LAS ALCALDADAS DE JOSÉ JESÚS VILLEGAS
Alfredo Cardona Tobón*
En febrero de 1894 el alcalde de Manizales, José Jesús Villegas, adelantó
juicio contra cincuenta mujeres por los
delitos de vagancia y prostitución, en uno de los muchos embates de las
autoridades antioqueñas contra la gente sin oficio definido y contra las
mujeres de vida licenciosa que el gobierno conservador en alianza con la Iglesia
Católica consideraban el más grande peligro para la juventud antioqueña.
En Manizales el problema con las prostitutas era más crítico que en el
resto de Antioquia, pues allí las desterraban los alcaldes de otras localidades
y a la ciudad fronteriza, de arriería y comercio llegaban las meretrices de
Villamaría y del norte caucano a prestar sus servicios a los paisas que eran
unos en su casa y otros en medio del trago y las jaranas.
LAS ARBITRARIEDADES DE LA PRIMERA AUTORIDAD
Las autoridades clasificaban a los vagos a su antojo: en el mismo canasto
iban los que no tenían oficio ni beneficio y también los enemigos
políticos y los personales; lo que daba la oportunidad no solo de obligarlos
a trabajar a favor de un tercero sino de guardarlos en la cárcel o enviarlos al
destierro.
Se señalaban como prostitutas a las pobres mujeres señaladas por la
maledicencia popular e injustamente a las amancebadas sin comprobar fehacientemente el
comercio sexual y el lucro económico de las acusadas.
Las arbitrariedades de curas y alcaldes llegaron a lo grotesco; en la
campaña del año 1894 contra los vagos y las prostitutas, el alcalde José Jesús
Villegas sindicó de vaga a su madrasta, doña Tulia Franco, viuda del coronel
Fermín Villegas, muerto en el combate de Salamina en defensa de la causa
conservadora. En una carta de doña Tulia al personero de Manizales, expresa
estar dolorosamente impresionada por la conducta inusitada de su hijastro el
alcalde, que pisoteando la ley escrita inició y adelantó juicio contra ella y contra más de cincuenta
mujeres que acusó de vagancia.
A la luz de la razón y teniendo en cuenta las circunstancias de la época,
podría preguntarse: ¿cómo puede ser vaga una madre de cuatro hijos, viuda, ama
de casa, que por su educación y linaje no estaba preparada para manejar azadón
ni cargar tercios de leña?- Salta a las
vista que el alcalde Villegas aprovechó la campaña contra los vagos para desquitarse de su madrasta de acciones que no
figuran en los archivos.
A Dolores Bedoya, mujer soltera y sola, el alcalde Villegas también la
acusó de vagancia. Para librarse del cargo y evitar la prisión Dolores
consiguió una certificación del cura donde constaba que la acusada aunque no
estaba trabajando en ese momento no era una vaga pues estaba organizando sus
asuntos y adelantando las diligencias para casarse con Juan de la Rosa Acevedo.
MUJERES TRAS LAS REJAS
Isabel Viena fue otra de las
víctimas del alcalde Villegas: la humilde mujer era una sirvienta que trabajaba
en lo que le resultara, era huérfana de padre y madre y en pobreza extrema vivía
en un cuchitril con dos pequeños hijos; cuando la capturaron estaba embarazada
y próxima a dar a luz por tercera vez sin que el responsable de la preñez le
tendiera una mano.
Las lenguas viperinas acusaron a
Isabel de prostitución y en esa época en que pesaba más una aventura sin
bendición del cura que la vida de las personas, encerraron a Isabel como una criminal que estaba poniendo en peligro la
“virtud” de los paisas y condenaron a morir de hambre a las criaturas que solo
tenían el soporte de su madre.
Si al alcalde Villegas le hubieran enseñado esos versos de Sor Juana Inés
de la Cruz “a cual es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga: ¿la que peca por la paga o el que peca por pecar?”
quizá hubiera soltado a Isabel y le
hubiera cargado la mano a los borrachos escandalosos que cruzaban el río Chinchiná
por las noches y regresaban a infectar a sus esposas en las horas de la
madrugada.
MÁS DETENIDAS
“De mi no se puede decir- escribió la
tabaquera Mariana Trejo al personero municipal-
que soy inmoral, ni que contrato
el coito con anticipación, mis faltas son puramente una consecuencia natural de
la debilidad de mi sexo y de las astucias de los hombres, que nos
persiguen y engañan para satisfacer sus
deseos.”
El caso de la tabaquera Trejo era el de un “numerito” que le gustaba el
catre y era incapaz de resistir las propuestas de los donjuanes que la
asediaban. No se trataba evidentemente de una prostituta; sin embargo esa
debilidad por la carne y el gustico por los hombres la privaron por largo
tiempo de la libertad.
A Clementina Valencia no la encarcelaron por vaga ni prostituta sino por
negarse a vivir con la suegra. Consideraba Clementina un atropello inaudito que
el marido la obligara a vivir con una suegra
depravada, acusada de dar muerte a su esposo. No valieron amenazas ni
ruegos para que obedeciera al marido y por eso el inflexible Villegas la llevó a prisión, atropellando y maltratando y
como escribió Clementina al personero: “haciéndola pasar por una mujer
desvergonzada, corrompida y escandalosa.”
Los gendarmes detuvieron a María Jesús Durán y Alejandra Estrada por
vagancia, pero como eran muy pobres y no tenían parientes nadie les llevaba comida y estaban al borde
de la inanición pues solamente se
sostenían con las sobras que les daban las demás presas. En un documento del
archivo municipal con fecha del 23 de mayo de 1894, las dos prisioneras
manifestaron al personero: “Ciertamente no somos inhábiles para trabajar, pero
como estamos condenadas a prisión no se puede concebir cómo una persona
aprisionadas pueda trabajar... de suerte que si no se nos da alimento porque no
trabajamos, la pena que se nos impuso no fue la de prisión sino la de muerte,
porque nada menos nos irá a pasar a nosotras que no tenemos renta para que nos
traigan alimentos a la cárcel.”
De arbitrariedades como las del alcalde Villegas en 1894 está plagada la
historia machista y clasista de la ciudad de Manizales.
Recuerdo un siglo después de esto que se relata, en la década del ´90 del siglo XX, en la famosa Calle de la Penicilina de Manizales, una señora con sus cuatro hijas, todas rubias, ojiclaras, zarcas como se les conoce, y todas adictas al basuco y prostitutas; era impresionante ver a la madre con sus cuatro hijas consumir droga, enviarlas a prostituirse con los ladrones de la "olla" y volver a seguir fumando toda la noche y el día. Muy bellas las hijas pero no recomendables, a una de ellas le faltaba un ojo y tenía un parche. Una de las veces que me tenté por estar con mujeres en esos rincones sórdidos, recuerdo una que se desnuda inmediatamente y tenía una cicatriz grandísima desde el entreseno hasta el ombligo y al desvestirme me saca un billete del bolsillo de manera muy hábil; otra mulata, con sus pezones tiesos y secos como arena, deteriorados por la droga. Sería bueno una historia acerca de la prostitución en Pereira, ciudad con fama al respecto en Colombia, y donde parece fue más tolerada.
ResponderEliminarjotagé gomezó
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