Alfredo Cardona
Tobón.
En la guerra de
1840, llamada de los Supremos, los caudillos provinciales, aferrados a sus
feudos, se fueron contra el gobierno de José Ignacio Márquez, que en forma
valiente empezó a sujetarlos al poder central.
Tras su derrota
en Honda, el gobernador de Mariquita José María Vezga con el resto de sus
tropas se unió a las fuerzas de Salvador Córdova para hacer frente al
presidente Márquez.
Aunque muchos
antioqueños apoyaron a Salvador Córdova,
otra parte de los paisas, que representaba los intereses de la aristocracia
criolla, se puso al lado de Márquez; entre ellos Braulio Henao, veterano
militar de la independencia, quien tras
algunas escaramuzas en Abejorral se dirigió a Salamina, donde neutralizó los
ataques de las partidas aguadeñas dirigidas por Faustino Estrada que pretendían
controlar la región.
Fuerzas de
Salvador Córdova bajo el comando de
Vezga se dirigieron a Salamina con el objetivo de cerrar la entrada a las tropas
gobiernistas que desde Ansermaviejo y
Supía amenazaban a la provincia de
Antioquia.
Vezga ocupó a
Sonsón sin encontrar resistencia y en Pácora advirtió a los salamineños que si
disparaban un solo tiro contra sus tropas, los someterían a seis horas de
saqueo, poniendo vidas y propiedades a disposición de sus tropas. El 4 de mayo
de 1841 los vigías apostados en el Alto del Águila avisaron que el enemigo se
movilizaba por el Alto de las Coles; Salamina se preparó para rechazar la agresión, los hombres se agruparon en columnas de cincuenta individuos con un
capitán al frente; las matronas, los ancianos y los niños se agolparon en la
Iglesia a pedirle apoyo al Santísimo y a rogarle que los librara del inminente
desastre que los amenazaba.
Un gallo
solitario se encaramó en una tapia para hacerle dúo al clarín que llamaba al combate; en la explanada que mira al río Chamberí, curtidos campesinos, que en su vida jamás
utilizaron un arma contra sus semejantes, se
mezclaron con veteranos calentanos
del Tolima, recien llegados de Honda, para repeler el ataque de Vezga.
Una vaca con la
ubre repleta y destilando leche mugía llamando al ternero que en vano trataba
de salir del corral.; las cocinas estaban desiertas y una atmósfera de terror
parecía brincar de tapia en tapia. En la plaza del pueblo se comentaba que era una guerra era contra
los aristócratas que tenían abrumada a la
clase pobre, también se aseguraba que Vezga y Córdova estaban ofreciendo
la libertad a los esclavos que servían en sus filas, y ofrecían a la plebe,
los bienes de los gobiernistas
ricos.
Desde días
atrás los salamineños cavaron fosos y
construyeron trincheras en la loma que
va desde la quebrada La Frisolera hasta la entrada del pueblo. Contaron con la
ayuda de voluntarios de Sonsón y Abejorral
que se sumaron a los defensores, que en inferioridad de número y
armamento esperaban el apoyo milagroso del General Eusebio Borrero que había batido
las tropas de Córdova en Riosucio y preparaba el
ataque a Medellín.
En su paso por Sonsón las tropas de Vezga
detuvieron y maltrataron a un señor de apellido Nisser, polaco de ascendencia
y lo enviaron preso a Rionegro. Su esposa, Doña María Martínez, llena de
coraje se unió a las fuerzas de Braulio Henao para rescatar a su marido.
Mientras las
damas salamineñas se encomendaban a las milicias celestiales, Doña María,
vestida de hombre, lanza en mano, siguió camino a la Frisolera y tomó su puesto en las trincheras emboscadas
en medio de los rastrojos; estaba decidida a jugar su vida si fuere necesario para
atajar la revolución de Córdova y vengar los ultrajes de los Supremos.
A las diez de la
mañana las tropas de Vezga cruzaron el río San Lorenzo. Al fondo
se divisaba el río Chamberí y en lo alto se distinguían algunas casas de Salamina. Los soldados de
Vezga avanzaron lentamente .Los atacantes empezaron a subir la cuesta
hostigados débilmente por algunos francotiradores y al llegar a la quebrada de
La Frisolera hicieron el primer contacto con el enemigo que apretaba por los
flancos sin presentar combate directo.
Vezga continuó lentamente y con cautela... los gobiernistas siguieron replegándose loma
arriba Eran las once y media de la mañana. Detrás de las empalizadas y las trincheras mimetizadas en la hojarasca
esperaba el grueso de los defensores . Cuando las tropas de Vezga estuvieron a
tiro de fusil los salamineños las recibieron con una descarga cerrada y
sorpresiva. Doña María participó en el combate; sus voces de aliento y su
arrojo ante el peligro electrizaron a las tropas salamineñas que como una
tromba, como una tempestad,
barrieron a machete y bayoneta la
resistencia que inutilmente trataron de
presentar las despavoridas fuerzas revolucionarias.
Más de cincuenta
muertos enemigos dejaron los salamineños entre bejucos y matorrales.Vezga luchó
hasta el final, pero al ver todo perdido se alejó en un caballo sin silla.
Rodeado por campesinos se entregó a los gobiernistas en el sitio de Las Trojes;
poco después se le remitió a Cartago donde Mosquera lo condenó a muerte, en el
patíbulo no permitió que le cubrieran el
rostro, y pidió como último deseo que le permitieran dar la orden de fuego al
pelotón encargado de la ejecución.
Doña María
Martínez, levantada entre olanes y encajes,
cambió el rosario por una lanza para luchar por su causa, mientras los
de su clase, como ella lo narra en sus escritos, miraba la pelea desde lejos. Doña
María escribió un diario donde anotó
parte de los sucesos de la guerra de 1840; quizás en las noches de niebla
cerrada en Sonsón, la abuela haya narrado
a sus nietos los detalles del combate de” La Frisolera” y les haya mostrado, también, la medalla de oro que el
gobierno de Márquez le otorgó por su
coraje en la campaña contra los
Supremos.
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