Cuando observé, en mi último
viaje a Medellín, a unos soldados de facciones indígenas que guardaban la
carretera Panamericana, por los lados del puente del Pintado, volvieron a mi
mente las imágenes de los combatientes que describía en sus anécdotas Don
Sebastián Guarumo.
Recordé con nostalgia mi niñez al
lado del abuelo Germán, con su
liberalismo radical e hirsuto iluminado por los héroes del partido, cuyas
hazañas en boca de los veteranos de la guerra de los Mil Días, hacían palidecer
la gloria de Napoleón y convertían en simulacros las gestas de Bolívar.
LOS COMBATIENTES DE LA FRANJA
IZQUIERDA
El siete de diciembre de 1900
guerrilleros del Resguardo de Quinchía comandados por Mariano Flórez, treparon
por las lomas de Donduango y Chorroseco con rumbo a la población de
Ansermaviejo. Su objetivo era reforzar el ataque liberal de Rafael Díaz. Pero
llegaron tarde. Cuando se acercaron, sus copartidarios iban en derrota, y como para no perder el viaje, emboscaron a
una partida riosuceña que llegaba a auxiliar a los conservadores.
Mariano Flórez dispersó a sus
macheteros para eludir la persecución gobiernista. Los alzados en armas se
mimetizaron entre los vecinos, pero Toribio Anduquia, Evangelista Suárez y
Ascensión Pescador, con los arreos de
guerra que tomaron a la avanzada riosuceña, se unieron a la banda de Ceferino
Murillo que operaba por las orillas del río Cauca.
La tropa de Ceferino con la de
Manuel Ospina atacó Filadelfia, entró a
Neira, se tomó Salamina y hostigó los
campos de Aranzazu. Los gobiernos de Antioquia y Cauca sumaron fuerzas para
acabar con las guerrillas que hacían invivible
la región y les decretaron guerra a muerte con sevicia y crueldad
correspondida por los insurgentes. Guerrillero que capturaban lo ejecutaban sin
juicio, sin piedad ni atenuantes; soldado o amigo del gobierno que agarraban
los revolucionarios lo acribillaban sin
misericordia.
Poco a poco la fuerza pública
acorraló a los rebeldes que huyeron de monte en monte, escasos de armamento,
atisbando y acechando para conseguir municiones y comida. Al fin sólo les quedó
el recurso de huir, pues si se entregaban los asesinaban y se unieron a la revolución triunfante en el Chocó.
El viernes 15 de febrero de 1901
los guerrilleros se reunieron el la plaza de la aldea de Bonafont, se
despidieron de los suyos y marcharon
hacia las selvas del Pacífico.
El capitán Estanislao Medina
comandó la columna revolucionaria. Lo acompañaron Sebastián Guarumo, Nemesio
Franco, Felipe Álvarez, Rafael Ladino,
Eustaquio Zapata y otros 59 combatientes, que en su mayoría dejarían la vida en
los tremedales chocoanos.
La columna ascendió por un lado
del cerro Batero y por la cresta de la cordillera de la China se descolgó hacia
Mampay, para internarse luego en las selvas del Chamí.
En un tambo indígena cambiaron
machetes por jaruma, o harina de maíz capio, que para sobrevivir, mezclaron con
panela y agua, hasta que en un abierto
paisa encontraron una marrana que les sirvió de alimento por varios días, junto
con los víveres que robaron en una casa de Rafael Tascón.
Tras una marcha de dieciocho días
en medio de caños, culebras y bichos, los guerrilleros llegaron a Tadó, donde
el coronel Bolaños, jefe de las fuerzas liberales, les suministró armamento y
uniformes y los asignó a la “ Compañía
Suelta de Tiradores”.
LA CAMPAÑA DEL CHOCÓ.
Una comisión de la Compañía de
Tiradores se dirigió a la aldea de Pizarro, en la desembocadura del río San
Juan. Por allí merodeaba el bandido Federico Arboleda que tenía azotados los
alrededores. El sargento Manuel Olaya, con José Aricapa y Toribio Anduquia fue
en busca del salteador, quien sorprendido en su rancho, se entregó sin oponer
resistencia.
De regreso a Tadó, Manuel Olaya con los compañeros de
Bonafont se integró al batallón Herrera
para hacer frente a la ofensiva conservadora desplegada desde Pueblorrico.
Los liberales de Quinchía y
Riosucio se enfrentaron en el Chocó con sus paisanos conservadores, que bajo el
mando de José María Rincón y Julio Posada, atacaron a San Pablo, combatieron en
la población del Carmelo y debieron
retroceder hasta el sitio de Number y luego al Valle del Risaralda, doblegados
por las plagas, las enfermedades y el plomo de sus coterráneos.
Después del armisticio en Panamá,
los combatientes liberales que sobrevivieron en el Chocó abandonaron sus
posiciones y regresaron a sus hogares.
Manuel Olaya sintió el llamado de
Cristo y terminó sus días en el convento agustino del desierto de la
Candelaria. Toribio Anduquia, con su título de teniente del ejército liberal,
regresó a Quinchía con Sebastián Guarumo y Bernabé Bartolo, donde gozaron del
aprecio y la admiración de su gente. Evangelista Suárez se radicó en los
baldíos de Belalcázar. En el río Quito, afluente del Atrato, murieron ahogados Zabulón García, Domingo
García y Ramón Franco. Narciso Villa murió a orillas del Pacífico. A Nemesio
Franco se lo tragó la selva y al resto los engulló el olvido.
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