Alfredo Cardona Tobón.*
San Antonio de Arma- (Aguadas- Colombia)
Por las lomas del Tatamá las
volutas de humo de los ranchos de los colonos señalaban, nuevamente, la
presencia humana en las selvas cerradas que un día fueron el hogar de los
primitivos americanos.
En uno de esos ranchos el mediquillo Antonio
Granada combinaba la salud del cuerpo con la del alma, pues al lado de las
yerbas medicinales estaba el altar de la “Niña María”.
Corría 1886. El caserío de Santuario carece de
capilla... ni siquiera ha recibido la visita
pastoral de un sacerdote. El mediquillo entona los rosarios y las novenas. Su
consultorio es, pues, el centro religioso de la aldea.
Pasan los años. Santuario crece y
soporta las verdes y las maduras; las generaciones pasan y la imagen de la Niña María sigue en el
poblado dando aliento a las almas piadosas.
Un clarín da la señal de partida.
Los indígenas de Quinchiaviejo cruzan palos de cedro debajo de los ranchos
destechados y en minga los levantan para trasladarlos al nuevo poblado. Es el
domingo 29 de noviembre de 1888. Las campanas del nuevo templo repican a
distancia. Se inicia la marcha, adelante va la imagen del Arcángel San Miguel
con la espada en alto y un dragón humillado a sus pies. Empieza otra época...
el notario Zoilo Bermúdez derrama dianas durante todo el trayecto como
despertando al futuro.
Hoy el clarín oxidado y San
Miguel Arcángel reposan en una modesta vivienda de los bisnietos de Don Zoilo.
Si hablaran preguntarían por ese futuro que trató de despertar el aguerrido
notario.
Los belumbrenses profesan una
devoción sin par a la Virgen Inmaculada. No es para menos, pues está
entretejida con las raíces de su pueblo. La Inmaculada fue la Patrona de
Tachiguí, cuyas fiestas en honor de la santa congregaron durante siglos a las
comunidades indígenas que moraban desde Toro hasta Marmato. En las terribles
epidemias de viruela los fieles sacaban en andas a la Inmaculada para pedir
clemencia y mitigar los estragos de la
terrible enfermedad.
Cuando los vecinos de Tachiguí se
trasladaron a Higueronal, hoy Belén de Umbría, salieron en procesión con la
imagen de la Inmaculada, que en manos
paisas se acabó víctima del comején y del descuido.
IMÁGENES CON LEYENDA.
Cuentan en Ansermaviejo que en
1750 llegó la caleña Anselma Bautista.
Era una mujer joven y bella que enredó con sus encantos a los criollos y
españoles del pueblo.
Una tarde, después de la
procesión de Santa Bárbara, Patrona de la comunidad, unos jayanes animados por
el alcohol vistieron a la Bautista con ropas de la imagen y la pasaron en andas
por la larga calle de Ansermaviejo.
En esas se desató una tormenta; el agua cayó a raudales y
los truenos amenazaron con achicharrar hombres y bestias. Los profanadores
llenos de pavor se refugiaron en la casa de la barragana, una mano invisible
cerró con furia las puertas y ventanas; en medio de llamaradas y lamentos la
casa se sumergió en un gran charco que rodeó la vivienda.
San Antonio y Jesús Crucificado
son los personajes más notables de Arma. Se confunden con su pasado y cuentan,
al igual que la antigua localidad, con numerosas leyendas.
En 1783 las autoridades españolas
decidieron trasladar archivos, funcionarios y vecinos a la ciudad de Rionegro.
Casi todos los residentes se fueron al norte, unos pocos se resistieron al
cambio, entre ellos el Señor Crucificado, quien aumentó tanto su peso que fue
imposible moverlo del lugar.
A San Antonio, por negrito y
chiquito lo dejaron en Arma. Se volvió muy famoso, pues aseguran que no falla a
la soltera que le pide marido. La imagen de San Antonio está rodeada con
barrotes de acero. Unos afirman que se instalaron para librarlo de los
ladrones, otros comentan que las pusieron para evitar se les escape de Arma,
pues en tiempos pasados el sacristán no daba
abasto para quitar los cadillos
adheridos a las ropas del santo en sus frecuentes rondas nocturnas.
En la minúscula aldea de San
Jerónimo, en Riosucio, se venera una
imagen tosca que dio nombre al lugar. Cuenta la leyenda que a fines del siglo
XlX unos cazadores se perdieron en el
monte. Vagaron varios días hasta que encontraron una cueva donde hallaron una
imagen burdamente tallada de San Jerónimo, un fogón caliente y maíz y panela
para aplacar el hambre. No apareció ser
viviente. Tiempo después regresaron y encontraron la cueva igualmente deshabitada.
Como la tierra era buena sembraron una roza, se asentaron en el lugar y
siguieron acompañando a San Jerónimo.
LOS SANTOS EN LAS TRINCHERAS.
En Quiebralomo, Riosucio, la
familia Rotavista fue famosa por su aguerrida actividad conservadora. En las
campañas bélicas portaban la gloriosa bandera azul y cargaban en andas un
Crucificado.
El Cristo de los Rotavistas
electrizaba las huestes conservadoras. Animó a los combatientes en La Polonia, en Los Chancos y avanzó con las
fuerzas godas hasta las trincheras defendidas por Uribe Uribe en Quiebralomo.
En esta oportunidad ni el valor de los riosuceños ni la presencia del
Crucificado lograron frenar el avance liberal. Los conservadores retrocedieron
y dejaron la imagen en uso de buen retiro en el oratorio familiar.
En Salamina el Señor del
Improperio fue testigo de la persecución liberal en las épocas radicales. Los
jefes de esta fracción quisieron neutralizar la intromisión clerical en los
asuntos de Estado y ante la rebelión de curas y jerarcas los extrañaron o les
impidieron ejercer el culto. El Señor del Improperio constituyó un símbolo de
resistencia; Monseñor Canuto Restrepo y el padre Suárez se identificaron con su
dolor y su pena.
Hoy el Señor del Improperio anima
a una población perseguida, cercada por la guerrilla y los antisociales, que se
debate entre la pobreza y la inseguridad sin contar con el apoyo de un Estado
débil y cobarde.
La cultura paisa siempre caracterizada por su fervor religioso y usando sus santos e imágenes religiosas como estandarte de guerra, típico por lo demás de la humanidad. Mis antepasados eran muy fervientes y también ambiguos con las creencias y fuerzas sobrenaturales. En Santuario, de donde proviene parte de mi familia materna, un tío abuelo entró en la llamada "locura mística" y se creía Jesucristo, sacando del templo a las mujeres con falda y a los mercaderes. Y en Pereira mi abuela y tía abuela, tenían altares donde compartían por igual los santos católicos con el médico Jose Gregorio Hernández "Hermano Gregorio", y en vacaciones nos llevaban a mis hermanos y a mí adonde una señora supuestamente médium que invocaba al espíritu del "médico de los pobres" y a veces le entraban otros espíritus, como un sargento de la guerra, quien me regañaba por las calificaciones escolares. Había también una imagen de San Antonio, San Jorge matando al dragón y frasquitos con las aguas de San Ignacio de Loyola, el Señor Caído de Buga y el Ecce Homo de Popayán (poblaciones godas!); igualmente en dicho altar, había lugar para el beato Ezequiel Moreno, godo a ultranza, y mi familia liberal; por eso recuerdo una frase que escuché alguna vez, la cual decía que la diferencia entre conservadores y liberales era que los primeros iban a misa a las 7 de la mañana y los segundos a las 7 de la noche.
ResponderEliminarjotagé gomezó