Alfredo Cardona Tobón*
Antigua estación del tren de Ambalema- Tolima
- UNA ENTREVISTA CON DOÑA ISABEL ROBLEDO MEJÍA-
“ El primer recuerdo que tengo de Manizales es la casa de nuestra familia
en la carrera de la Esponsión. Esa casa era a nivel al frente y de dos pisos en
la parte de atrás. Nuestras abuelas vivían en la Calle Real. En esta casa de la
calle 16, un día mi hermano Manuel se cayó contra el pretil y se hizo una
herida tremenda en la frente. Recuerdo que mamá no soportaba el olor de la
naranja. Resulta que esto le acordaba el olor del encerrador, que cuando traía
la vaca a ordeñar, por el camino pelaba naranjas para comérselas antes de
llegar.”
“No me acuerdo mucho de Manizales, con la sola excepción de la vez que
llegó Guerrero en globo. Tampoco tengo idea quien era Guerrero, pero sé que
debió causarme una gran impresión para que hoy, a mis 96 años, todavía me
acuerde. Nosotros fuimos a la casa de mi tía Mercedes Jaramillo, la abuela de
los Bravos de Cali, que era reconocida porque se ganaba la vida planchando
camisas de hombre. Su casa quedaba en una loma, en las afueras de Manizales,
adonde subíamos por unas escaleras en tierra y desde ahí veíamos elevar el
globo.”
“Cuando yo salí de Manizales ya había hecho la primera comunión en la
antigua catedral y me habían enseñado a leer en la escuela de Matildita”.
“Nunca más volví a Manizales”.
EL VIAJE A BOGOTÁ
El año del viaje de Isabelita a la capital fue posiblemente en 1911. Por
aquel entonces Manizales estaba en su apogeo económico y político y varios de
sus empresarios exitosos habían extendido sus operaciones a la Sabana; entre
ellos estaban Rafael Salazar y Don José Jesús Robledo, casado con Doña Inés
Mejía, hermana de Don Manuel Mejía, el famoso Mister Coffee. Como Don José
Jesús se estableció en el altiplano, una fría mañana manizaleña, Doña Inés y
los cinco hijos del matrimonio, salieron con rumbo a Bogotá: Isabel, la mayor,
tenía siete años y Lucía, la menor, apenas contaba con unos meses de nacida.
Al lado de la chimenea, en una tarde plomiza, con el sol perdiéndose por la
Sabana y las sombras cobijando el Monserrate, Doña Isabel entorna la mirada y
revive la lejana salida de su ciudad natal y las peripecias de un viaje, que
para su mamá con esa prole menuda y numerosa, y para los mismos niños, debió
ser una epopeya heroica.
“ El día de nuestro viaje a Bogotá me acuerdo muy bien de mi mamá
acompañada de su hermano Manuel Mejía, que le decíamos familiarmente
Papachacho. El día de la partida salimos en una caravana. Mamá y Papachacho iban
a caballo, mientras que nosotros viajábamos en unas sillas de madera a espaldas
de unos corpulentos peones. Lucía, como era la más chiquita iba en una
petaquita como de canasto, acostada.”
Esa partida de los Robledo Mejía, a principios del siglo veinte, era igual
a las caravanas de los colonos que venían de Abejorral en los tiempos de las
fundaciones: jinetes encauchados, mulas con petacas, peones de estribo y peones
cargueros; el perro de la casa que
seguía a los amos, un turpial en una jaula
y la sirvienta leal, que vio nacer la
prole, y se aferraba a sus patrones hasta la muerte.
El grupo remontó la cuesta del páramo. Atrás quedaba Manizales con todos
los recuerdos. Doña Inés sintió, entonces, el dolor de la despedida, e
Isabelita, cansada con el bamboleo en el camino y adormilada por el jadeo
atropellado del carguero que la llevaba a cuestas, se arropó lo mejor que pudo
y se quedó dormida en la silleta.
“ La primera noche dormimos en la posada- dijo Doña Isabel a los nietos que
celebraban su cumpleaños y oían la historia que tan benévolamente quiso
contarme- De esa posada sólo me acuerdo que tenía una mata de mora que en vano
traté de alcanzar. La segunda noche dormimos en otra distinta y la tercera
llegamos a Mariquita. Allí nos obligaron a quedarnos tres días.”
Del suave clima manizaleño se pasó a un clima ardiente, al que no estaba
acostumbrada la familia. Y estaban los mosquitos y los bichos que picaban en el
día y se cebaban en los tierrasfrías por las noches. Isabelita, llena de
ronchas, al igual que sus hermanitos, salía de la casona donde se alojaron en
Mariquita y se entretenía juntando
montoncitos de tapas de cerveza que recogía debajo del tanque de agua del
ferrocarril.
“ De Mariquita tomamos el tren a Beltrán, enfrente de Ambalema, y allí nos
embarcamos en un buque, que se llamaba Rafael Núñez, para remontar el Alto
Magdalena hasta llegar a Girardot. En Girardot nos hospedamos en el Hotel San
Germán, que recuerdo como una casa grande, con una alcoba amplia, donde nos
esperaban cuatro camas con sus respectivos mosquiteros de colores azul, rosado
y amarillo. No se porque me acuerdo del color de los mosquiteros. Al día
siguiente tomamos temprano el tren de Girardot, para llegar a Faca, pasando
Tocaima, Apolo, Portillo, La Mesa, La Esperanza, la Capilla , Cachipay y
Zipacón. En Faca había que cambiar de tren, por la diferencia de las trochas,
para llegar al fin de nueve días de viaje a la Estación de la Sabana en
Bogotá.”
POR FIN EN LA CAPITAL
El paisaje de yarumos y arrayanes se cambió por pinos y eucaliptos y la topografía de riscos entrelazados se transformó en una planicie recostada contra la cordillera. Era otro mundo y otra vida para Isabelita y sus hermanos, acostumbrados a tomar leche caliente, a ver la gallina saraviada con la cluecada y al tropel de primos en los amplios corredores.
El paisaje de yarumos y arrayanes se cambió por pinos y eucaliptos y la topografía de riscos entrelazados se transformó en una planicie recostada contra la cordillera. Era otro mundo y otra vida para Isabelita y sus hermanos, acostumbrados a tomar leche caliente, a ver la gallina saraviada con la cluecada y al tropel de primos en los amplios corredores.
“ En la Estación de la Sabana nos esperaba papá , quien nos llevó en coche
hasta nuestra nueva casa, cerca de donde quedó después la Clínica de Marly..”
De manizaleños, los Robledo Mejía se convirtieron en bogoteños… el hogar
completó diez retoños. Doña Beatriz, la penúltima de la familia, recogió el testimonio de su hermana
mayor, que desde el cielo, estará mirando la ciudad que recordó entre brumas, con el globo de Guerrero, la catedral y sus
abuelas.
¡Ah querida Manizales!- exclamó Isabelita al revivir sus borrosos recuerdos. ¡ Ah querida Manizales! Repetí yo
desde mis adentros, porque como la novia que uno quiso y se casó con otro , así viene a la memoria Manizales, cuando uno se ha alejado de sus empinadas calles para siempre..
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