Alfredo Cardona Tobón
En la salida de Filadelfia, Caldas, don Noe Mejía Calderón levantó un rancho de paja con mirador a la
hoya del río Cauca y al lado de un árbol añoso que a fuerza de dar cosechas ya no producía guamas sino churimas.
Desde el primer día en el rancho, la familia de don Noé tuvo compañía, pues al atardecer una gallinaza solitaria, traída por las ondas térmicas que subían del cañón del río Cauca, se instaló en la copa del guamo que convirtió en dormitorio permanente. De tanto verla, don Noé se familiarizó con la pajarraca de tal forma que la consideraba como un perro o como un gato pues le dejaba un hueso carnudo cuando preparaban sancocho o le llevaba los ratones que caían en las trampas
Desde el primer día en el rancho, la familia de don Noé tuvo compañía, pues al atardecer una gallinaza solitaria, traída por las ondas térmicas que subían del cañón del río Cauca, se instaló en la copa del guamo que convirtió en dormitorio permanente. De tanto verla, don Noé se familiarizó con la pajarraca de tal forma que la consideraba como un perro o como un gato pues le dejaba un hueso carnudo cuando preparaban sancocho o le llevaba los ratones que caían en las trampas
Un día cualquiera
un viejo amigo llamó a don Noe
desde Támesis, en el suroeste antioqueño,
para finiquitar un negocio, que se yo, o para pagarle un dinero antes que la pálida
se llevara al amigo de este mundo, pues el médico apenas le daba dos meses de
vida a su compañero de perrerías y aventuras.
En el interín, es decir, mientras don Noe visitaba al
amigo, otro gallinazo llegó al guamo y se instaló en una gruesa rama; el chulo recién llegado era diferente
a la gallinaza calentana de afinada estampa y plumaje lustroso; este era
traslúcido, con manchas canosas en las
alas, pico recio y en curva, cresta
como de cóndor y un aire de desolación y
de cansancio, que hizo pensar a Lácides, el hijo mayor de Don Noé, que el gallinazo no venía a dormir sino a quemar sus últimos cartuchos entre los chamizos del reseco guamo.
.
El extraño visitante estuvo dos días aferrado a una
rama; miraba de un lado a otro y estiraba el pescuezo como tratando de ver que
había dentro de la casa; al tercer
día bajó al patio del rancho como
buscando a alguien, y tras un concienzudo examen de los alrededores levantó vuelo y se perdió en la hondonada del Cauca
que lleva al puente del Pintado.
Por fin se fue ese animalejo, pensó Lola, la hija menor de don Noe, pero se
equivocó pues al caer las sombras el descobalado avechucho regresó y en forma
confianzuda se instaló al lado de la gallinaza y la arropó con una
ala.
Un resplandor despertó a Lácides a la media noche; se levantó intrigado , prendió una vela y con cautela salió al corredor, miró
el guamo y arriba vio al gallinazo que en vez de asentarse en las ramas dormía
suspendido en el aire en medio de un halo fosforescente. El fenómeno se repitió noche tras noche, raro, muy raro comentaron los vecinos, es el diablo decían unos, es un duende decían
otros, es una señal del cielo.... es un alma en pena... Alguien dijo que había que quemarlo, otro
propuso se le rociara con agua
bendita... todos proponían , pero nadie
se atrevía a hacerle mal al chulo por agüero o porque tenía un aire de
desolación y de tristeza que hacía imposible
hacerle daño.
Por esos días pasó por Filadelfia un ornitólogo gringo que estaba buscando las huellas del Ave Fénix. No
tardaron en ponerlo al corriente de la peregrina situación, el científico armó una
carpa al lado del rancho y con un catalejo observó todo lo que hacía el
gallinazo que clasificó como
"Zopilote incognitus", pues no le halló parecido con los otros congéneres.
La fama del “zopilote incognitus· se regó por la
región; un quiromántico que iba en
bicicleta a la Patagonia se acercó al rancho y trémulo de emoción dejó por
escrito que ya podía morir tranquilo pues había conocido ni más ni menos que al
zamuro del Ararat, o sea el galllinazo que soltaron desde el Arca durante el
diluvio universal.
.
Al cabo de unas semanas Don Noé Mejía Calderón regresó del suroeste
paisa; venía cansado y con la pena de la muerte de su amigo. Poca atención prestó al cuento del gallinazo, hasta la
madrugada, cuando un concierto de luces y de ruidos extraños lo sacó de su
plácido sueño. Explosiones de colores se
elevaban camino hacia la luna y el guala preso de agitación subía y bajaba como
si tuviera resortes.
Amaneció y el "zopilote incognitus" bajó del árbol con los primeros rayos de sol; con su filoso pico arrancó una rama del guamo
y con trotecito esmirriado y de medio lado se acercó a Don Noé, que como buen
madrugador estaba tomando unos tragos de café;
el avechucho rastrillaba las alas contra el piso y en vuelo rastrero
dejó la rama a los pies de don Noe, que lo
miraba con una mezcla de asombro y de miedo. Después de entregar la rama a don Noe, el ave dio por terminada su misión y en raudo vuelo
se perdió con la gallinaza en medio de las nubes que arrastraba el viento hacia la cordillera.
Un aviador amigo aseguraba que el rancho de don Noe
Mejía Calderón se asemejaba a un arca desde el aire y el cura de la parroquia
decía que don Noe por su porte, por su bondad, por su religiosidad era
igualito a un patriarca del antiguo testamento, lo que no dejaba dudas de que
el guala era el animalejo que salíó del
arca, al que Dios no le permitió descansar hasta cumplir del encargo de Noe.
En Filadelflia aún se habla del gallinazo; el único que no creyó la historia fue Toto, el carnicero, un liberal anticlerical
del pueblo, que en pasquines fijados en los extramuros aseguraba que había sido
un montaje del cura para explotar la
credibilidad de los godos ignorantes de Filadelfia.
Para incentivar el turismo el Concejo de Filadelfia, Caldas, piensa exaltar la responsabilidad del gallinazo del diluvio y levatar una gran escultura en su memoria,
pues no todos los pueblos han tenido el honor de recibir al zopilote incognitus, que vagó miles de años hasta que pudo cumplir
la misión que Noe le había encomendado.
Muy buena historia. M encantó. A. Acero.
ResponderEliminarMe gustó mucho.
ResponderEliminarBuena
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