LA COLUMNA DE BONAFONT-RIOSUCIO-


 Alfredo Cardona Tobón *



Cuando observé, en mi último viaje a Medellín, a unos soldados de facciones indígenas que guardaban la carretera Panamericana, por los lados del puente del Pintado, volvieron a mi mente las imágenes de los combatientes que describía en sus anécdotas Don Sebastián Guarumo.

Recordé con nostalgia mi niñez al lado del  abuelo Germán, con su liberalismo radical e hirsuto iluminado por los héroes del partido, cuyas hazañas en boca de los veteranos de la guerra de los Mil Días, hacían palidecer la gloria de Napoleón y convertían en simulacros las gestas de Bolívar.

LOS COMBATIENTES DE LA FRANJA IZQUIERDA

El siete de diciembre de 1900 guerrilleros del Resguardo de Quinchía comandados por Mariano Flórez, treparon por las lomas de Donduango y Chorroseco con rumbo a la población de Ansermaviejo. Su objetivo era reforzar el ataque liberal de Rafael Díaz. Pero llegaron tarde. Cuando se acercaron, sus copartidarios iban en derrota, y  como para no perder el viaje, emboscaron a una partida riosuceña que llegaba a auxiliar a los conservadores.

Mariano Flórez dispersó a sus macheteros para eludir la persecución gobiernista. Los alzados en armas se mimetizaron entre los vecinos, pero Toribio Anduquia, Evangelista Suárez y Ascensión  Pescador, con los arreos de guerra que tomaron a la avanzada riosuceña, se unieron a la banda de Ceferino Murillo que operaba por las orillas del río Cauca.

La tropa de Ceferino con la de Manuel Ospina atacó  Filadelfia, entró a Neira, se tomó  Salamina y hostigó los campos de Aranzazu. Los gobiernos de Antioquia y Cauca sumaron fuerzas para acabar con las guerrillas que hacían invivible  la región y les decretaron guerra a muerte con sevicia y crueldad correspondida por los insurgentes. Guerrillero que capturaban lo ejecutaban sin juicio, sin piedad ni atenuantes; soldado o amigo del gobierno que agarraban los revolucionarios lo acribillaban  sin misericordia.

Poco a poco la fuerza pública acorraló a los rebeldes que huyeron de monte en monte, escasos de armamento, atisbando y acechando para conseguir municiones y comida. Al fin sólo les quedó el recurso de huir, pues si se entregaban los asesinaban y se unieron  a la revolución triunfante en el Chocó.

El viernes 15 de febrero de 1901 los guerrilleros se reunieron el la plaza de la aldea de Bonafont, se despidieron de los suyos y marcharon  hacia las selvas del Pacífico.

El capitán Estanislao Medina comandó la columna revolucionaria. Lo acompañaron Sebastián Guarumo, Nemesio Franco, Felipe Álvarez,  Rafael Ladino, Eustaquio Zapata y otros 59 combatientes, que en su mayoría dejarían la vida en los tremedales chocoanos.

La columna ascendió por un lado del cerro Batero y por la cresta de la cordillera de la China se descolgó hacia Mampay, para internarse luego en las selvas del Chamí.
En un tambo indígena cambiaron machetes por jaruma, o harina de maíz capio, que para sobrevivir, mezclaron con panela y agua,  hasta que en un abierto paisa encontraron una marrana que les sirvió de alimento por varios días, junto con los víveres que robaron en una casa de Rafael Tascón.

Tras una marcha de dieciocho días en medio de caños, culebras y bichos, los guerrilleros llegaron a Tadó, donde el coronel Bolaños, jefe de las fuerzas liberales, les suministró armamento y uniformes y  los asignó a la “ Compañía Suelta de Tiradores”.

LA CAMPAÑA DEL CHOCÓ.

Una comisión de la Compañía de Tiradores se dirigió a la aldea de Pizarro, en la desembocadura del río San Juan. Por allí merodeaba el bandido Federico Arboleda que tenía azotados los alrededores. El sargento Manuel Olaya, con José Aricapa y Toribio Anduquia fue en busca del salteador, quien sorprendido en su rancho, se entregó sin oponer resistencia.

De regreso a Tadó, Manuel Olaya con los compañeros de Bonafont se integró  al batallón Herrera para hacer frente a la ofensiva conservadora desplegada desde Pueblorrico.
Los liberales de Quinchía y Riosucio se enfrentaron en el Chocó con sus paisanos conservadores, que bajo el mando de José María Rincón y Julio Posada, atacaron a San Pablo, combatieron en la población del   Carmelo y debieron retroceder hasta el sitio de Number y luego al Valle del Risaralda, doblegados por las plagas, las enfermedades y el plomo de sus coterráneos.

Después del armisticio en Panamá, los combatientes liberales que sobrevivieron en el Chocó abandonaron sus posiciones y regresaron a sus hogares.

Manuel Olaya sintió el llamado de Cristo y terminó sus días en el convento agustino del desierto de la Candelaria. Toribio Anduquia, con su título de teniente del ejército liberal, regresó a Quinchía con Sebastián Guarumo y Bernabé Bartolo, donde gozaron del aprecio y la admiración de su gente. Evangelista Suárez se radicó en los baldíos de Belalcázar. En el río Quito, afluente del Atrato,  murieron ahogados Zabulón García, Domingo García y Ramón Franco. Narciso Villa murió a orillas del Pacífico. A Nemesio Franco se lo tragó la selva y al resto los engulló el olvido.

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