que la acercaron al abogado
Andrés Quintana Roo, un yucateco que había abrazado la causa independentista
desde el día del “Grito de Dolores”.
El amor dio un giro
total a la vida de Leona que a mediados de 1812 se unió a la causa independentista:
remitía proclamas y enviaba a los insurgentes cuanta noticia consideraba
importante. Además, con su propio dinero, pagó a los mejores armeros para que
fabricaron armamento con destino a las tropas patriotas.
Los españoles
descubrieron las actividades revolucionarias de Leona, la capturaron y la
recluyeron en el Colegio de Belem, de donde la rescataron sus amigos y la
sacaron de la capital disfrazada de negra harapienta. El tío consiguió un
indulto, pero Leona prefirió casarse con Quintana Roo y acompañarlo en las
campañas contra los realistas.
Leona fue un ángel
tutelar: curaba a los heridos, atendía a los huérfanos y era fuente de
esperanza y fortaleza en los campamentos de la revolución. Durante la lucha
guerrillera tuvo su primera hija en una cueva, y finalmente, acorralados por el
enemigo, a Leona y a su esposo no les quedó otra opción que entregarse a las
tropas coloniales
La libertad llegó a
México. El Congreso Constituyente de 1823 quiso compensarla y para ello decretó
el pago de los bienes que le habían arrebatado los españoles y el Congreso de
Coahuila honró a la heroína cambiando el nombre a la Villa de Saltillo por el
de Leona Vicario.
Leona se vio envuelta
en la lucha política de su marido, con
los sinsabores y las penas que habrían de acompañarla hasta su muerte en 1842.
Una placa grabada en la tumba de Leona termina con las siguientes frases: “A
esta Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria, los desolados y agradecidos
ciudadanos mexicanos, le erigen llorosos este Monumento.”
POLICARPA
SALAVARRIETA
Esta granadina nacida
en Guaduas, Cundinamarca, llevaba la
sangre de un antiguo capitán de la Revolución Comunera. Desde muy pequeña quedó
huérfana, y al cuidado de una hermana mayor, aprendió en el convento de La
Soledad las primeras letras, a tocar guitarra, a coser y a bordar.
Su joven corazón se
prendó de Alejo Sabaraín, un revolucionario que acompañó a Nariño en la campaña
del sur; peleó en Ambalema y en Honda y militó al lado de las tropas
cartageneras.
Después de la
“reconquista” española, algunos jefes republicanos salvaron su vida y se
unieron a las guerrillas del Casanare lideradas por Fray Ignacio Mariño y
Nonato Pérez. Los hermanos Almeyda y la guerrilla de La Niebla conectaron los grupos
patriotas de El Socorro con las fuerzas
llaneras. Bajo las órdenes de los Almeydas
actuaba Alejo Sabaraín con su novia Policarpa: espiaban los movimientos
de las tropas españolas, trasmitían información y ayudaban a reclutas y
desertores a unirse con los combatientes de Mariño y Santader.
En uno de los
operativos cayó Alejo en manos de los
realistas y poco después quedó al descubierto la “Pola”, que tras un intenso
seguimiento cayó prisionera de los
españoles.
El 14 de noviembre de
1817 Policarpa, vestida con camisón y
mantilla azul, caminó rumbó al patíbulo.
Tenía la esperanza que una rebelión popular
impidiera su ejecución o que llegara un indulto a última hora, pero los santafereños estaban
aterrados y el régimen quería anegar en sangre la rebelión americana.
“Pueblo indolente, cuán
diversa sería vuestra suerte sin conocieras el precio de la libertad, ved que
aunque mujer y joven me sobra valor para sufrir la muerte…”, fueron las
palabras de la Pola antes de su
sacrificio. Los fusiles tronaron, la sangre de Policarpa, de Sabaraín y de
otros seis patriotas anegó el suelo granadino y su memoria quedó para siempre
en nuestra Historia..
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