Alfredo Cardona Tobón
Quinta de San Pedro Alejandrino
En este nuevo aniversario del fallecimiento de Simón Bolívar, nadie recordó esa fecha en Pereira. No hubo una corona ni una
manifestación patriótica para conmemorar la entrada del Libertador a la Gloria ese 17 de diciembre de 1830. Como decía Martí “La Ingratitud es
el doloroso olvido de los muertos” y como los funcionarios estatales no conocen nuestro pasado, al menos las pomposas
asociaciones bolivariana , las academias y los centros de historia debieran haber
recordado esa fecha.
A las siete y media de la noche del
primero de diciembre de 1830 llegó Simón Bolívar a Santa Marta en el bergantín
“Manuel”; el barco atracó en el antiguo fortín realista y la marinería llevó a
tierra al Libertador en una silla de
brazos, pues tan débil estaba que no podía caminar.
Desde el primer momento el médico
francés Alejandro Próspero Reverand
atendió solícitamente al enfermo flaco y extenuado, con semblante
adolorido, voz ronca y tos profunda con esputos viscosos y de color verdoso.
El recibimiento al Libertador no fue pomposo ni multitudinario; fue amable
y respetuoso, distinto a la despedida con insultos e irrespetos de la plebe santafereña
cuando el gran hombre abandonó la capital de la República.
La gravedad empezó con un catarro mal cuidado que Bolívar traía desde
Cartagena; el ilustre caraqueño tenía poca confianza en los médicos y solamente
en Santa Marta, al sentirse muy
mal, permitió que un galeno francés se
aproximara a su lecho.
Como en el puerto se encontraba la goleta de guerra “Campus” de los Estados
Unidos, el doctor Reverand acudió a su colega M. Night, cirujano de la goleta,
para que en conjunto definieran el tratamiento más adecuado para la tisis
pulmonar que el médico francés consideraba había llegado al último grado.
LOS DIAS SE ACORTAN
En 33 boletines Próspero Reverand va informando, a mañana y tarde, sobre el
estado de salud del Libertador; el primer boletín tiene fecha del 1 de
diciembre de 1830 y el último se expide
a la una y media de la tarde del 17 de diciembre. Los boletines muestran paso a
paso el dolor físico y moral que agobió al Libertador en sus últimos días y se manifestó una
noche en medio de los delirios de la fiebre cuando dijo con palabras entrecortadas: “¡Vámonos!-
¡Vámonos!..; esta gente no nos quiere en
esta tierra... ¡Vamos muchachos! Lleven mi equipaje a bordo de la fragata.”
El hombre que tuvo el mayor poder en las antiguas colonias españolas, ante
quien temblaban los enemigos, estaba a merced de la caridad de unos pocos amigos. Los médicos
de Cartagena se habían negado a prestarle auxilio profesional, porque, según
expresaron después, consideraban inoficiosa su presencia. Por otra parte viejos anfitriones le negaron su hospitalidad y por donde pasaba quemaban las sábanas y enterraban las vajillas por temor al contagio. Solamente el doctor Próspero Reverand
tuvo el valor de acompañar a su paciente al sepulcro y no cobrar por sus servicios médicos, pues consideró un honor atender al más grande latinoamericano y en esos momentos tampoco tenía a quien cobrarlo pues el Libertador
estaba escaso de dinero ya que los venezolanos habían confiscado sus propiedades
de San Mateo y ocupado las minas de Aroa.
Lejos estaba Manuelita, no por su voluntad, sino porque a instancias de
Bolívar permaneció en Santa Fe para defender su memoria de la maledicencia de los colombianos y mucho más lejos estaba Fanny de Villar, " la adorable Fanny" de todos los momentos de su vida, a quien escribió en su leche de muerte la última carta de amor.
¿CÓMO SALDRÉ DE ESTE LABERINTO?
Bolívar toleraba opitas de sagú, un poco de vino y ocasionalmente un pedazo
de pollo y un frio intenso y la supresión de los orines presagiaban un rápido
desenlace. Sin embargo, hasta última hora el héroe de mil combates luchaba por
su vida y conservaba la esperanza de sanarse, de tal manera que, en uno de sus
momentos sin dolor, ordenó la
construcción de un tambo en las estribaciones de la Sierra Nevada para
convalecer en un clima más benigno.
El Obispo de Santa Marta visitó al Libertador y le sugirió que arreglara
sus asuntos espirituales. ¿Estaré tan malo para que se me hable de testamento y
de confesarme?- preguntó Bolívar y
agregó preocupado: ¿Cómo saldré de este laberinto?
Esa misma noche se agravó el enfermo y entonces se llamó al cura de la aldea de Mamatoco, que acompañado de los
acólitos y de unos indios llegó a la quinta de San Pedro Alejandrino a llevar
el Viático; una vez cumplida la ceremonia religiosa y por petición del
Libertador, el notario Catalino Noguera leyó un mensaje de Simón Bolívar a sus
compatriotas.
Estaban presentes los generales Mariano Montilla, José María Carreño,
Laurencio Silva, los señores Joaquín de Mier, Manuel Ujueta y otras
personalidades. El ambiente era sombrío, la pena revoloteaba por el cuarto,
todos sabían que era el último mensaje del Libertador.
Catalino Noguera empezó a leer: “Colombianos:
habéis presenciado mis esfuerzos para plantar la Liberad donde reinaba la
tiranía... me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi
desprendimiento... He sido víctima de mis perseguidores que me han conducido a
las puertas del sepulcro. Yo les perdono”. Catalino Noguera no pudo más, la voz
se le quebró y el doctor Manuel Recuero
terminó la lectura: “Colombianos: mis últimos votos son para la felicidad de la
Patria; si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la
unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.
Al pronunciar las últimas palabras-
anota el doctor Próspero Reverand- el Libertador haciendo un gran esfuerzo
trató de erguirse en la butaca donde estaba sentado y con voz ronca agregó:”
Si, al sepulcro es lo que me han proporcionado mis conciudadanos pero les
perdono. ¡Ojala yo tuviera el consuelo de que permanecieran unidos.”
A las doce del día del 17 de diciembre de 1830 empezó el ronquido de la
muerte, al advertir la respiración estertorosa y el pulso trémulo el doctor
Reverand llamó a quienes acompañaban a
Simón Bolívar. A la una de la tarde voló el alma del Libertador; tres cañonazos
desde el Morro comunicaron la infausta noticia y cada media hora el eco de un
cañonazo retumbó en la bahía.
A las ocho de la noche se trasladó el cadáver a la Casa de la Aduana, allí
se embalsamó y quedó expuesto a la ciudadanía samaria; el 20 de diciembre fue
el entierro, al frente iban los caballos
del Gran General con corazas negras y luego el cortejo fúnebre...
¿Aró en el mar?- ¿Bolívar construyó en el el viento?- el tañido de las campanas y el ronco sonido de los tambores anunciaban el principio de un camino lleno de incertidumbre y de violencia recorrido por un pueblo sordo y dividido que no ha permitido que el Libertador repose en paz en su tumba.
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